Hace unos meses hablaba con los responsables de una empresa de proyección internacional sobre algunos aspectos de su estrategia: Una de las cuestiones que más me sorprendió fue su horario de trabajo: los empleados lo tienen de mañana y los directivos, además, deben ir por la tarde porque es el horario del accionista mayoritario y director general de la compañía…
Tengo la sensación de que esta situación se repite en muchas compañías que ustedes conocen, en las que esas horas extraordinarias no son remuneradas ya que es el trabajador quien debe demostrar así su celo profesional. Como esta actitud es “voluntaria”, no tiene compensación económica, aunque sí recibirán “la palmadita en la espalda” del superior de turno.
Muchas voces expertas han cuestionado la situación anterior no solo desde el punto de vista de la vulneración de los derechos del trabajador (justa compensación económica, medidas de conciliación familiar…), sino desde su influencia en los índices de productividad, eficiencia y satisfacción del empleado. Empero exista una legislación laboral muy clara en este sentido y una permanente vigilancia de las organizaciones sindicales, todos sabemos que en muchas empresas el “presentismo” aún es valorado por los jefes más que la calidad del trabajo realizado. Ello redunda en el descenso de la productividad de la empresa, en la salud psicológica de quienes lo practican, en la desvinculación emocional hacia la compañía de quienes no lo practican y sienten que no son valorados y, en definitiva, en un clima laboral enrarecido y desmotivador que ralentiza el progreso del negocio.
A raíz del acuerdo de presupuestos firmado por PSOE y Podemos, ha surgido una gran controversia sobre las consecuencias de subir el salario mínimo interprofesional a 900€, con argumentos en contra por parte de los partidos conservadores y de la patronal, augurando una nueva crisis debido al encarecimiento de los contratos (en realidad el nuevo período de crisis ya está siendo anunciado por algunos analistas y no es precisamente ésta la razón por la que se producirá) y los «efectos negativos que va a tener en la negociación colectiva y en la economía” (CEOE).
Mientras que en España discutimos las consecuencias que tendrá que las personas menos favorecidas perciban un salario digno, aunque se mantengan condiciones más precarias y turnos de trabajo más prolongados que en otros países europeos, en Nueva Zelanda han probado la semana laboral de cuatro días, como ha señalado la prensa internacional y cientos de miles de comentarios en redes sociales y blogs especializados.
Este experimento se ha llevado a cabo en una empresa con 200 empleados y los resultados han sido reveladores: se produjo un incremento del 20% en la productividad, una mejora del 24% en el equilibrio entre la vida personal y la laboral, una sensación de menor cansancio a lo largo de los cuatro días de trabajo y una mayor satisfacción general en la relación con la empresa.
En realidad los datos solo refrendaron lo que algunos expertos de la Escuela de Negocios de la Universidad de Oxford ya habían constatado en un ensayo similar en la compañía British Techonologies. En palabras de su investigador principal, J.E. de Neve (economista del comportamiento), los resultados apoyan la tesis de que la semana laboral de cuatro días es acertada en términos de encontrar el balance correcto entre mejorar el equilibrio de la vida laboral y personal y el potencial de felicidad referido a la ganancia productiva.
En diversos países se han tomado medidas similares con iguales resultados, como en Suecia o Islandia. En otros como Japón, por su cultura de largas jornadas de trabajo, se está intentando acortar el número de horas mediante diversos métodos. En Francia aún no se ha podido plantear por la oposición del empresariado.
Es obvio que el éxito de acortar a 4 días la semana laboral depende también de la naturaleza del trabajo que se realice, ya que ello puede significar el incremento del número de personas contratadas, como es el caso de las compañías que prestan servicios 24×7 o las administraciones con atención directa al público. Pero, en general, en el resto de oficios sería interesante repetir el experimento, a ver qué sucede.
Pero ¿qué dice la ciencia al respecto? En 2007, A. Bryson y J. Forth, de la London School of Economics, estudiaron cómo cambia la productividad a lo largo de la semana y encontraron que el cansancio por las largas jornadas, el incremento de la eficiencia tras un período de descanso y la fuerte motivación por los plazos de entrega, influyen de manera determinante en la calidad y la cantidad de trabajo producido.
Según ambos autores, la variación específica de la productividad laboral está causada por factores temporales y esa variación es sustancial, lo que puede tener implicaciones para la creación de riqueza de un país y para el éxito comercial de las empresas, ya que hay evidencias claras de cómo el desempeño de las tareas de los individuos varía con sus patrones emocionales.
¿Será por ello que en España seguimos aplicando la primera ley de Parkinson: «El trabajo se expande hasta llenar el tiempo que se dispone para su realización»?.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena