“El peligro radica en que nuestro poder para dañar
o destruir el medio ambiente, o al prójimo,
aumenta a mucha mayor velocidad que
nuestra sabiduría en el uso de ese poder”
Stephen Hawking
Según algunos expertos, dentro de poco vamos a tener instalado un dispositivo RFID que transmitirá periódicamente información puntual de nuestro estado de salud general a una aplicación móvil que será la encargada de decirnos qué hacer, qué comer, qué ejercicio practicar o a qué especialista acudir en caso de que algo no vaya conforme a los estándares para cada tramo de edad y sexo. Esto, que puede parecer ciencia ficción, ya sería posible de forma generalizada si se hubieran perfeccionado los dispositivos que actualmente se están usando, con tecnología NFC, para monitorizar en remoto algunos parámetros de pacientes como la tensión, el pulso o los niveles de oxígeno y de glucosa en sangre.
Poder controlar el estado de salud de una persona es un avance que nos aportan las nuevas tecnologías, si duda. Pero también puede volverse una trampa si ello implica limitar la intervención de un médico a los casos en los que solo las variables controladas denotan que algo no va bien. Dicho de otro modo, no tendrían que hacer las convencionales revisiones rutinarias. Este ejemplo es muy simple, ya que poder vigilar diariamente las constantes vitales es un sistema que indudablemente puede prevenir situaciones de riesgo, pero nos sirve para ilustrar el hecho de que estos profesionales irán perdiendo la capacidad de diagnóstico ya que, conforme avancen los sistemas de predicción automáticos, terminarán delegándolo “a las máquinas”.
En este escenario (¿futurista?), si esa capacidad de diagnóstico no es necesario que la desarrollen los médicos, también será lógico que un robot prescriba el tratamiento, haga el seguimiento y, llegado el caso, realice la intervención quirúrgica substituyendo al cirujano más afamado. La ciencia y la tecnología ya permiten operar con la ayuda de robots para intervenir a distancia (robot Da Vinci), quizá el siguiente paso sea que en el otro extremo no haya un humano sino otro robot. Si ya existen sistemas de inteligencia artificial basados en algoritmos que aprenden de sí mismos (machine learning) y que son capaces de acertar las sentencias que dictan los jueces en base a la información aportada de cada caso y al cruce de datos con otros similares, ¿podemos anticipar la desaparición de los magistrados como la de los médicos? Seguramente no. Aunque no estaría tan seguro.
Lo que ya es cierto es que la tecnología y los nuevos modelos de relación laboral están desplazando el trabajo que hemos conocido, regulado mediante contratos de más o menos larga duración, hacia un sistema en el que los profesionales trabajarán por encargo, de manera puntual y para diferentes empresas. La “uberización” del trabajo, como se ha llamado al sistema en el que la compañía solo establece la plataforma para que usuarios y conductores contacten, sin asumir costes de estructura, de vehículos ni de cargas fiscales de los trabajadores, nos lleva directamente a lo que se ha denominado “Gig Economy”.
Si es amante del jazz, sabrá que una “gig” es una sesión de música en directo en la que los músicos acceden de forma independiente a un local con el compromiso de tocar una noche. Pues bien, ya se habla de la “gig ecnomy” para definir cómo serán las relaciones laborales entre empresas y profesionales: estos serán contratados para una tarea concreta, por un tiempo determinado (corto), y con la condición de que tendrán que poner su talento, experiencia, recursos, movilidad geográfica e impuestos para realizar esa actividad. En realidad, no estamos ante nada nuevo que no se haya establecido para los autónomos.
La diferencia es que este modelo será el que se generalizará para todos los trabajos en la medida que, además, los robots van a ir asumiendo la gran mayoría de las tareas, no solo las rutinarias o las complejas y de alto riesgo para el trabajador.
Quienes defienden la “gig economy” y la “robotización” de todos los trabajos, se escudan en la fantasía de que ello permitirá a todas las personas disponer de más tiempo de ocio, para dedicarse a lo que realmente les gusta, trabajar lo justo para tener una vida digna, organizarse mejor para compatibilizar las tareas domésticas… En definitiva, tener más autonomía y obtener menos ingresos. A sensu contrario, las empresas tendrán menos cargas y más beneficios.
Para paliar las consecuencias de la implementación de la inteligencia artificial y de la automatización robótica de los procesos (RPA), se ha propuesto el impuesto o dividendo robot para que las empresas puedan contribuir a la creación de un subsidio universal o renta básica que complemente los escasos ingresos de los nuevos autónomos de la gig economy.
Las predicciones sitúan en el 2030 el horizonte en el que este tipo de economía se habrá impuesto, la separación entre identidades físicas y digitales se desdibujará y, si se empeñan, no seremos capaces de diferenciar entre las realidades física, virtual y aumentada. Todo un consuelo saber que tendremos más tiempo para experimentarlo.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena