El Gólem

Para el imaginario hebreo, el gólem es un ser creado a partir de materia inanimada, normalmente arcilla, que cobra vida de forma milagrosa aunque está desposeído de toda inteligencia. Es el típico gigante de barro que desconoce su fuerza y el alcance de su ignorancia. A nivel coloquial, usamos el término gólem para referirnos metafóricamente a los individuos que actúan sin pensar, que pueden ser manipulados fácilmente y con los que habría que tener un especial cuidado pues, contra todo pronóstico y a pesar de no tener criterio propio, pueden dar muestras de cierta rebeldía y violencia.

Gólem es también el título del libro escrito por H. Collins y T. Pinch, dos investigadores especializados en la sociología del conocimiento científico, con el que han querido difundir “lo que todo el mundo debería saber sobre la ciencia” (tal como suscriben en el subtítulo de la publicación). En ella, tratan de resolver el silogismo al que tradicionalmente se ha enfrentado la ciencia respecto de las premisas comúnmente aceptadas acerca de las verdades reveladas y del conocimiento generado a través de las hipótesis resueltas, la mayoría de las veces mediante la puesta en práctica del riguroso método científico y, en algunas ocasiones, haciéndolo dependiente de los convencionalismos sociales.

En palabras de los dos autores: “tenemos sólo dos formas de pensar sobre la ciencia: o es absolutamente buena o es absolutamente mala. El equilibrio inestable es la consecuencia inevitable de un modelo de la ciencia y la tecnología que suponemos produce la certeza absoluta”, aunque surgen dudas razonables cuando a la ciencia se la culpa de sus errores, en tanto que estos sólo son producto de quienes los provocan. De hecho, no existen criterios rigurosos para juzgar la validez de un experimento y las implicaciones resultantes cuando este juicio está ligado a la creencia invariable de que sucederá lo predicho.

Collins y Pinch evocan la figura del gólem para mostrar la torpeza con la que, en algunas ocasiones, los científicos tratan de explicar los resultados de sus experimentos, dejando al azar la correlación entre causa y efecto cuando la réplica de estos en diferentes escenarios no ofrece la constatación absoluta de las hipótesis planteadas.

El papel de la ciencia no puede ni debe ser omnisciente ni todopoderoso, ya que ha de resolver los problemas de forma paulatina y reiterativa, prestando especial atención a la solución de aquellos que afectan a la sociedad, no porque deba dejarse dirigir por su influencia sino para favorecer la calidad de vida de las personas y la consolidación del conocimiento.

Para resolver este problema, la filosofía de la ciencia ha ayudado a ésta a construir modelos que permitieran comprender la complejidad del mundo y los sistemas que lo integran. Lo que ocurre es que podemos confundir la descripción y explicación de un fenómeno con el fenómeno en sí mismo. Por ejemplo, en los modelos físicos, una maqueta o un prototipo pueden representar un edificio o un vehículo que son sometidos a diferentes pruebas (de resistencia, de tensión, de aerodinámica, …), en contextos variables, para resolver a escala las dificultades a las que son expuestos;  pero no son realmente ni el edificio construido ni el vehículo fabricado.

De la descripción de los fenómenos se ocupa la epistemología y del estudio de estos la ontología. Cuanto más detallada sea la representación mejor reflejará la realidad y más útil será para la finalidad que se haya creado. De esta forma, podemos decir que los modelos económicos y sociológicos que tratan de explicar el comportamiento de nuestras sociedades son más exactos en la medida que lo sean los datos de los que se nutren, más cercanos estén de las fuentes que los proporcionan y más alejados estén de los intereses políticos que los promueven.

El problema que nos estamos encontrando y que podemos ver reflejado en todos los medios de comunicación, sean generalistas o especializados, es que las ciencias sociales (sobre todo la economía) generan modelos para explicar los grandes desajustes de igualdad social y económica que nada tienen que ver con la realidad de la calle, pues de hecho ni siquiera pueden prever su comportamiento a corto plazo, y ni tan siquiera pueden ser replicados en contextos o ámbitos diferentes pues, en estos casos, se constatan respuestas diametralmente opuestas.

Aquí, la epistemología y la ontología caminan por universos diferentes. Los problemas y la explicación de estos son tan disparejos que lo que nos encontramos son gólems creados para amedrentarnos mediante la permanente confusión. Modelos tan ininteligibles y carentes de sentido que, en alguna ocasión, revelarán su propia rebeldía contra los que exigieron que fueran creados. Al tiempo.

 

 

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

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