Me encanta volver a Guadix.
Me escapé con la moto esta misma semana y recorrí el medio centenar de kilómetros que unen la vieja Julia Gemela Acci con Granada. Adoro esta ruta por la A-92 que me permite subir y bajar continuamente y salvar riscos y pendientes para circundar Sierra Nevada hasta contemplar su Cara Oculta que duerme bajo la comarca de Guadix.
Así es. El aire, suave y fresquito que anuncia otoño bueno, de momento, convierte el trayecto en un placer y permite disfrutar de esta primera maravilla que ofrece la comarca de Guadix: la Cara Oculta de Sierra Nevada, como más a mano, salvaje y cercana. Lista para ser paseada y con conexiones cuasitelúricas con lugares remotos como Tocón de Quéntar, con sus carreteras que serpentean tan sinuosas y sus valles chicos pero lujuriosos por la ingente cantidad de belleza voluptuosa que atesoran.
Por eso me encanta coronar el Puerto de la Mora, recorrer el tajo sobre la Sierra de Huétor y llegar en Diezma para luego, ya en Darro, pillar el desvío para tomarme un bocata de campeonato en el Ecuador, santo y seña de una de las cumbres de la gastronomía del lugar: el pan. Adoro el pan de Guadix, esas hogazas infinitas, esponjosas como para quedarse a dormir dentro de ellas.
Ese pan lo encuentras por doquier en esta comarca accitana. Y no puedo dejar de mencionar el pan de Alcudia y sus pueblos limítrofes, donde me he imaginado bocatas de a hogaza entera rellenos con jamón, tomate y aceite, para comer en cualquier vereda con unas vistas que lo mismo miran a Sierra Nevada, que permiten disfrutar del paisaje único de las Bad Lands, que definen, marcan y también explican el carácter accitano.
Entonces es cuando me pongo un poco nervioso, porque sé que me falta poco por llegar a la cita con mi Guadix que enamora. Te lo juro. Guadix no es solamente una ciudad que enamora sino que es una ciudad para enamorarse. A mí, me ha pasado. Te enamoras de la riqueza de su huella de historia que surge a la vuelta de cada esquina de la ciudad, de sus insignes hijos que forman parte de la Historia que se escribe con mayúscula y de un pulso cultural que hace que brille en el panorama andaluz con personalidad más que propia.
Pero, gastronomía, naturaleza, patrimonio, historia y cultura aparte, lo que más me gusta de Guadix son las sensaciones que me nacen en los centros cuando tomo el desvío y me rodean sus cuevas, sus chimeneas en el suelo, esos agujeros negros que llevan a universos que son hogares donde buenas familias viven acariciando unas costumbres y tradiciones que convierten a la vieja ciudad en un lugar único en todo el mundo.
Y esta condición, también hay que saber disfrutarla, dejándose pasear y volar la imaginación por cada recodo, parándose en tantas iglesias y edificios históricos, palacios y palacetes, alcazaba en todo lo alto y miradores con historias e historia. Hay trazas de todos y cada uno los que alguna vez pasaron por Guadix a lo largo de los siglos, y todas ellas esperan coquetas para el que tiene hambre de Guadix y de belleza. Recorrí la ciudad entera desde su incomparable Catedral hasta el Barrio de las Cuevas y, sí, ahí seguían todo ese rosario de edificios emblemáticos, durmiendo silentes a la espera de ser despertados por el ardor de quien reconoce su valía.
Y luego, están los amigos. El mío se llama Torcuato Fandila (por cierto, el autor de la foto de este post) y, cada vez que nos vemos, como que pasa algo. Pero eso, eso os lo contaré otro día porque, Guadix, también tiene una sensación única, y es aquella que te entra cuando te tienes que marchar, porque siempre me parece que me dejo algo, algo por hacer, por sentir o por vivir.