Casualmente, el pasado domingo coincidimos Enrique Dans (profesor en IE Business School) y yo en hablar de ética. Él hizo referencia a su observancia en los negocios en general y, para ello, usó como ejemplo el reciente caso de las miles de impresoras HP que dejaron de imprimir a principios de septiembre. Descubierto el fraude para hacer que miles de usuarios comprasen nuevos cartuchos de tinta de marca HP y ante las débiles excusas dadas por la compañía de tratarse de un fallo del firmware, E. Dans se hacía al final la siguiente pregunta: “¿No deberíamos plantearnos qué parte de nuestra educación o de nuestros códigos sociales nos han traído hasta aquí?”.
Y si recuerdan el contenido de la que bajo el título “La ética de los sistemas de dinero electrónico” les ofrecí la semana pasada, es fácil deducir que, más que de una coincidencia, es posible que estemos ante el síntoma de que realmente algo está fallando en nuestro sistema, por estos y otros tantos artículos publicados por diferentes autores y desde diversas ópticas de la economía. Una de éstas es la denominada economía digital, que ahora traigo a colación a partir de dos noticias recientes.
La primera relacionada con las pérdidas acumuladas en los últimos años por el Grupo BBVA tras adquirir varias compañías fintech radicadas fuera de España. En cuatro de ellas invirtieron en torno a 175 millones € y ya han declarado beneficios negativos (dicho eufemísticamente) por 78 millones €. Ello sin contar el descalabro que le supuso Wizzo, el monedero electrónico al que tuvo que “echar el cierre” hace poco tiempo tras realizar otra importante inversión millonaria. En las finanzas, como en todo, a veces se gana y a veces se pierde, o se tarda un tiempo en lograr las ganancias previstas en el plan de negocio. Pero cuando se imponen la cultura organizacional y la filosofía bancaria tradicionales, aunque se inyecten grandes sumas de dinero en el sector de las empresas tecnológicas, es bastante difícil encontrar la simpatía del mercado porque hay un gap importante entre “lo que se es y lo que se dice ser”.
La segunda noticia es el anuncio por parte del B. Popular de la puesta en marcha de una nueva reestructuración que implicará el cierre de unas 300 oficinas y el despido de cerca de 3.000 trabajadores. Un plan con el que pretende modernizar su estructura, simplificar la red comercial y los servicios corporativos, y apostar por la transformación digital como palanca para mejorar la eficiencia de sus procesos y la rentabilidad del banco. Una apuesta “voluntariosa”, sin duda, pero que en realidad esconde el fuerte apalancamiento hipotecario constituido por un importante volumen de activos dañados (antes llamados tóxicos) en su balance.
Valga lo hasta aquí expuesto para detenernos un momento en esto de la llamada transformación digital o, mejor aún, economía digital. Este concepto fue definido a final del siglo pasado por Kling y Lamb como el sector de la economía que incluye los bienes y servicios en los que su desarrollo, producción, venta o aprovisionamiento dependen de forma crítica de las tecnologías digitales. Aunque en la actualidad ha de ser matizado teniendo en cuenta la incidencia de éstas en la dirección y organización de las empresas y en la competencia emergente entre ellas (Cohen y Zysman).
Ya es una realidad que “lo digital” afecta de forma directa a todas las compañías, a su estructura organizativa, jerárquica y laboral, de costes, de competencia, de ubicación y de relaciones con los clientes y proveedores y, sobre todo a la propia naturaleza de sus productos y servicios y a la comercialización en mercados globales donde predominan los fenómenos de desintermediación, reintermediación y fragmentación de las actividades empresariales (Haltiwanger & Jarmin)
Este nuevo sector de la economía aglutina a otros subsectores como son los desarrolladores, los creadores de infraestructuras de soporte, los agregadores de soluciones, los intermediarios de medios de pago y los comercializadores. Aunque también hay que añadir el conformado por los usuarios como promotores de nuevas tendencias y demandantes de funcionalidades más innovadoras (como ya están siendo el “XaaS” o “Everything as a Service” y el “Biohacking” o “Conectividad sin Límites”, de las que hablaremos próximamente).
Estamos ante un entramado en el que las principales barreras pueden venir determinadas por la ausencia de cultura empresarial, la desconfianza frente a la seguridad y una legislación a rebufo de la evolución tecnológica. Cuestiones que requieren ser abordadas desde las compañías, los usuarios y la administración de forma conjunta para minimizar el efecto de quedarse descolgado del tren de las innovaciones digitales.
No obstante, el problema surge cuando se trata de aislar el concepto de economía digital más allá de lo que deberían ser los parámetros y ratios económicos del sector a favor de un modelo paradigmático en sí mismo, dotado de sus propias reglas, comportamiento y código ético. En este caso, siempre va a haber lagunas por la diferencia de velocidades entre la economía general y la digital, hecho que será aprovechado por algunas (grandes) compañías para acometer huídas hacia adelante, en ocasiones con conductas poco éticas.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllema
Me gusta leerte hablando de las diferentes maneras que hay para hacer una misma cosa y siempre desde la ética.
Que pena que los estudiantes ya no tengan ninguna asignatura de filosofía en sus bachilleres.
¿Existirá algún interés en ello?
Gracias!!
Me temo que no hay interés en enseñar filosofía ni nada que tenga que ver con lo que antes denominábamos humanidades.
El interés de los gobiernos es no favorecer el pensamiento crítico ni la defensa de la ética en cualquiera de las relaciones entre personas.
Adocenar voluntades, adoctrinar ideologías y adorar la economía cortoplacista es mucho mejor para el poder, cualquiera que sea su color.