SI SE CALLASE EL RUIDO.

Si se callase el ruido, oirías la lluvia caer limpiando la ciudad de espectros, te oiría hablar en sueños y abriría las ventanas.

Si se callase el ruido, quizá podríamos hablar y soplar sobre las heridas, quizás entenderías que nos queda la esperanza.

[Ismael Serrano]

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Si se callase el ruido, nuestro espacio se inundaría de todas las frases que quisimos decir y que nunca fueron verbo. Nos estremecerían sus sílabas encadenadas, sus tildes asustadas, sus fragmentos inconclusos. La rabia de los silencios impuestos se arracimaría en derredor como coronas fúnebres en un entierro sin cementerio, para recordarnos con su olor a margaritas yermas que aún nos quedan algunas palabras.

Si se callase el ruido, seríamos capaces de sentir en nuestra piel, como dagas en la cera trémula, el grito ahogado de la flor deshojada a golpe de sacrilegio, de la dentellada vil y siniestra de la jauría insatisfecha buscando su regocijo salvaje en la suave línea del misterio. En nuestros ojos no cabrían más “noes” alzándose como muralla inmarcesible para revelarnos que siempre hay otro lado de la calle donde nunca duerme la canalla cobardía de las manadas.

Si se callase el ruido, temblaríamos viendo la cal de las paredes salpicada de súplicas sin respuesta, de la amargura ante la mano alzada y el golpe doméstico, de los “te querré eternamente” rodeando el cuello con dedos mordaces, de los ojos infantiles queriendo huir de las faldas ensangrentadas para hundirse en un futuro sin noches ni refugio. Temblaríamos salvajemente.

Si se callase el ruido, oiríamos el estruendo de los sables cercenando las preguntas antes de nacer de cualquier mente disonante. Vislumbraríamos la venida de las tinieblas en carga de caballería oscura para apagar las luces preclaras de cada mañana. Sabríamos que hay anchas avenidas donde las ideas juegan y se casan, generan nuevas ideas fuera de las cavernas de donde huyeron de las doctrinas y sus sombras, para que el librepensamiento tuviera una nueva esperanza.

Si se callase el ruido, sabríamos de la dignidad del ahogado, del dolor del mar y su sordo cantar de caracolas exiliadas. Del rumor de las anémonas vistiendo con solemnidad las calaveras de quienes buscaron refugio allá donde nunca más estará su tierra, ni la querida ni la deseada. Y notaríamos el castañetear de dientes, el clamor de los huesos desencajados, el sabor a metal envenenado, el silbar de la muerte entre los edificios devastados, la sonrisa de los nuevos inquisidores quebrando la voluntad y la vida de los desheredados, la sórdida ambición del amo del destino de un pueblo. Conoceríamos la razón real de tanto descalabro, de tanta destrucción, de tanto muerto.

Si se callase el ruido, escucharíamos el tintineo de los diezmos, la trashumancia de las almonedas, el entresijo de las transacciones económicas transitando unos pocos bolsillos, tejiendo con agujas de plata las voluntades elegidas por dioses de incienso, hilvanando conciencias desposeídas de consciencia. Identificaríamos el sutil canto de los becerros de oro, atrapando a nuevos fieles para que les adoren mientras bailan sobre su propia rica miseria.

Si se callase el ruido, percibiríamos el falso tremolar de banderas arropando al verdugo de las diferencias. Hallaríamos al dictador de las ideas, al ejecutor del conocimiento, al patriota armado de tijeras con las que cercenar la historia, al buscador de fantasmas para poder arrinconar a un futuro sin armas, al conquistador de vacíos con los que llenar la cultura, al labrador de razones únicas, al sustentador de paradigmas, al usurpador de la fe y al captor de almas.

Si se callase el ruido, sentiríamos el quejido de los bosques huyendo en desbandada, el suspiro ahogado de los océanos por el engrudo y el despojo de nuestra displicencia, la tristeza de las montañas por la pérdida de su último refugio, el tenue llanto de las nubes y su ácida promesa de lejanos prados.

Si se callase el ruido, saborearíamos la quietud de las madrugadas, la sal de los besos furtivos, inocentes desde las entrañas. Atenderíamos al paso de la luz jugando a descubrir los secretos de las contraventanas. Soñaríamos un mundo mejor, ya despiertos y sin legañas.

Si se callase el ruido, caeríamos en la cuenta que ya pasaron 10 lustros desde que en un mayo francés miles de personas buscaron debajo de los adoquines arena de playa. Fue una búsqueda con más voluntad que resultados, un movimiento donde la educación, la libertad sexual y de expresión, el ecologismo, el feminismo, el antibelicismo, el sindicalismo libertario, el laicismo, la supresión de las desigualdades económicas y raciales…, tomaron las calles. Con su conquista se quiso transformar el mundo. Pero tantas causas defendidas al final quedaron en eslóganes y pasquines, esperando que nuevas lluvias limpiasen las plazas.

Si se callase el ruido, sabríamos que medio siglo solo ha servido para volver a rescribir la misma historia. Que hemos cambiado el papel por un espacio virtual donde la tinta se cubre de unos y ceros, aunque el cuento sigue teniendo el mismo final, los mismos protagonistas y la misma falsa trama.

Si se callase el ruido, podríamos escuchar nuestra voz queriendo gritar basta.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

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