O sonría y toque. O más atrevida y abiertamente, ría y abrace.
Más que una sugerencia debería ser un hábito diario. Pero no una rutina mecanizada que incorporásemos como una tarea más a lo largo de la jornada, sino dos prácticas que deberíamos llevar a cabo de forma natural, sin ambages. Siendo conscientes de los beneficios que nos aporta y que revierte en quienes nos rodean.
De sobra son conocidos los efectos de la risa y de los abrazos sobre la salud mental y física de los individuos y de los colectivos, representada aquí por la cohesión social. Y muchos son los estudios científicos que han documentado las terapias basadas en ambos gestos, tanto en el desarrollo afectivo y cognitivo desde pequeños como para paliar algunas enfermedades de orden psicológico u orgánico.
Pero ahora centrémonos en cómo influye en nuestra toma de decisiones una sonrisa o el roce de un (des)conocido. Antes, les propongo realicen dos pruebas que durante un par de mañanas. No es mucho tiempo ya que podrán ejecutarlas mientras hacen su trabajo diario. La primera es que, desde que inicie la jornada, frunza el ceño como si estuviera enfadado. Todo el tiempo. Y observe cómo le miran las personas con quienes se cruza, las reacciones de sus compañeros, su propio comportamiento y la calidad de las tareas que ha realizado. Y en la segunda, sencillamente sonría, pero no de manera forzada; ha de ser una sonrisa franca, aunque al principio le cueste.
A lo largo de esas dos mañanas, si no se han producido eventos inesperados, habrá podido comprobar cómo al finalizar la primera su estado de ánimo es realmente malo, en las tareas que ha realizado no ha conseguido una concentración suficiente y es posible que haya surgido alguna discusión innecesaria o haya podido obtener la desaprobación de un proyecto. Definitivamente, no habrá sido una buena mañana.
En cambio, en la segunda, las personas con las que se relaciona habrán sido más participativas con usted, habrá sido más resolutivo y productivo, le habrán atendido mejor en las consultas que haya realizado y, finalmente, se sentirá francamente bien consigo mismo y con los demás.
Esto es así por dos razones. En primer lugar, las emociones en los humanos tienen una doble vía de actividad. Es decir, cuando experimentamos una emoción, el sentimiento que nos embarga los expresamos principalmente mediante el gesto facial correspondiente, de manera que transmitimos nuestro estado de ánimo a través de él y, de alguna manera, ello también nos ayuda a liberar las tensiones internas que se producen de forma simultánea a los cambios neurofisiológicos implicados.
Pero a la inversa, si forzamos uno de esos gestos (como el de alegría, enfado o ira), la involucración de los músculos faciales para poder expresarlos abiertamente provocará que se desencadene la actividad neurofisiológica oportuna (P. Ekman) y, por tanto, variará el estado de ánimo relacionado con el sentimiento que estamos expresando.
Y en segundo lugar, la expresión de las emociones que podemos llamar positivas, cuando son sinceras (como la sonrisa de Duchenne), genera en los demás confianza y una corriente empática que facilita la relación. En el caso de las negativas, ocurre lo contrario: desconfianza, alejamiento y rechazo… emociones inconscientes que terminan “enturbiando” una situación e influyendo en las tareas y en la toma de decisiones.
En cuanto al tacto, sin llegar al abrazo ni a la caricia, el simple roce desencadena una serie de reacciones internas orientadas al reconocimiento del otro, a la aceptación de pertenencia al mismo grupo y al afecto entre iguales. El tacto es el primer sentido en desarrollarse y comparte origen embriológico con el sistema nervioso. Es la frontera entre nosotros y el mundo que nos rodea; nos proporciona información sobre nuestro cuerpo y nos comunica con el entorno.
El contacto entre humanos libera una hormona, oxitocina, responsable (entre otras funciones) de generar las relaciones sociales, de confianza y generosidad, y dos neurotransmisores, dopamina y serotonina, involucrados en los procesos de placer, refuerzo e inhibición de la ira o la agresividad (por simplificar con algunos ejemplos).
Si a nivel personal la sonrisa y el contacto físico desencadenan corrientes de afecto y empatía que repercuten positivamente en la relación entre individuos, lo que se ha demostrado también es que en el terreno profesional influye en la efectividad de las tareas que estén realizando, de forma individual o colaborativa, en la motivación intrínseca para afrontar nuevos retos y en el clima laboral general.
Y en el ámbito comercial, diversos experimentos han evidenciado que las personas estamos dispuestas a consumir más, a pagar más o a dejar más propina, cuando las propuestas comerciales que nos hacen vienen presentadas por alguien sonriente o se ha producido un roce involuntario entre vendedor y comprador.
Los humanos podemos racionalizarlo todo pero no podemos sustraernos a nuestras emociones ni a los desencadenantes de ellas, que son los que van a determinar que tomemos decisiones inconscientes y más generosas movidos por la corriente de simpatía y afecto que produce una sonrisa amplia y una caricia sincera.
Ya sabe, si quiere conseguir algo, sonría y toque.
José Manuel Navarro Llena.
@jmnllena