Luis Salvador no tenía necesidad de exigir la dimisión de Torres Hurtado. No lo planteó durante la campaña y no existen elementos objetivos que invaliden al alcalde como candidato. De acuerdo que Torres Hurtado ha dado síntomas de agotamiento -político- en los últimos cuatro años; que hizo una campaña de mesa camilla; que no se le presume talante ni lo ha demostrado para llevar un gobierno en minoría; y que su único proyecto -la LAC- ha encendido a media ciudad. No lo digo yo, son los argumentos que ha empleado Luis Salvador en los últimos siete días; expresados con otras palabras, porque es escritor.
En cambio, no hay argumentos en eso que llaman la nueva política para poner como premisa previa la retirada de Torres Hurtado.
Luis Salvador se descolgó con un órdago injustificado y a destiempo y la única forma que tenía de hacerlo coherente era mantenerlo hasta el final. Pero ya sabemos por qué milita en la formación naranja; porque sus principios se los puede saltar sin que le multen; como los semáforos cuando no están ni en rojo ni en verde.
Probablemente, el desenlace final sea el que más se aproxime a las expectativas de quienes votaron. Lo que ha sobrado ha sido la utilización que Salvador ha hecho de los partidos -incluido el suyo-, de los espectadores de la obra de teatro y de los medios de comunicación como colaboradores necesarios para hacerse una campaña de autopromoción durante siete días.
Le reconozco la experiencia que acumuló en la vieja política y estoy convencido de que puede aportarle algo a esta ciudad ahora que ha descubierto la nueva.
Quizás haya tomado la decisión atinada; incluso, la que ayude a cambiar la forma de gobernar que tanto pregona. Pero Luis debe asumir que en esta partida de cartas se ha dejado gran parte de su credibilidad y tendrá de nuevo que merecerla.
Ahora mismo confío más en que Cagancho salga a hombros de la Monumental de Frascuelo.
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