BowieOK

Sir Alec Guinness se tambalea y tiene que apoyarse en la mesa del ajedrez galáctico en el que Luke y Chewbacca juegan en el Halcón Milenario. Se lleva la mano a la cabeza y suelta: «Siento una conmoción en la Fuerza». La Estrella de la Muerte acaba de disparar su demoledor rayo sobre Alderaan y destruir el planeta entero. Es exactamente lo que nos ha sucedido a todos según nos hemos ido despertando esta mañana: Hemos sentido la misma conmoción al conocer que Bowie ha muerto. (Lee la crónica en este link)

David Bowie es uno de los nuestros. Es un genio. Es un artista. Es alguien que supo inventar una gama en la música que trascendía el malditismo y generó un universo paralelo. Era un camino nuevo entre los Beatles y los Stones, entre el Rock y el Pop. Había melodías, estribillos, letras y más letras, disfraces y mutaciones, maquillaje y diseño, moda y sexo, tendencias y vanguardia, sin rumbo preciso, con la capacidad exacta de evolucionar, de olvidar lo anterior, de dar un paso de gigante de un año a otro. De cambiar. Cambiar es quizás la clave.

Una de las preguntas que te haces a lo largo de la vida cuando conoces a alguien y te une la música no es la típica de cuál es tu canción favorita de Bowie. Más bien es cuándo lo descubriste. En qué momento de tu vida, en qué época y con qué disco. Respóndete a ti mismo.

En nuestro caso fue ‘Héroes’. Perdón, ‘Jirous’, que es como se pronuncia. Y era Lucía. Yo cantaba a grito pelado mientras paseaba en invierno por la playa de La Concha en Donosti las mágicas palabras que nos convertirían en Héroes, aunque solo fuera por un día. Tenía apenas 16 años. Y todo eran sueños, ilusiones, vida y más vida:

I, I can remember (I remember)
Standing, by the wall (by the wall)
And the guns, shot above our heads (over our heads)
And we kissed, as though nothing could fall (nothing could fall)
And the shame, was on the other side
Oh we can beat them, forever and ever
Then we could be heroes, just for one day

Fuimos creciendo y acabamos en la Universidad. En mi caso, en el campus de Leioa de la Universidad del País Vasco, en Vizcaya. Bowie, seguía ahí, junto a nosotros.

La escena es imposible de explicar hoy en día, pero la Facultad de Ciencias de la Información, aquel mes de octubre de 1985, por la tarde, era un inmenso bar. La plazoleta, que ya no existe al haber sido incorporada al edificio, estaba completamente llena de jóvenes universitarios bailando, con birras y kalimotxos en la mano. En la entrada a la cafeteria grande, que tampoco existe, una barra de bar gigantesca servía birras y más birras a precios irrisorios.

Todo el suelo estaba sucio, impregnado de esa mezcla de agua de lluvia, suciedad y cerveza. La peña estaba completamente desfasada y yo sonreía: este lugar era perfecto para estudiar Periodismo. Todo el mundo parecía muchísimo más loco que yo. De unos altavoces cochambrosos salía música a todo volumen para terminar de conferir a la escena un patrón épico. Tenía 19 años y el mítico ‘Changes’ de David Bowie me soltó una descarga en el interior de mi cráneo:

Ch-ch-ch-ch-changes
Turn and face the strange
Ch-ch-changes
Don’t want to be a richer man
Ch-ch-ch-ch-changes
Turn and face the strange
Ch-ch-changes
Just gonna have to be a different man
Time may change me
But I can’t trace time

Entonces, me sentí completamente lleno, pleno, feliz.

Y llegó 1986. Hace 30. Bowie tocaba en Madrid, en el Calderón. Jose Guerrero y yo nos pillamos un bus y nos plantamos en el estadio madrileño con nuestras entradas. Vimos a Bowie en directo. No nos lo podíamos creer. Seguimos sin creérnoslo hoy, el día en que se ha marchado. Pero ahí estaba, cantando para todos nosotros la banda sonora de nuestra juventud, que luego sería la de nuestra vida.

Es lo que pienso de David Bowie, que escuchar sus canciones, incluso un día negro como hoy, es tener 20 años toda la vida. Sentirse joven, fuerte, ilusionado. Querer salir, beber y follar. Vivir y cantar a pleno pulmón. Enamorarse, escribir y bailar. Todo eso nos deja Bowie.

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Javier Fuentenebro se ha despedido de Bowie en Facebook, valga como resumen de todo lo que supone para todos nosotros: «El tiempo no ha extendido sus alas todavía. Habla de cosas sin sentido. Escribe tu guión , chaval. Y el mío ( Time- David bowie) . Se ha ido uno de los guionistas de nuestras vidas, aquel que irrumpió con rímel, se hizo negro, luego alemán, pero siempre un músico atrevido, sorprendente e innovador. Al hombre estrella se le ha apagado la luz, pero sigue iluminándonos en el cielo azul. Gracias por tus canciones, Bowie, gracias por los momentos que nos has brindado».

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Por terminar. Javier Fuentenebro nos llevó en los años noventa a un callejón que hay en Londres. Se llama Heddon Street y se accede desde Regent Street, en el centro, cerca de Picadilly Circus. Nos enseñó una foto, en el que se le ve con veinte años dentro de la cabina de la contraportada del Ziggy Stardust. Puedo decir que he estado dentro de esa cabina con Jose Guerrero y Javier Fuentenebro. Recuerdo que los ladrillos de las fachadas del callejón estaban todos completamente grafiteados y grabados a punta de navaja con nombres, fechas, deseos y frases. Seguramente, es el sitio desde el que David Bowie ha partido en este su nuevo viaje.

 

 

 

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