Ha pasado el mes de agosto y arrancado el de septiembre, y me temo que, al menos en el momento de escribir estas líneas, nos veremos abocados a unas nuevas elecciones tras el fracaso del proceso de las negociaciones entre los partidos responsables de llegar a un acuerdo de gobierno, dada su demostrada incapacidad para afrontarlas con sentido de Estado y generosidad para con los ciudadanos que los han votado. Situación incalificable, se mire como se mire.
Decía P. Gray que “para jugar con otra persona, debes prestar atención a sus necesidades y no solo a las tuyas, o la otra persona dejará el juego. Debes superar el narcisismo. Debes aprender a negociar formas que respeten las ideas de la otra persona y no solo las tuyas […] De este modo se asimila que las reglas no caen del cielo, sino que son inventos humanos que hacen la vida más divertida y justa. Es una lección importante; es una piedra angular de la democracia”. Egoísmo, narcisismo, intolerancia…, no ayudan a construir un país sino a generar enfrentamientos y paralizarlo, con todo lo que ello conlleva desde el punto de vista económico, institucional y social.
Nuestros representantes demuestran cada día, como expresa S. Godin, saber muy bien qué es hacer política como pugna organizada sobre el poder, sin tener mucha consideración por la eficacia de las acciones ni por su resultado, sea bueno o malo. En cambio, hace tiempo que abandonaron el concepto de gobernabilidad ya que, de haberlo puesto en práctica, hubieran tenido que asumir la responsabilidad del liderazgo con firmeza y coherencia con el papel que les ha sido delegado por los votantes.
Lo terrible de esta situación no es mantener un país paralizado, con todo lo que ello conlleva, sino generar en los ciudadanos la sensación de hastío que conduce al conformismo, a la confusión de la realidad con la ficción y a la incapacidad para discernir, en el maniqueísmo de sus discursos, entre lo verdadero y lo falso de sus palabras. Si reflexionamos sobre ello, encontraremos semejanzas con épocas anteriores en las que surgieron totalitarismos ideológicos seguidos de dictaduras omnipotentes, unas sangrientas y dolorosas, y otras disfrazadas de democracias tolerantes en las formas, aunque implacables en la imposición de jerarquías económicas para determinar la impermeabilidad y distanciamiento entre clases sociales.
Hace unos años, el control de los pocos medios existentes permitía la manipulación de la información para dirigir la opinión pública hacia los intereses partidistas y particulares de cada gobernante y los grupos de poder a su sombra; en la actualidad, el descontrol de la ingente cantidad de medios que proliferan a través de las redes sociales y la gestación de todo tipo de noticias (falsas y ciertas, pero ambas sesgadas) para generar “sectas ideológicas” que excluyen al diferente y alienan al seguidor, está construyendo un medio de cultivo idóneo para que los ciudadanos se atrincheren es su actual situación por miedo a un sistema diferente y no sean capaces de levantar la voz para exigir responsabilidades a sus gobernantes.
De esta forma, si hubiera nuevas elecciones en noviembre, volverían a acudir a las urnas porque los votantes son, en palabras de G.A. Akerlof y R.J. Shiller, de dos tipos de seres manipulables: incautos informativos (no están suficientemente informados o no les preocupa contrastar la información que reciben, de ahí la proliferación de las “fake news”), o incautos psicológicos (dejan que las emociones se impongan a los dictados de su sentido común, o malinterpretan la realidad como consecuencia de dejarse llevar por sesgos cognitivos que actúan como ilusiones ópticas para oponerse a cualquier opinión diferente a la de su grupo -partido, clan, tribu, secta,..- y para reafirmarse en las ideas propias).
Sean de una u otra personalidad, lo cierto es que nuestra sociedad está demostrando ser muy vulnerable a la demagogia política actual, permitiendo por un lado que surjan extremismos de todo signo y, por otra parte, que los mensajes de los dirigentes políticos oculten la urgente necesidad de arbitrar un sistema democrático real en el que el contrato social, actualmente desvirtuado, sea renovado para que la cesión de parcelas de libertad de los individuos para construir un estado común no sea administrada de manera displicente e irresponsable.
Nos estamos constituyendo en una sociedad muy vulnerable porque las ideologías, al igual que la fe, descubrieron “in illo tempore” que los humanos tenemos una fuerte tendencia a unirnos frente al extraño, al diferente; así, la creación de identidades ideológicas, o religiosas, conllevó el sentido de pertenencia y la fragua del odio al enemigo. Este hecho no tiene una base racional sino emocional, fácilmente manipulable mediante la palabra. El discurso de la verdad objetiva se transformó fácil y convenientemente en la retórica de la polarización, del enfrentamiento. Muestra de ello son las permanentes acusaciones entre partidos sin abordar los retos y problemas (sociales, económicos, medioambientales, educativos, etc.) que requieren una urgente solución.
La mentira se ha instalado en los nuevos dirigentes políticos y las redes sociales han ampliado globalmente su normalización como recurso imprescindible para manipular las decisiones de voto. Seamos conscientes de ello.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena