La desaparición de la banca…

 

… al menos tal y como la conocemos, no sólo ha sido presagiada por algunos expertos (J. Müller), sino que la estamos viviendo a un ritmo mayor del que se esperaba. Y no me refiero a la que pudiera entenderse como consecuencia de la fuerte reestructuración que ha sufrido el sector (y la que va a sufrir de nuevo) como resultado de unas prácticas especulativas y de un comportamiento ciertamente ambicioso e insolidario de sus directivos, que ha desencadenado o contribuido (por no adjudicarle toda la responsabilidad) a un largo período de crisis del que aún no hemos salido.

Me refiero a que el modelo de banca tradicional, la comercial y sobre todo la de inversión, está siendo amenazada por el surgimiento de pequeñas empresas tecnológicas: las Fintech de las que hemos hablado en otras ocasiones. La era digital para la banca puede ser como el final del período Cretácico para los dinosaurios. Con la particularidad de que, al igual que la naturaleza supo adaptarse y seguir evolucionando sin la presencia de aquellos grandes reptiles, los mercados podrán prescindir de estas macroestructuras financieras tal como hoy las conocemos sin que se vean comprometidas la estabilidad del sistema ni la equidad de la economía.

La única diferencia es que el impacto de las Fintech no está siendo radical y extremo, como la imprevisible colisión de un meteorito o una inesperada gran erupción volcánica, sino que está ocurriendo de forma progresiva e imparable como una infección viral con altos grados de variabilidad, diversidad y adaptación. Con el añadido de que está contando con la aceptación de un ecosistema hospedador expansivo, en lugar de encontrar rechazo.

La banca ha tenido sentido durante muchos siglos sobre la base de un trueque sencillo consistente en tomar y prestar dinero, con unas condiciones claras en cuanto al uso de variables simples como el tiempo y el precio del canje. El tiempo, la evolución de los mercados, la irrupción de nuevos actores, la ansiedad por instaurar sistemas de ingeniería financiera, la acumulación de poder y la confusión e intercambio de papeles de los ámbitos político y económico…, han hecho que la banca haya ido creciendo y ocupando posiciones de privilegio en la pirámide evolutiva de los sistemas económicos. Pero las alturas y dimensión alcanzadas han hecho que se separe substancialmente de su origen y del sentido útil de su existencia: tomar dinero de quien le sobra y prestárselo a quien lo necesita, obteniendo un beneficio justo por su intermediación.

Pues bien, dejado el hueco en la base, las nuevas empresas Fintech se han colado en él ocupándolo con una visión nada especulativa, favoreciendo con la tecnología la conexión de aquellos dos colectivos sin cobrar por ello a ninguno de los dos. Con unas normas sencillas, transparentes y abiertas a la opción de estar sujetas a regulación por parte de organismos centralizados. Es la ventaja de no operar a la sombra ya que los que reciben dinero saben quién es el emisor y los que lo aportan eligen a quién transferírselo.

La economía colaborativa (“sharing economy”) ya no es una aspiración, es un modelo sustentado entre particulares que se abre paso en ámbitos tan diferentes como el uso compartido de vehículos, la compraventa de objetos, las donaciones, las inversiones o el cambio de moneda. Esto último, incluso, ha abierto un debate sobre la oportunidad y conveniencia de plantear la emisión centralizada de una moneda digital única que substituya al papel en circulación, que permita la trazabilidad de los movimientos de dinero y, por tanto, evite posibles transacciones ilegales o fraudulentas de fondos.

La gran banca, aun teniendo grandes recursos y todo la información conductual de sus clientes que le hubiera permitido aprovechar la oportunidad que le ha brindado la tecnología, sólo se ha limitado a hacer una transformación organizativa interna para dar cabida a un nuevo canal que replica los convencionales pero no aporta experiencias nuevas a sus usuarios. El nuevo paso que han dado ha sido adquirir empresas jóvenes del sector de las Fintech, pero ha sido con la intención de fagocitarlas (léase aquí la acción de un anticuerpo ante un antígeno).

Pero a veces, son los antígenos los que aprovechan la debilidad del sistema para crecer oportuna y controladamente hasta ganarle la partida por completo.

La desaparición de la banca no deberíamos entenderla como un hecho traumático sino como necesario. Es más, la propia banca debería reconocer que algo aparentemente grande está ocurriendo en el sistema financiero y que no es capaz de comprenderlo en esencia. Quizá porque lo vea como una gran amenaza al despegar las cifras de usuarios de las nuevas Fintech y crecer desmesuradamente las transacciones que realizan y los importes que mueven, no se están dando cuenta de que en realidad no es un problema de grandes dimensiones sino de pequeñas.

Aquí, el tamaño “pequeño” tienen una doble acepción: la atomización de las operaciones que fundamentalmente gestionan las Fintech y las proporciones de los dispositivos a través de los cuales se realizan.

La primera cuestión se refiere a la especialización y la simplicidad en la ejecución de las transacciones (sean transferencias, inversiones o préstamos, por ejemplo) ya que les permiten concentrarse en una de las cuestiones que más valoran los clientes: la experiencia de uso. Condicionada también por la inmediatez, costes reducidos y confiabilidad en el sistema.

La segunda cuestión es la progresiva utilización de los dispositivos móviles para realizar las operaciones financieras que típicamente se han venido haciendo en las oficinas bancarias. Hasta el punto de que se prevé que en 2020 podamos cruzar la línea que marque si no la desaparición de esas oficinas tal como las conocemos, sí una profunda transformación que conlleve incluso la pérdida de la asociación instintiva que hacemos entre banco y sucursal cuando pensamos en uno de los dos.

Las grandes entidades deberían reflexionar sobre la evidencia de que los usuarios ya consultan sus dispositivos móviles unas treinta veces más que uno de escritorio y una incalculable proporción de veces más que una visita a una oficina. Pero el móvil no deben verlo como una oportunidad para incrementar los canales operativos, los puntos de contacto con el cliente o para ampliar la toma de datos para completar su perfil de consumo, sino como un reto.

Un reto que implique abrir una vía de comunicación directa entre entidad y cliente, con el que se prime la personalización pertinente de la oferta, a la medida de la demanda, y con el que se le dé protagonismo al usuario para que decida la finalidad y los medios con los que se obtienen los beneficios que produce su dinero.

La digitalización conocida de la banca no contempla estas opciones y por ello se ve sometida a la subasta permanente frente a las ofertas de la competencia, lo que suele desembocar en el cambio de entidad con frecuencia y facilidad. Ya no hay bancos “para toda la vida” y la tecnología ha favorecido, a falta de experiencias únicas y de calidad, aún más el incremento de las tasas de abandono progresivo o total, ya que no es necesario hablar ni ver a nadie para conseguirlo.

Si los consumidores no piensan en términos de canal, sólo hacen uso de él, ¿por qué las entidades financieras creen que sí lo hacen y tratan de replicar lo que se hace en la sucursal y en banca electrónica con la excusa de que en todos los puntos de contacto deben mostrar la misma cara y hacer la misma oferta?

Desde mi punto de vista, el futuro de la banca está abocado a la pérdida de la hegemonía económica, aunque resulte complejo de imaginar, y a la desintegración de su estructura en unidades estratégicas de negocio capaces de adaptarse a la realidad de una nueva era en la que deben abandonar su papel de intermediadores y adoptar la figura de coadyuvantes, o colaboradores que ayudan o proveen de soluciones inmediatas a las personas.

Como idea, deberían empezar a pensar en el desarrollo de una aplicación que permita crear una cuenta que no les tenga como entidad financiera de respaldo, sino que el propio agente regulador central sea el que asegura y supervisa los movimientos de dinero de su titular. Es como si cada persona fuera la propietaria de su banco, unipersonal e intransferible. Con una sola cuenta o con varias con las que poder gestionar su dinero, para guardarlo, transferirlo, prestarlo, recibirlo o movilizarlo para operaciones de inversión o financiación, con unas reglas supervisadas por ese organismo central y siempre bajo su total responsabilidad.

Las nuevas entidades ya no serían intermediarios que generan mercados secundarios (ficticios) con los que especular con dinero ajeno para obtener enormes beneficios sobre un sistema que sólo usa referencias de valor y precios tan volátiles como difíciles de explicar y entender. Sino que serían como el gran hermano que vigila, aconseja y ayuda, pero no interviene salvo que se contravengan las normas.

Y alguno de ustedes se preguntará ¿y de dónde obtendrían ingresos para mantener una estructura mínima y suficiente?

La respuesta es fácil, pero dejemos que sean ellos las que la trabajen. ¿No le parece?

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

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