“Metaverso” o el efecto Wallace.

“Si es cierto que nuestro lenguaje da forma a nuestra psicología, es por lo menos tan cierto que nuestra psicología forma nuestro lenguaje”. Con esta sentencia, G. Miller, quiso resumir la tesis de que nuestro lenguaje influye en nuestra cognición de la misma manera que existen factores cognitivos-perceptivos universales que determinan las categorías lingüísticas. Por ello, el uso de las palabras adecuadas es tan relevante en cualquier proceso de comunicación, no ya para trasladar con eficacia un pensamiento sino, más allá, para conseguir el efecto pretendido en el receptor. De hecho, muchas palabras tienen el poder de evocar, provocar, sugestionar o potenciar muchos sentimientos ligados a experiencias pasadas o a futuras vivencias. Por ello, es importante el papel de la etimología para descubrir el origen y significado subyacente de cada una de ellas.

Tomemos como ejemplo “universo” o conjunto de todas las cosas, compuesta por “unus” (uno) y “versus” (girar), nos define la totalidad de formas de materia, energía, espacio-tiempo y leyes físicas que las rigen. O “multiverso”, teoría que describe varios universos paralelos, incluido el nuestro, formada por “multi” (muchos) y “versus” (girar). Y si nos fijamos en “viceversa” cuando dos cosas son cambiadas recíprocamente, la forman “vicis” (orden) y “versus” (girar). En cambio, no hay descripción etimológica para “metaverso” y, si la hubiera, sería una palabra compuesta por “meta” (más allá) y “versus” (girar).

En cambio, el significado más común que se ha dado a “metaverso” es el de ecosistema virtual y tridimensional en el que los usuarios pueden interactuar entre ellos, trabajar, jugar, realizar transacciones económicas, viajar, etc., todo de forma descentralizada y simulando un mundo que “está más allá de nuestro universo”.

Qué tecnologías se vienen en el metaverso durante 2022? | Corporate IT

En la actualidad, la carrera por conquistar el metaverso está protagonizada por las grandes tecnológicas (Amazon, Meta, Google, Nvidia, Tencent, Autodesk, Microsoft) motivadas más por atraer las inversiones más jugosas y el mayor número de usuarios que por tener una idea clara de qué debería ser para estos últimos. Para estas empresas, es obvio que desarrollar tecnologías y plataformas, establecer colaboraciones e innovar en dispositivos y soluciones está orientado a la creación de nuevas líneas de negocio que les proporcionen grandes beneficios (directos por la venta de sus productos/servicios, e indirectos por la obtención de más datos que poder comercializar) y un poderoso posicionamiento con el que controlar la retención y la voluntad de sus clientes.

Pero para los usuarios… ¿qué será el metaverso? ¿Un espacio virtual en el que poder jugar, viajar, trabajar, comprar, ampliar la red de contactos, diversificar las actividades de ocio y profesionales, aprender, investigar, cooperar, tributar, participar en la vida política, hacer deporte, crear…? En principio, se podrá llegar a realizar prácticamente lo mismo que en el mundo real mediante, como resume Accenture en su último informe, la utilización de diversas tecnologías como la realidad extendida, blockchain, inteligencia artificial, gemelos digitales, objetos inteligentes o “edge computing”, para crear experiencias que combinen el mundo físico con el virtual a través de soluciones que vendrán de la mano de modelos de negocio en continua reinvención y transformación.

De la misma manera que internet y todos los desarrollos tecnológicos que han venido aparejados impusieron nuevas formas de relacionarnos, trabajar y hacer negocios, la irrupción de la inteligencia artificial y la creación de entornos virtuales acelerará en los próximos años la transformación de nuestro mundo particular, favoreciendo la interacción directa con las máquinas y con cualquier persona a través de las máquinas. Desde el punto de vista teórico, esta revolución tecnológica llevará aparejadas enormes ventajas en muchos sectores, desde la reducción de costes de instalación, a la diversificación de canales de distribución, la creación de nuevos modelos de colaboración o la amplificación de las áreas de investigación. Realizar las compras en un centro comercial virtual, presenciar un concierto a miles de kilómetros de distancia, realizar un experimento en remoto, asistir a una manifestación en cualquier lugar del mundo, participar en una rueda de prensa desde casa, tener reuniones de trabajo con colaboradores de distintos países, hacer deporte extremo en cualquier entorno natural, etc., son solo algunas ideas de una lista infinita de opciones que el metaverso está dispuesto a ofrecer.

El metaverso puede ser un negocio de USD 800.000 millones

A priori, es tan vasto el mundo virtual que nos proponen como amplía es la imaginación de quienes lo están construyendo. No obstante, son muchas las preguntas que aún no tienen respuesta: la primera de ellas, ¿las leyes existentes para el mundo real tendrán su réplica en el mundo virtual?; la segunda, ¿se podrán distinguir los humanos creados mediante inteligencia artificial de los avatares de humanos reales?; la tercera, ¿cómo se compaginarán los entornos de trabajo virtuales con los físicos y cómo se aplicará la legislación laboral en cada uno de ellos y en los que sean mixtos?; una más, ¿cómo se transformará la economía y la propiedad del dinero hacia un sistema descentralizado mediante el uso de blockchain? y otra, aunque no la última, ¿cómo serán las relaciones humanas en el metaverso y cómo pueden afectar a nuestra estabilidad emocional y de personalidad?.

Mientras que nos hacemos estas preguntas, las tecnológicas siguen avanzando en la construcción de esos nuevos mundos sin esperar a que se formulen las respuestas correspondientes ni a que los gobiernos y los juristas desarrollen el marco legal y ético que debería regularlos. Y, por supuesto, las compañías que estén esperando a que esto suceda, se verán abocadas a jugar con las reglas y en los territorios que las primeras hayan instituido. De hecho, ya se han establecido modos de operar y de realizar transacciones económicas usando las criptomonedas como medio de pago y los NFTs (tokens no fungibles) como nuevos productos de exclusiva pertenencia. Permítanme en este punto poner una nota al margen: en el momento de escribir estas líneas el mercado de las criptomonedas está en caída libre, arrastrado por la pérdida de confianza en dos stablecoins (Terra y Luna), y la venta de NFTs se desploma tras semanas continuadas de pérdida de confianza por parte de los inversores. Que la moda de estos intangibles esté demostrando ser pasajera (un tercio de los creados ya no valen nada) y que la excesiva volatilidad y no regulación de las criptomonedas las estén poniendo en peligro como refugio de activos de valor, son dos cuestiones claves a la hora de apostar por el futuro de los negocios en el metaverso.

Definir las fronteras entre la industria y el comercio tradicionales y los virtuales, o los mecanismos de transición entre ambos, debe ser una tarea que es necesario acometer con urgencia, no desde el punto de la tecnología sino desde la perspectiva de quienes van a participar en él y de las consecuencias sobre su salud emocional y financiera, la prevalencia del sentido de la irrealidad, sus posibles déficits cognitivos o la extremada dependencia de un entorno en el que no sentir los límites físicos de la realidad. El riesgo de que las personas “se escondan” detrás de un avatar no idéntico que pueda hacerlas menos transparentes, responsables y honestas es muy elevado, como ya han apuntado algunas investigaciones sobre dismorfia, o disociación de la personalidad.

A.R. Wallace en su defensa de la selección natural, apuntó en 1889 que cuando dos variedades de una misma especie se han adaptado a condiciones ambientales divergentes y los intentos de hibridación entre ambas fracasan, ambas variedades terminarán por separarse definitivamente y por evolucionar hacia dos subespecies separadas. En el contexto distópico del “posthumanismo” ¿existiría el riesgo de divergencia entre el individuo y su avatar?

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

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