(Las fotos, del gran González Molero)
Y haciendo cosas que rompo para arreglarlas y volver a romperlas paso mi tiempo». Apenas puede leerse ya la frase escrita en el grafiti más famoso que El Niño de las Pinturas nunca firmara. Se encuentra en la Cuesta de Escoriaza y ahora está cubierto por maleza y tiene delante un depósito de basuras. Da igual. En Google, Flickr y todas las páginas de Street Art, Arte Callejero, está reconocido como una obra de arte. Los guiris van a verlo a diario y lo respetan. La persona, El Niño de las Pinturas, es encantadora. En el Realejo es como Sinatra al piano en Las Vegas, un tipo cercano que saluda a todo el mundo. Sentados en unos toneles mientras nos preparan la comida en el bar Papaupa de la calle Molinos empieza a desgranar las respuestas que serán distintas al discurso oficial, rompedoras, polémicas, lisérgicas, poéticas, ráfagas de talento que se perderán como sus grafitis como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de pintar.
–Hace más de dos décadas que te entrevisté por primera vez. Eras Sex69 y no tenías siquiera veinte años. ¿Qué ves cuando miras hacia atrás?
–Estoy ya cerca de la cuarentena. Voy a cambiar de prefijo en un rato (Y se parte de risa ante el cambio de los treinta a los cuarenta). Me gustan mi familia y mis colegas (barrunta). (No le hace mucha gracia esto de las entrevistas. De dar la cara. Digamos que su cara son precisamente sus pinturas. No quiere construir un personaje que, sin embargo, no para de crecer día a día). (Entonces, se arranca). En estos últimos tiempos he repasado mucho el trabajo anterior, por la historia de que cumplía mis veinte años pintando. El trabajo lo tengo siempre muy ordenado. Así que cuando miro hacia atrás sé lo que he hecho. Soy consciente. Pero… no se trata de tener la cabeza ahí atrás… ni siquiera en el futuro. Sino aquí. Y estar pendientes de los detalles hace que el futuro pueda ser mejor. Me viene la frase esa de: ‘No es tanto de dónde venimos sino quiénes somos a dónde vamos’… Aunque la fuerza, la fuerza siempre está en las raíces.
–¿Dónde están tus raíces?
–Tal y como yo las entiendo y las siento están en este planeta. Son amplias, grandes, y tal y como las pienso y comprendo, llegan a concretar con muchas muchas muchas más raíces que hay por ahí. Conecto y formo parte de raíces. Y por otro lado –¡juas–! en el Zaidín. En las calles del Zaidín tengo las raíces. Mejor, más bonito, en el barrio del Zaidín.
–Se me había olvidado. Eres zaidinero…
–Sí , sí. Llegamos al Zaidín en los ochenta.
–¿Qué recuerdos tienes?
–Buenos, bonitos, mucha gente, muchas personas, mucha época de cosas distintas. Cuando eres crío te va dando por una cosa y luego te va dando por otra. La verdad es que fue un buen barrio para crecer. En aquel momento, donde yo vivía era el límite, se acababa la ciudad. Y eso para un crío siempre era muy interesante. Todo era campo hasta Huétor. Mucha vaquería y muchas panochas.
–¿Y cómo recuerdas Granada, el centro?
–Yo es que el centro no. Yo he estado siempre mucho en mi barrio. Al centro íbamos a las fiestecillas que tal y a las salas que cual. Nosotros éramos más de estar por nuestro barrio. Cuando llego el grafiti ya sí íbamos a otros sitios. Pero ya era más pintar con los colegas de allí.
–¿Cuándo aparece en tu vida tu primer bote, spray, rotu?
–En la EGB. Y ya buscamos la manera para tenerlo y fuimos buscando la forma para encontrar sitio donde gastarlo. Pero bueno, eran cosas de críos. Yo iba con esa alegría que te entra. Recuerdo en aquellos tiempos, cuando empezamos a firmar, que no éramos tres locos, había mogollón de gente. Todo el mundo tenía su firma y eso era muy interesante Chavales preocupándose, que buscaban su estilo, trucos, nuevas letras. Aquí no había nada. Todo era nuevo. Fue muy interesante ver cómo iba creciendo y, mucho más, formar parte. (De repente, cambia de tercio) También estoy en el Realejo ¿Eh?
–Cierto. Vives y pintas aquí, en el Realejo.
–Vivo aquí y pinto donde puedo. De hecho, ahora estoy pintando más en el Almanjáyar que aquí. En la plaza Mercedes Alta, prácticamente, todos los edificios que hay los he pintado ya. Me gusta en especial un homenaje a Paco de Lucía, que tenía muchas ganas de hacer. Para verlo tienes que estar delante, no se puede ver de lejos y eso le da un toque de privacidad, aunque está en la calle. Tiene su aquel.
–Te gusta el flamenco. Te gusta lo flamenco. Porque en el Sacromonte tienes también pintado un homenaje a Enrique Morente.
–Sí. Porque a Morente, a este señor, lo he escuchado mucho, con su gente, con quien ha estado cerca de él. Y cuando estaba pintando en México me enteré que se había ido y que también se había ido una señora del barrio. Y cuando volví quise hacer claramente un homenaje a cada uno de ellos y a cada uno en su sitio. Me gusta que mi pintura tenga fondo, carácter, sentimiento. En el momento en que te acercas al flamenco, algo tan rico, y pintas algo, sin hacer nada ya está enriquecido de sobra. Como muchas cosas a las que me arrimo, que me llaman, que me son cercanas. Y son cosas que tienen mucha mucha consistencia, materia. El Flamenco me ha venido de mi abuelo, que le gustaba muchísimo. Y desde que soy pequeño siempre ha estado ahí. Y luego, si esta ciudad la andas, es inevitable. El que menos te esperas coge una guitarra y ya está loco. (Y se lanza ya) El barrio (el Realejo) también está lleno de gente que hace guitarras. Está lleno de todo. Hay luthieres legendarios. Hay movimiento. Y eso de alguna forma, quieras que no, si te entra pues… por algún lado te tiene que salir.
–Creo que te entiendo. O al menos lo intento. Pero ¿y el resto? Me refiero a quienes critican vuestros grafitis.
–A la gente no… (titubea durante menos de un microsegundo. Y dispara). Si ya han existido grandes muralistas a lo largo de la historia y están respetados. Y de repente, aparecen unos minimuralistas, que no son grandes y, además, sale gratis… ¿Qué más me da? Yo soy feliz. Y si lo consigo soy más feliz. (Y desarrolla entonces su idea, con convicción absoluta). La capacidad que tiene el ser humano de llegar a disfrutar de las cosas que hacen los demás. Es eso. Cuanto más crece más felicidad hay. No te llegan quizá a convencer pero puedes ser capaz a disfrutar de facetas. No hay nada realmente negativo. Todo tiene su gama de colores. No hay que ver las cosas blancas y negras. En este mundo todos somos distintos y así deberíamos ser. De seguir siéndolos depende que seamos felices.
–¿Cómo enseñas la ciudad a tus amigos, visitas, colegas, compañeros? ¿Por dónde empiezas? ¿Tienes una ruta?
–Lo bueno de Granada es que se enseña sola.
–Ajam. Pero…
–Pues como todo el mundo. Los llevo a sitios, a mis sitios favoritos
–¿Cuáles son?
–No te lo puedo decir.
–Lo sabía. Sabía que no me lo ibas a contar.
–Lo bueno es que somos distintos y a cada uno le gustará unas cosas. Ser todos iguales es una puta mierda.
–Venga. Dime un sitio…
–¡Que no, tío! El sitio que te pueda decir lo mismo mañana es una mierda. Cada uno que descubra los suyos. Que cada uno siga su destino. Aquí hemos venido a respirar, comer, beber y soñar. Por ese orden. Luego ya veremos. Pero esas cuatro cosas, fijo.
–Granada, lo bueno, lo malo, lo especial, lo raro, lo brillante, lo oscuro, lo espeso, lo casposo, lo peligroso… Es por no preguntarte qué te parece Granada.
–¡Yo qué sé! Granada es una jodienda. (Se lo repiensa) Lo que lleva siendo esta ciudad desde que yo la conozco es cuna. Un sitio que planta semillas y luego no las deja crecer. Aquí hay gente que viene y se queda, que nace y no se quiere ir porque hay otra forma de vida, pero no se le saca partido. Muchos tienen que buscarse la vida fuera. El trabajo aquí es penoso. Es una lástima. No puede responder a otra cosa que no sea una mala gestión, porque Granada es una joya. La ciudad y su entorno y la gente que vive aquí. Hay de todo y culturalmente hay de todo. Quizá falte un poco de plataforma, para que todo lo que hay en la ciudad por ser como es pueda seguir aquí. Que se pasee por estas calles y también se pueda vivir de ello. (Y remata). Fuera hay que ir para conocer y para compartir.
-¿Cómo es el granadino. Hay patrón común?
–Cada uno es cada uno. Lo importante es cómo es el encuentro entre la gente aquí. Y creo que cuando es natural es perfecto. Pero muchas veces hay cosas en contra. Nos ha pasado que de forma natural hemos encontrado espacio hemos pintado libremente porque la gente lo comprendió y se produjo el encuentro en que las personas se pusieran de acuerdo. Y de repente, ha dejado de pasar de una forma antinatural. Estamos intentando recuperarlo, pero es una lástima que desandemos algo que ocurrió de manera natural. Buscamos más encuentro, mas respeto. Menos control y más autocontrol. Significa responsabilidad. Me refiero a que lo que nos gustaría a todos es ser más responsables. Al final, es culpa de quien inventó la culpa.
–Te vi aquella madrugada en la Plaza del Carmen, cuando los antidisturbios de la Policía Nacional desalojaban a los acampados del movimiento 15M. A ti te sacaron entre cinco policías nacionales. Estabas en primera fila.
-Bien. Bien. Mal. Mal. Estuvimos allí y mira cómo nos sacaron de ahí. En eso no quiero entrar. No quiero hablar de política. Dicen que todos somos animales políticos. No sé lo que quieren decir. Estaba allí, pasé por ahí. Decían cosas que nos parecieron bien y nos quedamos. Luego vinieron otros y nos sacaron. Eso pasó, pasó ayer y pasará porque va a haber gente quejándose. Esto no cuadra. No va bien.
-Siempre pintas. ¿Cómo te ganas la vida?
–A este mundo hemos venido a respirar a beber a comer y a soñar. Y después ya hacemos lo que nos da la gana. Lo de ganarse la vida no sé yo… Cada día que pasa es ganarle a la muerte. No es ganarse la vida. (Se detiene y, por fin, responde) Vale. Soy pintor.
-Entremos si te parece en el debate de los grafitis, las pintadas, la suciedad, la contaminación…
–Intentar poner nombre a las cosas no es buscar la solución. La jugada es que en las cosas pequeñas nos ponemos de acuerdo. Cuando hemos hecho cosas pequeñas, cuando empezamos a pintar en 2001, fue en el centro de Granada, y pintamos, y la gente lo aceptó y lo disfrutó. Esa es la clave.
–¿Y ahora qué diablos pasa?
–Aquí no pasa nada y si pasa algo se le saluda.
–¿Qué solución le ves?
–No veo un problema. Veo una situación un poco sin sentido, porque problema lo que es problema, no hay. Si por un lado tenemos gente que había aceptado el trabajo de otra gente, no sé qué intermediario hay o qué ha cambiado para que me hagas esa pregunta… No veo problema. Veo una falta de comunicación que quizás, ahora, se está empezando a solucionar, tal vez porque se acercan las elecciones. Nosotros haremos lo que tengamos que hacer. Lo importante es que fomentemos la comunicación y el encuentro entre los pueblos, que es lo que hace posible crecer.
– Me quedo en silencio. Hemos terminado de comernos unas hamburguesa caseras en el bar Papaupa del Realejo, donde ha expuesto recientemente y ha celebrado sus dos décadas como pintor. Me da la impresión de que quiere extenderse. Es un tema que le interesa y ya me ha advertido que quiere tener el control sobre lo que dice, porque le afecta directamente. Es lo más normal. Entonces, continúa.
-¿Cuál es el problema? La necesidad de crear un personaje, pero eso es constante ahora. ¿Por qué pasa? Lo que yo quiero dejar a los demás es lo que pinto en las calles… ¿Por qué esta entrevista? ¿Por qué lo que pienso? Si aquí mismo está pintado lo que pienso. Trato de cumplir esta misión. Por algo será.
–Sigo callado. Le pregunto por la acción policial en Granada.
–Me resulta curioso cómo quieren criminalizar y multar fuertemente a chiquillos que han pintado en esos lugares históricos mientras que toda esa gente hace miles de años que tenían que gastarse los dineros en arreglar esos monumentos que se están cayendo. Da que pensar. También puede pensarse que se quiera visibilizar estas acciones para ocultar su responsabilidad de mantener vivos los monumentos.