Los pactos del poder…

O el poder de los pactos. La verdad es que “tanto monta, monta tanto”. No trato de hacer una anáfora ocurrente o un juego de palabras oportuno. Nada más lejos de mi intención, cuando la realidad de este país nos revela, cada día, la mecánica de los poderes político y económico, más preocupados de sus acuerdos para mantener el “estatus quo” que ocupados en resolver la desalentadora realidad individual de la gran mayoría de sus ciudadanos.

Tras las elecciones generales estamos viviendo situaciones esperpénticas, casi salidas del ingenio literario de Valle-Inclán. Dos cuestiones me gustaría resaltar: lo sucedido en la primera sesión del Congreso de los Diputados y el trasiego de reuniones, llamadas y “correveidiles” que han protagonizado todos los partidos para llegar a acuerdos que les permitan repartirse el hemiciclo. Y algo más.

Antes, permítanme que haga mención al estudio realizado por M. Farah en el que analiza las consecuencias que la situación económica de una familia provoca sobre el desarrollo intelectual y cognitivo de sus hijos. En concreto, destaca que los niños que se crían en entornos de nivel socioeconómico bajo, con exposición a situaciones estresantes por no tener las necesidades básicas cubiertas y con familias desestructuradas, sufren retrasos en el crecimiento de sus cerebros.

Este hecho, vislumbrado hace tres lustros, animó a economistas, psicólogos y sociólogos a profundizar en sus investigaciones por las implicaciones que podía tener demostrar la correlación entre pobreza y desarrollo cerebral. Las pruebas aportadas ahora por la neurofisióloga Farah indican un menor volumen de diversas estructuras cerebrales en esos niños. Entre ellas, el hipocampo y el lóbulo frontal. El primero está implicado en el aprendizaje, la memoria y la neurogénesis. El segundo regula la atención y otras funciones ejecutivas como la planificación y la previsión de los actos.

Aún no se sabe si estos déficits pueden ser reversibles aplicando programas sociales y asistenciales especiales, pero se está seguro de que conllevarán serias repercusiones en los logros académicos futuros, en alcanzar peores estatus sociales y, presumiblemente, en adquirir ciertos desequilibrios interiores o infelicidad. Todo ello redundará probablemente en que esos niños, de adultos, serán personas que conformarán familias en las que se repetirán las situaciones de pobreza, de estrés y de carencias básicas. Y en las que nacerán hijos cuyos cerebros no podrán desarrollarse convenientemente.

Estamos ante un problema de perpetuación de la falta de habilidades y capacidades cognitivas para salir de ese círculo vicioso, que no es genético sino social. Es cierto que se ha de tener cierta cautela al manejar los resultados de esa investigación, no porque haya que avanzar más en la realización de un estudio longitudinal, sino porque se está a punto de cruzar la línea que pueda conllevar graves implicaciones políticas (S. Pollak).

Ahora volvamos a las dos cuestiones que comentaba al principio. Sinceramente, me parecen absurdas y faltas de sensibilidad política las noticias y referencias en las redes sociales acerca de las rastas, la indumentaria, la maternidad, las poses y demás minucias que protagonizaron la primera sesión del Congreso. Me lo parece porque lo que allí suceda es un claro reflejo de la sociedad que ha elegido a sus representantes. Lo cual, creo, ya es un avance porque es una manifestación de la pluralidad ideológica y sociológica de este país. Si no gusta observarlo en estos representantes, es bastante irracional pensar el porqué los hemos elegido.

Personalmente, soy más partidario de observar lo que una persona “hace y es” que de prestar atención a “lo que parece ser”. Y por supuesto, soy más partidario de otorgar el beneficio de la duda que dudar de lo que alguien se haya podido beneficiar. También de esperar que alguien demuestre lo que puede hacer que esperar que otros repitan lo que ya han demostrado hacer mal.

Dicho esto, pienso que estamos asistiendo a un vodevil, un improductivo carnaval de vanidades. A un tejemaneje entre bambalinas para hacerse con el poder legislativo. Antes de las elecciones imperó el “y tú más”. Después, “a ver quién puede más”. Siempre me ha parecido que las mayorías absolutas son una manifestación legal y democrática de una dictadura más que la actividad de un gobierno estable. Los pactos, coaliciones y acuerdos, para manejar un ejecutivo central, sobran si hubiera una voluntad unánime de defender los derechos y bienestar de los ciudadanos. Porque no se trata de salvar ideologías o modelos económicos. Se trata de salvar este país.

Pero nuestros políticos, los nuevos y los repetidores, no están ocupados en ello. Lo están en repartirse poltronas. Mientras tanto, el paro continúa por encima del 22%, las medidas de austeridad rompen familias enteras, la banda de desigualdades sigue ampliándose y la corrupción sigue expandiéndose. Es decir, estamos ante una situación real de depresión económica (J. Stiglitz).

¿Qué fotografía me hubiera gustado ver en aquella primera sesión? Un hemiciclo con los diputados y diputadas a los que realmente les preocupa nuestro futuro,  con un niño pobre en sus brazos, reclamando su derecho de tener una niñez sin carencias y un porvenir sin desventajas ya prendidas en sus pequeñas historias.

 

José Manuel Navarro Llena.

@jmnllena

 

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