EL TESTAMENTO DE MI ABUELO (y II)

«Ciudadanos Comprometidos»

La segunda entrega de 'El Testamento de mi abuelo' de Paco Cáceres.
La segunda entrega de 'El Testamento de mi abuelo' de Paco Cáceres.

Cabizbajo, como diciendo sus últimas palabras tuvo aún fuerzas para mirarme a los ojos durante un largo rato y no decir nada. Nunca un silencio había hablado tanto, sentí un desgarro infinito y pude ver dentro de mi abuelo. Ya no me habló, pero escuché  las palabras que no pronunciaba: “Antoñillo, estas calles no me dan paz, no me dan alegría, no comprendo su lenguaje, sus signos, hacia donde va la gente ni qué dicen sus ojos ni sus rostros. Han cambiado los colores, los olores, los sonidos y los silencios. Cuando enterraron el territorio, el hormigón también me enterró a mí. Me robaron una forma de vida y me impusieron otra que no reconozco. Antoñillo… Antoñillo…”. En ese momento sentí su mano sobre mi hombro y empezamos a andar de vuelta a casa. La corriente de comunicación entre nosotros continuó, el corazón de mi abuelo percibía la brizna olorosa de las tomateras al amanecer, el canto de los grillos entre el cielo estrellado. Sentado allí, junto al pozo y no lejos del nogal, el croar de las ranas que por decenas alborotaban la noche callada, a la abuela cubierta de arrugas, pero que él seguiría viendo con una piel lisa y suave como los cielos de invierno… Y todo eso entre el olor a gasolina, el rugir de las hormigoneras, el inmenso olor a alquitrán de la última calle asfaltada… A mi abuelo lo dejaron sin recuerdos, se lo habían llevado de un pueblo a una ciudad sin hacer viaje alguno, sin dar un paso. Lo miré y miraba sin mirar, de pronto percibí en su rostro una enorme tristeza con sabor a soledad, a incomprensión, a una falta total de calor humano y de fe en la vida. Unos metros antes de llegar a mi casa se paró en seco, me giró con su mano y dándome un abrazo me susurró: “Antoñillo, no sabes cuánto te quiero”. Yo sentí un profundo amor a la vez que un desgarro interior fortísimo. Aquello era la confesión de una despedida. Era la primera vez –e intuí que la última- que mi abuelo me diría aquello.

Al entrar en casa se encerró en su habitación y yo quedé como en una nube. Aquel día no salió alegando que se encontraba mal. A partir de ahí sentía un deseo intenso de comunicarme con él, pero su pequeño cuarto gris se convirtió en su mundo y sólo salía a comer, bien poco y no siempre. Quise entrar y hablar con él, pero mis padres me decían que le dejara tranquilo, que estaba cansado. Los siguientes seis meses estuvo ausente, no soltó palabra, ni un monosílabo. Una mañana, la más triste de mi vida, después de una noche en que no pude cerrar ojo, ahora sé porqué, escuché un revuelo y vi salir al médico. “Parada cardiaca” dijo mi padre. No pude contenerme: “¡Qué sabrá el médico!” Mi padre se quedó extrañado, pero yo sabía que la causa de su muerte había sido otra.

Y aquí estaba yo cuatro años después todavía con el enigma de mi abuelo, dando vueltas y más vueltas. Repasé tantas veces los recuerdos, los pasos, las miradas, que ya estaba dispuesto a arrojar la toalla de los por qué, pero parece que tanta insistencia por mi parte, tanta perseverancia habría de dar resultado. En medio del túnel oscuro percibí una luz; en uno de mis paseos por el cementerio vi escenificado el entierro de mi abuelo, caras tristes, hipócritas la mayoría, pero en un rincón casi pasando desapercibido estaba Andrés con las manos puestas sobre su cara y un llorar entrecortado. ¡Cómo no había caído antes! ¡Qué torpe! Andrés y yo éramos los únicos que habíamos sentido realmente la muerte de mi abuelo. Afortunadamente Andrés vivía todavía y podría descifrarme las claves que me mortificaban permanentemente. Descubrir eso a altas horas de la madrugada me dejó sin pegar ojo el resto de la noche. Sabía que Andrés solía dar el paseo muy temprano y en aquella mañana de junio lo abordé. No se extrañó al verme.

–          Sabía que vendrías, aunque has tardado… Ya, ya, Narciso, tu abuelo… Éramos grandes amigos, teníamos un pasado y muchas vivencias en común… Una diferencia: Yo me adapté y él no…

–          ¿Cómo era mi abuelo?

–          Apasionado, tremendamente apasionado y fiel a sus ideas. Le convenció el anarquismo y fue un misionero de esa idea… Los dos anduvimos cortijos, pueblos y centros de trabajo para llevarles esa luz… Recuerdo perfectamente su poder de convicción, sus palabras modeladas con el mejor barro. Sabía mirando a los ojos de los que le escuchaban cuándo tenía que alzar la voz, cuando ponerse entrañable o cuando tenía que regalarles silencios para que comprendieran lo que decía… ¡Cómo hablaba…! Después, en los tiempos duros de la dictadura nunca se rindió, soportó cárcel, persecuciones, pero aunque parecía agazapado siempre hacía –hacíamos- labor clandestina. Nunca creíamos que la razón estuviera en las fuerza de las armas… Recuerdo un día que lloraba de rabia ante las palabras de un trabajador que le narraba la injusticia que había sufrido… Tu abuelo era puro… Después vendría la democracia, ¡bueno! ¡Lo que tenemos! Y pasado el primer momento todo se calmó. Él seguía pensando lo mismo, pero le falló la gente. Al final, volcó su lucha en la defensa de este pueblo y de su entorno.

–          ¿Y por qué cree que tenía esa relación conmigo…? Me refiero a que decía al viento las palabras que me tenía que decir a mí.

–          Es largo… Tu padre y tus tíos no heredaron de tu abuelo su forma de ser y de pensar. Eran diferentes. A ellos les daba vergüenza que él se “señalara”. Pensaban que era un freno a sus aspiraciones y un incordio en su tranquilidad y relación con el pueblo… Cuando tu naciste recobró vida y se volcó en ti… Aún recuerdo el día que llegó a mí y se hinchó de llorar… Tu padre le pidió que se olvidara de batallas, del pasado y de ideas caducas y que no intentara influir en ti… “¡Quiere que sea mudo! ¡Quiere que sea mudo!” me dijo entre sollozos… El viento fue el intermediario para que nadie pudiera acusarlo de influirte… Pero no culpes a tus padres, ellos son de otra época y se doblegaron a las exigencias sociales, a los marcajes estrechos que se hacen en los pueblos.

–          Tengo una duda más, ¿Por qué se desprendió de su huerta si tanto la amaba?

–          Cuando quisieron comprarle la huerta, toda la familia vio  la oportunidad de sacar un buen pellizco. Tu abuelo se negaba en redondo, también tu abuela. Pero ella, que  era encantadora y muy humana, tenía una enfermedad en fase terminal. En sus últimos días le pidió a tu abuelo que cediera, que pensara que la vida de los hijos no era la suya y que tenían que abordar la nueva realidad. Por otra parte parece que le pidió a tu padre  a cambio que no abandonara a tu abuelo cuando ella muriera, que lo cuidaran. Y así fue, al final tu abuelo vendió la huerta cediendo a lo que tu abuela le pidió. Para él tenía más valor la persona que el medio, y tu abuela… ¡Tu abuela era mucha persona!

Andrés me contó muchas más cosas de mi abuelo que me hicieron engrandecer más su figura y vivir todos aquellos acontecimientos como si yo hubiera estado en el centro de ellos. Tuve más charlas con él llegando a ser su amigo y asiduo visitante. Precisamente, en mi cumpleaños me regaló una bolsa con objetos. “Te pertenece”, me dijo. Allí había escritos, poesías, dibujos y otras pertenencias de mi abuelo que me perfilaron mucho mejor su pensamiento y personalidad. Ni qué decir tiene que esto influyó en mí relación familiar, al principio no pude evitar que viera a mis padres con cierto resentimiento y reproche por su actitud ante mi abuelo. Con el tiempo fui comprendiendo que aquí no había buenos y malos, que mi abuelo era fruto de la rebeldía de una generación y mis padres el fruto del conformismo de otra. Solo cuando me serené y coloqué cada pieza en su lugar acerté a comprender que mi abuelo me había legado un testamento construido a base de vivencias y otra forma de ver la vida. En cierto modo aprovechó su oportunidad, la única que tuvo, con aquel trabajo de investigación, que por cierto impresionó a mi profesor, para pasarme un testigo. Testigo de rebeldía, de un prisma distinto de ver la vida. Mi abuelo Narciso tal vez creyó que había sido derrotado, pero si él pudiera ver, podría contemplar su victoria. Yo, su nieto, construí sobre sus profundas palabras los cimientos que me han hecho crecer y luchar por un mundo distinto, más humano y armónico con todo lo que nos rodea. Mi madre me lo confirmó un día cuando le escuché decir a mi padre: “Andrés, me estoy temiendo que Antonillo lleva el mismo camino que su abuelo Narciso”.

Por Paco Cáceres. Presidente de la Plataforma Salvemos la Vega

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