No. No son dos estrellas del balón que pretendan el premio al mejor jugador de la UEFA; ni el título de una película en la que dos afamados actores limpien las calles de delincuencia; ni tan siquiera un dúo musical que nos alegre algunos días con sonidos que nos recuerden a Simon & Garfunkel (ojalá). Cruft y Giffen son conceptos aparentemente no relacionados pero que, de vez en cuando, merece la pena no perderlos de vista para saber qué ocurre con nuestra economía.
Pero antes una pequeña reflexión acerca de cómo hemos conseguido alcanzar la situación actual en la que existen pueblos más desarrollados, naciones más opulentas, colectivos más favorecidos…, mientras otros muchos quedan atrás, bien porque nunca llegaron a progresar tecnológicamente o porque profundos cambios o injerencias externas se cruzaron en su camino para condicionar su destino.
La historia de la raza humana ha seguido múltiples trayectorias para sus distintos pueblos debido a las diferencias existentes en sus entornos y a los agentes que podían influir en ellos, como es el caso del clima, el tipo geológico de su geografía, los recursos marinos, la superficie y la fragmentación del terreno…, pero no debido a diferencias biológicas entre los propios pueblos (J. Diamond), lo que nos sitúa a todos los seres humanos en el mismo plano evolutivo y de capacidades intelectuales, aunque con disimilares oportunidades, para expresar el potencial de desarrollo tecnológico que hemos observado a lo lago de los últimos diez mil años.
Las circunstancias que en origen llevaron a determinados colectivos a progresar más rápidamente estuvieron muy determinadas por la propia concentración de habitantes en torno a sistemas agrícolas favorecidos por las especies del entorno, lo que produjo una pronta estructuración de aquellas sociedades y la creación de sistemas de producción orientados a almacenamiento e intercambio. Y, con el tiempo, a la aparición de las organizaciones políticas, militares e institucionales que marcaron las grandes diferencias entre naciones con más o menos recursos y acumulación de riqueza.
Algunos de los condicionantes que ayudaron a que algunas sociedades alcanzaran mayores grados de desarrollo fue su propia estructuración, ni excesivamente uniforme ni fragmentada, con la capacidad para organizarse en grupos independientes entre sí pero permitiendo cierto grado de capilaridad para permitir el flujo de conocimientos, de intercambio económico y el respeto de las libertades. Algo que tras la revolución industrial y las dos guerras mundiales ha ido desdibujándose para depender de otros factores relacionados con la hegemonía de poder militar y económico.
Si tuviéramos que hacer una traslación de la organización de las naciones que demuestran un verdadero progreso social y cultural (y, consiguientemente económico) a la de una empresa, obtendríamos un curioso paralelismo entre ambas. Caracterizándose el primer caso por el nivel de calidad de vida y de libertades que disfrutan sus ciudadanos y, el segundo, por el saneado posicionamiento en el mercado y elevada satisfacción de los empleados y clientes de esas compañías.
Ejemplos de naciones y de empresas que están en estas posiciones los tenemos en los informes especializados que anualmente se publican desde diversos observatorios, manteniéndose los primeros puestos del ranking con muy pocas variaciones de un año para otro. Pero en todos ellos coincide una característica común: el ajuste de sus estructuras políticas o gerenciales con un enfoque orientado a conseguir objetivos referidos a mejorar el estatus de las personas.
De hecho, los conceptos con los que aparece titulado este artículo suelen observarse en las naciones y empresas que no están precisamente en aquellas primeras posiciones. Veamos:
Cruft: término usado en ingeniería para definir los códigos informáticos que ya no sirven, los dispositivos electrónicos que están obsoletos, los materiales renovados…. Objetos que pueden seguir funcionando correctamente y que pueden desempeñar un papel que antes fue importante, pero que han sido arrinconados y substituidos por otros nuevos. Llevado al terreno de los recursos humanos, todos aquellos empleados que tras ser relevantes para una empresa pasan a un segundo plano o son sencillamente despedidos.
Giffen es un bien de primera necesidad, sobre todo para los colectivos más desfavorecidos, que se caracteriza por una curva de demanda positiva; es decir, cuanto más aumenta su precio más aumenta su demanda. Lo que genera más pobreza (A. Marshall) y, a su vez, más demanda (para comprenderlo mejor: imagine que sólo puede comprar lentejas y añadir un poco de cebolla y zanahoria al potaje de todos los días, si sube el precio de las lentejas se verá obligado a comprar sólo este producto y tal vez zanahorias; pero cuanto más suban las lentejas, no podrá comprar nada más que lentejas y, como consecuencia, también se verán perjudicados los productores de los otros dos productos que no puede adquirir).
Pues bien, ahora observe la situación de nuestro entorno social y empresarial y piensen de cuánto cruft estamos rodeados y cuántos bienes giffen condicionan la depauperada realidad económica de muchos ciudadanos.
No. Desafortunadamente cruft y giffen no son el nombre de dos jugadores, dos actores o un dúo musical de moda.
José Manuel Navarro Llena.
@jmnllena