El orden sensorial.

Una de las cosas que más satisfacción me produce, no la que más, cuando me encuentro con un conocido, familiar, amigo o alguien a quien me acaban de presentar, es que me diga “te leo”.

Este hecho es también una tremenda responsabilidad porque cuando te dicen esto es como si, en la película Avatar, un na’vi te saludara diciéndote “oel ngati kameie” (“te veo”) para expresarte que es capaz de ver más allá de tus ojos, de percibir tu alma e iniciar una conexión personal y única contigo.

Quienes acostumbran a leer esta columna, vaya por delante mi agradecimiento a los pacientes lectores, no sólo se encuentran con ideas, opiniones, referencias y reflexiones sobre diversos asuntos relacionados con la empresa, sino también con extractos de conocimientos provenientes de diversos ámbitos de las ciencias, de la literatura, la filosofía o de la historia. Esto no es una fórmula vanidosa sino un recurso para encontrar respuestas desde la interdisciplinariedad, la conjunción y la visión paralela que permite el enriquecimiento del pensamiento. Pero ello también implica que, como escritor, desvele mi propia naturaleza.

Por fortuna, son otros muchos autores los que recurren a este mismo procedimiento. Es el caso de F.A. Hayek, premio nobel de economía en 1974, cuya obra El Orden Sensorial (1952) conviene traer a colación de esto último, ya que es un tratado de psicología teórica con el que, basado en su experiencia en un laboratorio de anatomía del cerebro humano (Viena), trató de sentar las bases de su hipótesis sobre el conocimiento económico y dar respuesta a los problemas que, tras la segunda guerra mundial, detectó la ciencia económica y que le resultó complejo solucionar.

Intentó hallar una relación entre la naturaleza de la mente, del cerebro y de las leyes que rigen a ambos y al universo, y estableció diferencias esenciales en el pensamiento racionalista de la época. Para Hayek, el racionalismo constructivista se centraba en la creencia de que el hombre puede transformar la realidad debido a su capacidad para entender las leyes naturales y sociales de su entorno. Y, en cambio, el racionalismo crítico perseguía la comprensión del universo entendiendo previamente las propias limitaciones de la mente, aunque deba usar ésta, la razón, para ese propósito.

Como extensión del racionalismo crítico, Hayek defendió que el individualismo debía reconocer que el hombre no tiene la aptitud suficiente para entender la estructura de la naturaleza y de las instituciones sociales, por lo que ha de aceptar su origen y evolución como resultado natural de la intervención de numerosos eventos y de incalculables seres humanos.

Las sociedades, en su conjunto, no pueden ser entendidas a través de su observación directa sino a partir de la comprensión y reconstrucción de las acciones de las personas que las conforman. Ello aportará luz sobre los procesos y conductas sociales que definen su posicionamiento y evolución. De la misma manera que la complejidad del cerebro humano sólo puede ser abarcada estudiando las unidades neuronales que lo componen y los procesos y mecanismos fisiológicos que los regulan y que determinan su propia actividad.

Esta concepción la trasladó, no al modelo de democracia, sino al de liberalismo. Es decir, un sistema de gobierno que legisla con reglas universales pero que, al mismo tiempo, reserva áreas privativas para cada individuo.

La sociedad la equipara a la mente como un todo que es mayor que la suma de sus partes, al contemplar íntegramente a los individuos (las neuronas) y a las relaciones (conexiones) que se establecen entre ellos como los determinantes de su cualidad más distintiva: la plasticidad y adaptación espontánea encaminada a la evolución natural del orden social.

Por ello, para Hayek, la economía debía indagar en ese orden social que emana de las acciones individuales de sus ciudadanos, tan diferentes como lo son las distintas células neuronales y sus diferentes funciones fisiológicas que, analizadas de forma aislada, evidencian acciones y conexiones parciales dispersas y aparentemente descoordinadas, pero que, en una visión global, muestran una estructuración superior dependiente de la distribución de sus recursos para alcanzar objetivos concretos.

Así Hayek, afirmaba que “suponer que todo el conocimiento está dado a una mente única de la misma manera que suponemos que está dado a nosotros los economistas, encargados de explicar la realidad, es dejar de lado el problema e ignorar todo lo que es importante y significativo en el mundo real”.

Dicho de otra forma, anteponer la sociedad a los individuos que la constituyen es como reconocer el desmérito de estos en la sobrevivencia de aquélla. De la misma manera que la integridad y capacidades superiores de un cerebro no se garantizan con el sacrificio de parte de sus redes neuronales o con la reducción de neurotransmisores.

Estimado lector, tengo la impresión de que tanto usted como yo sabemos lo que realmente es importante en el mundo real. ¿Me equivoco?

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

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