iGen y Banca

 

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Reciente información publicada en diversos medios pone en tela de juicio los criterios que, desde la UE, se han impuesto para manejar la crisis económica que sus países integrantes vienen sufriendo. Establecer un régimen de austeridad excepcional y derivar multimillonarias sumas de dinero para salvar la banca parecían que eran condiciones insalvables para garantizar la recuperación del empleo y la estabilidad de los mercados.

En cambio, hemos obtenido recortes en educación, sanidad, servicios sociales y culturales, descontrol de la deuda pública, deriva del sistema financiero hacia un oligopolio, incapacidad para reducir las cifras del paro con empleo de calidad e insuficiente apoyo para los sectores que impulsan los autónomos y emprendedores.

Destacados economistas vienen denunciando que estas medidas no eran ni son las más adecuadas para salvar la barrera que aún no hemos superado muchos países de la eurozona. Y ahora advierten que ayudará aún menos la propuesta que ha realizado la Comisión Europea de Mercado Interior consistente en que los gastos comunes de defensa para modernizar la industria militar no computen en el cálculo del déficit de cada país.

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Es decir, para no superar el mítico e inexplicable 3% del déficit sobre el PIB, nos obligan a todo tipo de rebajas en los presupuestos para proteger las economías domésticas y a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, pero dejan fuera de su cálculo las ayudas a la banca para evitar su quiebra y, ahora también, los gastos de la industria de la guerra (también llamada de defensa).

Inexplicable desde muchos puntos de vista e inaceptable desde la moral.

Disculpen esta airada introducción, pero me ha sido inevitable realizarla para argumentar también la posición que los más jóvenes, la llamada generación “iGen”, están adoptando frente a una situación en la que la confianza en los gobiernos y en las entidades financieras está bajo mínimos.

Para los nacidos en la década de los 90, o nativos digitales, las nuevas tecnologías forman parte de su manera natural de relacionarse, comunicarse, aprender, comprar e incorporarse al mercado laboral. Y también de convertirse en usuarios de servicios financieros.

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Para ellos es mucho más natural compartir y cooperar que establecer una relación vertical unidireccional, y prefieren establecer marcos temporales cortos a plantearse modelos de adquisición a largo plazo. Gracias a ellos han surgido, y mantienen tasas de crecimiento mantenido, aplicaciones como Airbnb, BlaBlaCar, Spotify, Uber, etc.

Pero también y siguiendo su estela, las nuevas fintech (de las que ya hemos hablado en otras ocasiones) están tomando posiciones con fortaleza a pesar de que todavía el marco regulatorio no está completamente definido. Las casi doscientas empresas que hay en España saben que su cliente tipo usa como canal principal el smartphone para cualquier tipo de operación o transacción, por lo que extraen de él toda la información que pueden a falta de las grandes bases de datos que tiene la banca tradicional, sustentados en modelos de comportamiento financiero de sus clientes. Estas nuevas empresas carecen por ahora de “bigdata” con un extenso histórico de recopilación y análisis de datos, pero están construyendo algoritmos más inteligentes basados en sistemas de relación social y experiencia de uso.

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La generación iGen ha madurado a la sombra de la crisis pero a la luz del emprendimiento digital. Para ellos no hay fronteras ni límites a la imaginación. Ya saben que tendrán que salir del calor de su provincia natal para explorar nuevos entornos y aprovechar mejores mercados laborales para sus ideas. La banca, consciente de ello, ha acometido decididos pasos para atraerlos con fórmulas que replicaban los medios convencionales (aplicaciones de pago móvil tipo wallet), pero han fracasado. En la actualidad, lanzan nuevos sistemas para anticiparse a la entrada de otros jugadores como Samsung, Amazon o PayPal o realizan grandes alianzas como la reciente con Apple. Pero les falta un componente importante: la seducción de los jóvenes.

Para lograrlo, tendrían que ser capaces de ofrecer una mejor experiencia de usuario y demostrar agilidad, seguridad y sencillez, con una incuestionable dosis de transparencia y de responsabilidad social. No podrán, por tanto, seguir manteniendo la política de cobro de comisiones “por todo” y “para todo” que ahora practican, ni usar con ellos el lenguaje críptico con el que maquillan sus productos, ni perpetuar el criterio de segmentación en base al ratios rentabilidad para discriminar la calidad de cliente, ni someterlos a plazos de estudio ni a exámenes de conocimiento financiero, y mucho menos a tratarlos como un dato más sin conocer en profundidad sus necesidades reales.

Los analistas del sector vaticinan que entre las nuevas fintech, constituidas por jóvenes de la generación iGen, y la banca tradicional se ha de producir entendimiento y natural convivencia. Pero creo que de llegarse a producir realmente esa “fraternal colaboración” algo fallaría realmente en todo lo expuesto, porque son modelos tan contrapuestos que deben ir por caminos separados para que uno vaya substituyendo al otro conforme esta generación crezca y se incorporen jóvenes que compartan un renovado sistema financiero. Si no, estaremos perpetuando por capilaridad maneras y principios que contaminarán la frescura de las nuevas fintech.

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

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