“Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitaremos de todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza”.
A. Gramsci
A menos de una semana de que inicie la próxima campaña electoral, siento decirlo, nada nuevo nos ilumina ni ilusiona a los electores para decidir a qué formación política votar y, ni tan siquiera, nos será fácil elegir entre hacerlo o no aun teniendo cierto compromiso civil y democrático.
Tras la infructuosa legislatura anterior, deprime y resta esperanzas de una posible solución al serio problema (social y económico) que nos aqueja el observar que no cambian los discursos ni las actitudes. Ni mejoran las aptitudes, porque siguen siendo los mismos personajes, sin haber reconocido errores y responsabilidades ni haber dejado paso a quienes pudieran liderar una alternativa seria, no personificando la continuación mimética del costumbrismo político de los últimos cinco lustros.
Pero uno de los problemas, y graves, que tenemos y en el que no solemos caer es en el contenido, el canal y el contexto de la información que nos llega sobre las maniobras y estrategias de los partidos y sus representantes. También sobre sus programas, si los supieran explicar bien, y sobre las diatribas en las que se sumergen como único argumento para convencer al ciudadano de que su opción es la más conveniente frente a las miserias de los “otros”.
Y me refiero a los medios de comunicación, sean los llamados clásicos mass-media o las innovadoras redes sociales. En todos ellos se habla de lo que puede ser noticia, pero no como reflejo objetivo de la realidad sino como colección de relatos versionados acerca de sucesos inesperados, dramáticos, sorprendentes o interesados que afectan a una parte o al conjunto de la sociedad (P. Watzlawick). La industria de la comunicación busca captar la atención de los ciudadanos y crear un estado de opinión, unas veces alineado con “el poder” y otras en contra de él. Pero siempre con un propósito amplificador y selectivo de la realidad; es decir, lo que se cuenta es sólo una parte magnificada de lo acaecido y lo que no se cuenta sencillamente no existe.
En este punto, recuperemos dos famosas frases: «Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas» (G. Orwell) y “El medio es el mensaje” (M. McLuhan). Ambos autores pusieron énfasis en la trascendencia de los medios de comunicación y su responsabilidad para modular y modificar las relaciones internas de la sociedad y de la propia actividad humana. El reto de los medios es sacar a la luz pública aquello que pude afectar directa o indirectamente a la sociedad (positiva o, sobre todo, negativamente), pero de la misma manera pueden ser responsables de moldear los contenidos a imagen y semejanza de sus consejos de administración, que son los que deciden su línea editorial y la ideología a la que atender.
Evidentemente, las nuevas tecnologías nos han llevado a la “democratización de la información” a través de las redes sociales, lo que ha multiplicado sobremanera las fuentes, ha diversificado los canales, ha dado la oportunidad de que los receptores puedan interactuar y convertirse también en emisores y ha dado paso a nuevos líderes de opinión, en unos casos como nuevos gurús de la reflexión informativa y en otros como ocurrentes alternativas de lo formal y arquetípico.
De esta manera, a la particular convivencia entre medios y espectadores / lectores / oyentes se le ha de sumar una proliferación tal de mensajes que hace bastante compleja la discriminación entre lo real, lo maquillado y lo irreal, aun cuando esto no llegue a ser falso. Si existe una notable diferencia entre la realidad y lo que apreciamos se dice en psicología que aplicamos un “sesgo cognitivo”, lo que nos conduce sin remedio a un engaño del que no somos conscientes. Imagínense cuál puede ser el resultado de añadir al sesgo informativo de los medios el sesgo cognitivo de cualquier persona. Aquí dos negaciones no dan como resultado una afirmación…
Los sesgos cognitivos que condicionan nuestras decisiones y, por tanto, las consecuencias de ellas (como depositar un voto en una urna) son veinte. Traigo a colación sólo algunos:
- Heurística disponible: sobreestimamos la información que tenemos disponible y que seleccionamos para nuestra conveniencia.
- Efecto vagón: la probabilidad de que una persona adopte una creencia aumenta con el número de personas que la valoran o justifican.
- Respaldo de la elección. Cuando elegimos algo lo sentimos como positivo a pesar de que la elección no sea favorable.
- Sesgo de confirmación: Tendemos a oír o dar por cierta la información que confirma lo que ya tenemos preconcebido.
- Percepción Selectiva: permitimos que nuestras expectativas influyan en la forma en que percibimos el mundo.
Creo que deberíamos ser conscientes de todas nuestras limitaciones, de las dificultades que tenemos para discriminar lo sincero de lo tendencioso y de los retos que nos esperan a tenor de la situación general del país.
Por ello, si me permiten un consejo: instrúyanse, conmuévanse, organícense y actúen en consecuencia.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena