Calahonda y otros paraísos perdidos.

En marzo de 2009, desde esta misma tribuna, hice referencia a la situación de abandono que, en término de infraestructuras, sufría el municipio de Calahonda junto con Carchuna y la Chucha. Estas tres pequeñas localidades, que conforman una entidad local autónoma dependiente del Ayuntamiento de Motril, cuentan con un litoral de excepcionales características, tanto por su orientación y por la protección del circo de montañas que lo abraza desde los Tajos del Zambullón hasta el cabo de Sacratif, como por la calidad de sus aguas y la vivacidad de sus fondos marinos. No obstante estas ventajas naturales, su zona agrícola está ocupada completamente por cultivo bajo plástico, que proporciona una indudable riqueza económica aunque le resta valor desde el punto de vista paisajístico; de la misma manera que el desorden urbanístico le hace perder atractivo residencial y turístico.

En aquel artículo ya apuntaba algunas sugerencias de cómo afrontar una estrategia de ciudad que permitiera un mejor aprovechamiento de sus recursos (naturales, paisajísticos, patrimoniales, gastronómicos y etnográficos) para garantizar su desarrollo sostenible, más allá del horizonte de rentabilidad que pueden aportar los invernaderos y de un turismo que puede ser volátil, como se ha demostrado durante la pandemia y como podría suceder de continuar la baja calidad de los servicios públicos que ofrece (salvando la restauración, con algunos encomiables casos que hacen pequeños empresarios enamorados de su profesión y de su pueblo).

Hablar de paraíso perdido, en este caso, no es para referirnos a ese espacio idílico al que acceder con dificultad para encontrar un lugar de especial belleza y ausencia humana. Sino todo lo contrario, sería ese territorio que se está esforzando por desaprovechar la oportunidad de llegar a ser un auténtico paraíso, un referente que atraiga turismo de calidad e inversores con sensibilidad para conservar el entorno y poner en valor su rico patrimonio y, sobre todo, una localidad en la que sus habitantes y visitantes sientan que forman parte de un proyecto común de futuro.

Posiblemente, esto que les describo sea también la misma problemática de otros pueblos, pero tomemos este ejemplo para señalar la pérdida de oportunidades y la falta de criterio para hacer uso de los fondos europeos que se van a recibir, con los que se cae en el riesgo de volver a poner en práctica un nuevo “plan E” (¿recuerdan?) para gastar el dinero en infraestructuras innecesarias e inútiles, que solo sirvan para justificar la realización de “inversiones públicas”.

En el caso de Calahonda, tomemos el ejemplo de la aplicación de 500.000€ (Ideal, 28 de julio) para la instalación de una pasarela peatonal de hormigón y una plataforma para baño de personas con movilidad reducida. Una inversión posiblemente necesaria pero que no tiene en cuenta que el pueblo sigue careciendo (también para esas personas) de un plan de ordenación del tráfico adecuado a sus dimensiones y capacidad para absorber visitantes, y de una señalización suficiente para saber dónde y cuándo se puede o no se puede aparcar.

La situación de masificación que se percibe en Calahonda también se debe a la ocupación por demasiados visitantes atraídos por el aparcamiento libre, sin coste ni sanción, para practicar el llamado “turismo de nevera”, que no deja ingresos a la restauración ni al comercio local. Otro ejemplo es la vía de servicio de Carchuna, convertido en parking, en lugar de crear bolsas de aparcamiento en terrenos adyacentes no explotados para evitar incidentes entre conductores y los que intentan caminar, correr o pasear en bici. La situación del pequeño puerto y las molestias ocasionadas por las motos de agua merecen un artículo aparte.

Una organización del tráfico coherente permitiría tres avances importantes: uno, una imagen ordenada de sus calles; dos, la movilidad sin riesgos para vehículos y viandantes; y tres, la posibilidad de crear zonas azules para obtener ingresos adicionales (excepto para los residentes).

Para no hacer más extensa esta columna con posibles soluciones, les remito al publicado hace doce años: no se trata de hacer de Calahonda un destino turístico de tapa, nevera y aparcamiento gratis, sino de un modelo de calidad, de respeto por el medio natural y por sus lugareños, de referencia por su hostelería y restauración, de atractivo por su patrimonio y costumbres; en definitiva, de perseguir la excelencia como han hecho otras localidades con sus mismas dimensiones y oportunidades, que no han requerido de ingentes inversiones ni megaproyectos, sino de criterio visionario para servir a los intereses de sus habitantes más allá de los años de legislatura, y de un claro compromiso con un futuro que debería estar caracterizado por la sostenibilidad y el progreso económico.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *