La fiesta de la primavera vuelve, como cada año, a demostrar varias cosas. Una de ellas es la inexplicable existencia de un recinto hecho para beber, cuando en el resto de la ciudad no se puede hacer. La llegada de la primavera también muestra que Granada tiene una infraestructura viaria totalmente deficiente, con su tamaño, con su población, y con la actitud de sus jóvenes en días como hoy.
Las consecuencias de esta fiesta son variadas, entre las que están la suciedad o un despliegue policial y sanitario que podría estar ocupándose de otras cuestiones. Pero como aquí se habla de motor, hay que decir que la reunión de más de 20.000 jóvenes en el botellódromo ha provocado importantes retenciones en la Circunvalación de Granada, así como en las vías principales del centro de la ciudad.
No es de recibo que una fiesta cree un atasco monumental y que pare el tráfico de una ciudad y de su área metropolitana. Los conductores que cruzan Granada seguramente lo hacen para ir y venir del trabajo o por cuestiones personales, no lo hacen por puro capricho. A cualquier conductor que se encontrara paralizado en mitad de la autovía porque la salida de Méndez Núñez estaba cortada o porque el ‘efecto mirón’ de la fiesta crea retenciones no le hará mucha gracia la fiesta de la primavera.
Un atasco así puede justificarse por una manifestación, una protesta o una huelga. Se puede entender. Pero en un momento en el que vivimos, resulta muy llamativo y sobre todo vergonzoso ver cómo una ciudad se puede paralizar por un evento tan discutible como un gran botellón. La fiesta de la primavera de los últimos años en Granada es también la fiesta de los números, no es fundamentalmente la fiesta en la que te reúnes con tus amigos para dar la bienvenida a una estación, sino que su éxito se mide por las personas que han llegado de Almería, Jaén, Sevilla o Extremadura. O incluso por su éxito en twitter. Los jóvenes, quizá, tendría que pensar también en esto.