A veces es conveniente entrar en la penumbra para descubrir que no son espacios a los que temer, sino territorios donde descubrir que lo diferente puede enriquecernos ya que su sombra la proyectan colectivos que sistemáticamente sufren diferentes tipos de discriminación por su (aparente) distinción por cuestiones de orientación sexual o religiosa, procedencia geográfica o ideología, estatus social o económico, por el color de la piel o pertenencia a una tribu, aunque tengan mucho que aportar al conjunto de la sociedad de la que son parte inalienable.
Hablemos de las “penumbras sociales”, término con el que Y. Margalit y A. Gelman definen el espacio que ocupan individuos que no pertenecen a colectivos discriminados y que pueden tener la capacidad de influir en las políticas sociales que ayuden a mejorar su integración y alcanzar la igualdad de trato y de oportunidades. Convencionalmente, la influencia política de un grupo para poder salir de su exclusión dependía del número, cohesión e intereses de sus miembros o su ubicación geográfica; pero, como han defendido aquellos investigadores, la aceptación de los cambios de actitud social y política ha estado propiciada por el número y condición de las personas que han entrado en aquella penumbra. Es decir, los derechos de muchos colectivos discriminados se han visto impulsados cuando personas con relevancia y poder político, económico o de los medios de comunicación han contado en su entorno cercano o familiar con alguno de sus integrantes. Congresistas con hijos homosexuales, empresarios con pareja de color, periodistas con colaboradores inmigrantes…, han conseguido tener más influencia política que los propios colectivos o movimientos de lucha social.
Es larga la lista de grupos que históricamente han precisado, y precisan, de una penumbra social con suficiente influencia política para alcanzar la igualdad de derechos y la integración completa en la sociedad. Unos lo han conseguido y otros no. La diferencia ha residido en quienes han abogado por ellos. Por ello, es importante tener en cuenta esta subjetividad con la que gobiernos y sociedad evalúan los problemas de un colectivo excluido, ya que no se presta atención a los motivos discriminatorios y cómo resolverlos, sino a la posición e influencia de aquellas personas que pueden representarlos y defenderlos desde esa “penumbra social”.
La particularidad de estos colectivos es que sus integrantes comparten unas características diferenciadoras que claramente los hacen identificables y proclives a la discriminación por quienes se creen superiores. En cambio, desde hace unos años están surgiendo conjuntos de individuos que no comparten aquellos rasgos y que son difícilmente agrupables para atraer la suficiente atención política ya que, en su gran mayoría, son personas que han disfrutado de los privilegios de la mayoría no discriminada y que no cuentan para las estadísticas de la desigualdad.
Me refiero, por ejemplo, a los objetivamente informados, a los desplazados por la tecnología, a los nuevos parados, a los indignados decepcionados. Seguramente, el lector podrá añadir algún otro grupo conformado por personas que no son señaladas como “las diferentes” de las que protegerse, pero que, sin percatarse de ello, están siendo apartadas del curso de un presente que no cuenta con ellas. La nueva política, la crisis económica, la aceleración tecnológica y el culto a las redes sociales está excediendo la capacidad de esas personas para adaptarse a las nuevas circunstancias sociales, para seguir el ritmo de los acontecimientos políticos, para subirse al carro de la “omnidigitalización” o para enfrentarse a una realidad que ya no comparten. Todo ello redunda en la pérdida de confianza en sí mismos y en el sistema, cuyas instituciones han demostrado no funcionar de la manera que se espera para proteger a estos nuevos “excluidos de la normalidad”.
Personas que mantienen el rigor de informarse de diversas fuentes, que contrastan su veracidad y dimensionan su naturaleza y trascendencia, que se alejan de posicionamientos polarizados o radicales, que defienden conductas colaborativas y el librepensamiento como mecanismo de enriquecimiento cognitivo, son cuestionadas por quienes propician o prefieren aferrarse a la corriente de (des)información que confirma sus ideas y sesgos irracionales.
El crecimiento exponencial de las tecnologías de la información, según R. Kurzweil, es tan rápido y complejo que en pocos años (2045) se habrá alcanzado la llamada “singularidad tecnológica”, momento a partir del cual ya no se podrá predecir mediante las leyes naturales el orden de las cosas. No hay que esperar hasta entonces para observar cómo muchos individuos quedan descolgados de esos avances no ya por su dificultad, sino porque en muchos casos sus funcionalidades los substituirán. En estos grupos tenemos también a los nuevos parados (mayores de 50 años) que, tras una larga carrera profesional, son expulsados del mercado laboral bajo la excusa de la digitalización de los procesos de gestión o comerciales. Personas abocadas a cargar con sus conocimientos y experiencia por el largo laberinto del rechazo de empresas e instituciones que prefieren otros perfiles y que defienden que el progreso tecnológico proveerá de nuevas oportunidades laborales, a las que estos desempleados no tendrán acceso porque no están pensadas para ellos.
De los indignados decepcionados hablaremos en otra ocasión porque, diez años después del esperanzador 15M, en el camino se ha quedado desbaratada la ilusión de la renovación política y de una sociedad más justa e igualitaria por la acción mendaz e interesada de quienes aprovecharon la ingenuidad del pueblo hastiado para alzarse sobre sus cabezas y subirse al estatus de “su criticada casta”.
La pandemia nos ha dado la oportunidad de reconsiderar todo aquello que hacíamos mal, de reparar en estos nuevos discriminados, de repensar paradigmas y evaluar conductas que nos alejan del ideal de una sociedad comprometida consigo misma y su entorno, de preparar un futuro diferente al arriesgado que estábamos abocados. Pero hemos ansiado tanto reinstaurar la normalidad anterior que ese futuro ha pasado de largo. Sin saludarnos.
José Manuel Navarro Llena
Experto en Marketing.
@jmnllena