Hace poco, un joven y prometedor arquitecto (tres palabras que, separadas o juntas, hoy llevan aparejada la incertidumbre laboral en este país) me envió por “whatsapp” una imagen que contenía la siguiente frase: “Lógica japonesa. Si alguien puede hacerlo significa que yo puedo hacerlo. Si nadie puede hacerlo, yo puedo ser el primero… Lógica española. Si nadie puede hacerlo ¿para qué voy a hacerlo yo? Y si alguien puede hacerlo, que lo haga él”. Imagino que, como cualquier español, como mínimo habrá esbozado una leve sonrisa. Es una de nuestras virtudes, reírnos de nuestros defectos. Envidiar la fortuna del ajeno, una de nuestras ocupaciones. Triste, pero real.
Otro ejemplo más de la lógica española es la reciente disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones. Finalmente se ha cumplido lo que esperábamos sucediera teniendo en cuenta el calado y la misión que han demostrado tener, más personal que vocacional, nuestros políticos.
Si Imaginamos que España fuera una gran empresa, los políticos conformarían el cuadro directivo, los funcionarios serían la plantilla y los ciudadanos los accionistas. En una situación como ésta, ¿cuánto tiempo creen ustedes que hubieran durado sus directivos inmovilizando la compañía durante seis meses, generando pérdida de confianza en los mercados y duplicando gastos en un período de escasos ingresos?, ¿hubieran permitido sus accionistas la desvalorización de sus participaciones sin la inmediata exigencia de dimisiones?, ¿se hubiera tolerado que algunos jefes “metieran la mano en el cajón” sin su expulsión y sin exigir procedimientos de control y auditoria más expeditivos?, ¿se les hubiera consentido volver a coger las riendas de la organización tras haber demostrado incapacidad, terquedad en mantener la inoperancia e insensibilidad hacia la comprometida situación de la empresa?…
El problema es que el gobierno no es una empresa sino, como dicen algunos, un cortijo público donde hacer y deshacer sin la más mínima preocupación acerca del estado en el que se dejará una vez pasado el período por el que han sido contratados sus gobernantes (o manigeros). Quienes, además, no asumen responsabilidad alguna. Ni se les exige.
Si fuera una empresa, sería necesario recuperar la teoría de la administración humanista de M.P. Follett, o las aportaciones de A. W. Kornhauser en el ámbito de la psicología industrial, para priorizar la visión de los trabajadores en la solución de problemas frente a la de la gestión impuesta por la dirección. Ambos autores defendieron la fortaleza de la compañía redefiniendo los conceptos de poder, autoridad y liderazgo.
El mismo Kornhauser, en su obra “La política de la sociedad de masas” advierte de los riesgos de aparición de movimientos totalitaristas cuando la sociedad pierde su capacidad de cohesión, el estado se aleja de la realidad del ciudadano y la tensión social se resuelve con protestas violentas. A estas condiciones estamos llegando tras años de crisis sostenida y mal gestionada, en los que en lugar de la búsqueda de soluciones han prevalecido las conductas corruptas, la presión fiscal para los trabajadores y las políticas financieras especulativas. A ello hay que sumar, además, el doble rasero con el que se aplica la justicia a los defraudadores y esquilmadores del erario público. La primera frase que aparece en el libro de Kornhauser es de A. de Tocqueville: “Entre las leyes que rigen las sociedades humanas hay una que parece ser la más precisa y clara de todas. Si los hombres han de permanecer civilizados o han de llegar a serlo, el arte de asociarse debe crecer y mejorar en la misma proporción que lo hace la condición de igualdad entre ellos”.
Tres condiciones merecen ser destacadas: civilización, asociacionismo e igualdad. Pensemos en nuestra sociedad y tratemos de explicar cuán civilizados somos (no confundir con progreso tecnológico o material), qué capacidad de cohesión social demostramos tener frente a los problemas que nos acucian (sin perder de vista a los independentistas) y cómo de iguales hemos llegado a ser (siendo algunos “más iguales que otros”).
Tres cuestiones que siempre tratarán de ser respondidas bajo el paradigma de la razón, de la misma manera que la economía tradicional habla del ser humano como arquetipo racional de la toma de decisiones o Econos (R. Thaler & C. Sunstein). En cambio, los ciudadanos no somos calculadores metódicos, sino que somos falibles. Tenemos prioridades y somos impulsivos, y muchas veces incoherentes. Somos Humanos. Y como humanos debemos plantearnos cómo afrontar la situación ante quienes nos gobiernan. Yo no tengo las respuestas. No sé usted, estimado lector. Pero ellos tampoco tienen las soluciones porque sólo atienden al objetivo final (salir elegidos y mantener el estatus). No les preocupa saber cómo resolver los problemas empezando por lo más inmediato, la precariedad de los más necesitados y una economía raquítica al borde de la quiebra. Ellos persisten en comportarse como Econos, jugando con las estadísticas y los ratios que impone la CEE, abriendo paso a los totalitarismos encubiertos.
Yo preferiría que fueran más honestos, vulnerables y con la vista puesta en los ciudadanos. Es decir, más Humanos. Cuando vaya a depositar de nuevo su voto, decida qué prefiere que le represente: un Econo o un Humano.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena