El concepto ya está en la calle y en los programas electorales de varios partidos, tanto progresistas como conservadores. La Renta Básica es un reto que tarde o temprano la sociedad tendrá que encarar para combatir la degradación de la clase media, cada vez más amenazada por el desempleo y la continua caída de su poder adquisitivo. Si a ello se le suma un problema añadido en nuestro país como es la viabilidad del sistema de pensiones, se tiene el cóctel perfecto para que la renta básica, o algún sucedáneo de ella, acabe por imponerse para evitar una catástrofe social.
Y es que el panorama no pinta bien, sobre todo, para el empleo. A pesar de que este año España ha sido la ‘locomotora de Europa’, las previsiones de crecimiento de la UE para los siguientes años siguen siendo bastantes moderadas, y a ello hay que añadir dos problemas que frenarán el crecimiento, como son la abultada deuda pública y el elevado déficit público. El pago de intereses y la reducción del gasto público se dejarán notar en el crecimiento, pero sobre todo, en la creación de empleo. Resulta cuanto menos frustrante asumir que en los próximos años España no conseguirá bajar los dos dígitos de su tasa de paro. Pero es más, ni tan siquiera se espera que pueda hacerlo por debajo del 15 por ciento, en 2018. No queda otra que asumir que tendremos que convivir con un paro estructural elevado, a pesar de que la economía siga la senda del crecimiento, y ello implicará adoptar políticas sociales para evitar dejar desamparada a una masa laboral que no hallará trabajo porque, simplemente, no existirá.
Desde principios de siglo estamos asistiendo a una transformación del modelo productivo que ha sacudido los pilares de la industria tradicional, manufacturera y financiera. La tecnificación y digitalización de la producción ha optimizado todos los procesos hasta el punto de crear un problema de exceso de oferta. Como afirma el profesor de economía Santiago Niño-Becerra, ahora “se trata de producir lo mismo o menos a un precio mucho más bajo”, y en ese modelo, sobra tanto la masa laboral como el exceso de materias primas. La falacia de que la tecnología desplaza a la masa obrera a otros puestos de trabajo más cualificados, aquí no se da como ya ocurrió en el siglo XIX, simplemente porque se tiende a robotizar todos los procesos. Según el Foro Económico Mundial, cinco millones de puestos de trabajo serán sustituidos por robots en 2020. No se trata de una exageración, sino de una tendencia real que ya se sufre tanto en el sector industrial como en el sector financiero. Por tanto, es inevitable que a medida que esta imparable revolución avanza, serán más los puestos de trabajos que se destruyan. Sólo unos pocos elegidos muy cualificados, podrán sacar provecho, el resto tendrá que conformarse con engrosar las listas del desempleo.
¿Y qué se va a hacer? ¿Qué salidas se contemplan para un mundo sin trabajo? ¿Se va a permitir la precarización de la clase media hasta su colapso social? ¿Cómo se pretende generar riqueza con una sociedad sin ingresos? ¿A quiénes van a vender las empresas? Son muchos los interrogantes que surgen y escasas las opciones para responderlas. Una de esas soluciones pasa por la Renta Básica. Se trataría de un sistema de protección social al que podría acogerse cualquier ciudadano, mediante el cual recibirían una suma de dinero independientemente de sus circunstancias económicas, laborales o sociales. Sería un derecho más de la ciudadanía sin distinciones de ningún tipo. Parados, jubilados, estudiantes, autónomos,… todos podrían solicitar esta renta para investigar, emprender, vivir mejor o, simplemente, para dignificar el trabajo.
¿Quién pagaría todo esto? Evidentemente, los robots. Toda esa tecnificación que ha desplazado la mano obra no tiene necesidades básicas como los humanos, y si ha llegado para mejorar la producción, también deberá contribuir al bienestar social. Habrá que establecer un sistema impositivo sobre la producción tecnificada que permita financiar esta renta básica para, por un lado, contribuir a la redistribución de la misma, y por otro, garantizar una demanda continua de los productos que se fabrican. No va a quedar otra. Parece una idea utópica, pero en cierta medida no lo es tanto, porque esa renta ya existe en forma de subsidio para los parados de larga duración, para los jornaleros del campo (PER), para los prejubilados… que se financia con nuestros impuestos. Queda mucho camino por hacer y es el momento de empezar a superar los escollos éticos, económicos y políticos que existen para conseguir un mundo más sostenible.