José Manuel Navarro

Blog de José Manuel Navarro Llena

Conformados. Adaptados. Obsoletos.

Son tantas las externalidades que condicionan la evolución de la sociedad actual que, por simplificación, nos fijaremos en las más notorias. Así, tecnología, globalización, redes sociales, violencia, desvirtualización ideológica, incertidumbre económica y conflictos bélicos nos plantean interrogantes fundamentales sobre el futuro inmediato de la humanidad, especialmente en lo que respecta al papel que le toca jugar al ciudadano medio y, especialmente, a los colectivos más vulnerables cuando se enfrentan a los riesgos inherentes a la invasión de la inteligencia artificial, la manipulación mediática, las derivas autocráticas y la consiguiente y creciente acomodación del ser humano a realidades que le son impuestas.

Frente a tal complejidad, para intentar entender las posibles consecuencias a corto plazo de estos factores, a veces resulta pertinente mirar desde otra perspectiva recurriendo a conceptos explorados por la psicología, la filosofía o la antropología, ya que ofrecen marcos de referencia valiosos para comprender las dinámicas subyacentes. Arriesgándome a hacer un salto al vacío, en este análisis trataré de buscar la interconexión entre el «efecto Paddington», el «lecho de Procusto» y la teoría de la «obsolescencia del hombre» de Günter Anders para examinar la encrucijada en la que nos encontramos.

El efecto Paddington alude a la tendencia natural a recibir con agrado y a humanizar lo desconocido cuando nos enfrentamos a propuestas o situaciones no habituales. Tal como el “osito Paddington” fue acogido con afecto por la sociedad británica en general mediante la activación de respuestas emocionales a estímulos de comunicación aparentemente banales, las nuevas tecnologías, especialmente la IA generativa y las redes sociales, suelen presentarse inicialmente con una narrativa positiva, enfatizando sus beneficios potenciales y su capacidad para integrarse de manera armoniosa en la vida cotidiana (incluso los augurios sobre la incidencia de la IA en la destrucción de empleo han sido acallados por las previsiones de creación de nuevos puestos de trabajo especializados y, sobre todo, por la proliferación de herramientas que tienen un objetivo más lúdico que profesional (véase el “efecto Ghibli”-). Esta acogida favorable puede llevar a una disminución de la atención crítica hacia los posibles riesgos y a una aceptación rápida y poco reflexiva de las consecuencias de un uso abusivo e indiscriminado.

En contraste, el lecho de Procusto, alegoría de la mitología griega, simboliza la adaptación forzada de individuos o entidades a normas o sistemas preestablecidos, a menudo con un desprecio por la individualidad y el bienestar. A medida que se normalizan situaciones inicialmente intolerables (como el genocidio en Gaza o la invasión de Ucrania) a base de saturarnos diariamente de información sesgada hasta el punto en que el horror se convierte en “paisaje”, los discursos se integran cada vez más en diversos aspectos de la vida, existiendo el riesgo de que las estructuras sociales y los comportamientos individuales se ven obligados a alinearse con la lógica y los requisitos de las narrativas oficiales, lo que ocasiona una pérdida de valores y de prácticas reivindicativas centradas en las personas y sus necesidades reales.

En nombre de la conveniencia social y la estandarización algorítmica del lenguaje informativo, la humanidad se acomoda a un lecho invisible. Las estructuras sociales, los valores, incluso las emociones, se ajustan a una maquinaria que no fue diseñada para nuestra altura moral. En esa incómoda cama ideológica se normaliza la vigilancia y la polarización, se banalizan los genocidios y se adormece la indignación ante las víctimas lejanas, se produzcan en guerras interesadas e innecesarias o frente a costas de ilusoria promisión.

Y es que, cuando la incertidumbre se vuelve intolerable, la anestesia resulta tentadora. Aceptamos lo inaceptable porque lo entendemos como inevitable. Asumimos las realidades impuestas porque el precio de pensar en alternativas se ha vuelto demasiado alto. La sobrecarga informativa, paradójicamente, nos ha vuelto menos sabios. No nos han expropiado el derecho al pensamiento; simplemente lo han hecho único y redundante.

Finalmente, la “teoría de la obsolescencia del hombre”, formulada por Günther Anders, advierte sobre la creciente disparidad entre las capacidades humanas y la perfección técnica de nuestras propias creaciones, una brecha que se amplía con el avance acelerado de la IA generativa. Esta evolución intensifica la sensación de inadecuación y desplazamiento, y afecta a la autoestima, los roles sociales y la propia definición de lo que significa ser humano. Anders ya anticipaba que no podríamos mantener el ritmo del progreso tecnológico, generándose lo que denominó la “vergüenza prometeica”: la incomodidad de no estar a la altura de nuestras propias invenciones. En este contexto, la tecnología no solo sustituye tareas cognitivas, también redefine lo que consideramos valioso, mientras su creciente autonomía y complejidad alimentan una sensación de impotencia ante un futuro que ya no controlamos del todo.

Parece que estamos ante una sociedad que se conforma y se adapta a una realidad impuesta, incluso cuando implica asumir sucesos inaceptables. La sensación de obsolescencia humana, alimentada por la creciente sofisticación de la tecnología y la maniquea manipulación de la información, nos hace sentir cada vez más inadaptados e impotentes. En este estado de vulnerabilidad, somos más susceptibles a dejarnos dirigir y menos propensos a cuestionar el statu quo.

Para contrarrestar esta deriva, es crucial fomentar la conciencia, promover el pensamiento crítico y ser resilientes. Debemos aumentar la educación en alfabetización digital y mediática, abogar por una mayor transparencia y rendición de cuentas por parte de las administraciones públicas y de las grandes empresas con capacidad para alterar el contrato social. Se impone una ética de la vigilancia; no externa sino interna: a través de la atención objetiva, del pensamiento obstinado, de la empatía resistente. El riesgo no es que los humanos seamos alienados por los poderes económicos y políticos o anestesiados por la tecnología, sino que nos acomodemos demasiado bien a su “cálido abrazo”.

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena.


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