“Que se jodan”… más que una expresión soez pronunciada por una parlamentaria –cuyo nombre no será necesario que se lo recuerde- en el Congreso de Diputados durante el funesto discurso del presidente del gobierno el pasado once de julio, en el que anunciaba el último paquete de medidas para calmar a sus socios europeos, es toda una declaración de principios. O de ausencia de estos.
No voy a añadir nada más a lo ya publicado en diferentes medios y a lo vertido en las redes sociales, aunque sí una confesión: estas palabras, que en ocasiones pueden resultar oportunas y hasta jocosas, dichas en ese contexto me provocaron la más profunda de las tristezas, acompañada de indignación y, si me apuran, de malos pensamientos. Máxime cuando se produjo en un entorno de exaltación partidista y vítores clamorosos, en lugar de haber originado un ambiente de preocupación y seria reflexión sobre lo que se estaba exponiendo y sus consecuencias para la ya precaria economía de muchos ciudadanos.
Hasta tal punto me produjo un estado de shock intelectual y emocional, que me quedé bloqueado en la escritura de lo que debería ser este artículo: “Social Intelligence”. De pronto se me antojó inútil, casi frívolo, estar hablando de marca personal y empresarial en los Social Media, de herramientas Social CRM, de co-creación de productos, de Social Business …, cuando asistimos al desmoronamiento de la moral colectiva, a la sentencia de las clases trabajadoras y de las más desfavorecidas económicamente, a la burla hacia el pueblo por parte de los poderes públicos, a la dolosa enmienda de nuestra economía mediante medidas que ya han demostrado en otros países su ineficiencia, a la sarcástica obcecación en inyectar dinero a los “bancarios” que han traicionado los principios estatutarios y el carácter social de las entidades que han sacrificado para su propio beneficio, a la zancadilla hipócrita a emprendedores y pequeños empresarios y a la pérdida de confianza general que provoca que salten preocupantes rencores entre empleados y desempleados, clientes y proveedores, trabajadores y representantes sindicales, audiencias y medios de comunicación, …
Según Stephen R.M. Covey, “hay algo que tienen en común cada individuo, relación, equipo, familia, organización, nación y civilización en todas las partes del mundo; algo que si desaparece, acaba con el gobierno más poderoso, la empresa con más éxito, el liderazgo más influyente, la amistad más sincera, el carácter más fuerte y el amor más profundo. En cambio, si se desarrolla, ese algo encierra el potencial de generar un éxito y una prosperidad sin parangón en todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, es la posibilidad menos comprendida, más descuidada y más subestimada de nuestro tiempo. Ese algo es la confianza”.
Pues bien, a esa ausencia global de confianza hemos de añadir el calculado y cruel asesinato de la esperanza.
Y que conste que me cuesta reconocerlo cuando, en relación con el texto que quería redactar para este espacio, evoco términos como sharing economy, crowdsourcing, crowdfunding, redes P2P, co-working o commons territory.
El mundo 2.0 ha propiciado que personas sin relación cotidiana o cercana compartan desinteresadamente conocimientos, que empresas convoquen concursos abiertos para contar con el talento de desconocidos, que proyectos de diversa índole puedan ser llevados a cabo mediante la cooperación económica colectiva, que usuarios con intereses comunes compartan información sin intermediarios, que determinados trabajos puedan ser desarrollados de forma cooperativa aportando cada individuo lo que mejor sabe hacer, y que haya espacios donde todos los implicados participen de igual a igual por el bien común.
Me cuesta comprender cómo en el terreno de lo virtual, los humanos somos capaces de poner nuestros recursos, tiempo, capacidades, creatividad y voluntad al servicio de proyectos colaborativos, y en el ámbito de la sociedad tangible no somos capaces de aunar esas mismas aptitudes y actitudes para abordar conjuntamente la solución a las crisis económica y de valores imperantes, mientras nos dejamos atropellar por los mismos políticos y directivos financieros que nos han abocado a ellas.
Quizá haya que buscar fórmulas para encontrar esa disposición a no aceptar la imposición de medidas que conducirán a un mayor empobrecimiento de la gran mayoría de personas y al enriquecimiento de una oligarquía cada día más poderosa.
Quizá cada uno, desde nuestra responsabilidad y en nuestro ámbito, debamos aportar soluciones para obligar al Estado a rectificar desde su origen esta desestructuración y falta de honestidad sistémicas.
Quizá, entre los de abajo, debamos reconstruir eso que se llama confianza.
Quizá tengamos que empezar por ponerle un nombre: “Crowd Willing” o Gente Dispuesta a no aceptar que le roben la esperanza, porque tras su expolio aparecerá el miedo. Y el miedo, todos lo sabemos, sólo conduce a la irracionalidad y a la violencia.
José Manuel Navarro Llena
Se puede decir más alto pero no más claro 🙂