La estrategia del cangrejo violinista.

Los pasados días 13 y 14 de noviembre tuvieron un especial significado para las personas que, procedentes de todas las regiones del país, nos congregamos en torno a un propósito común: desarrollar una estrategia a largo plazo para (como expresa el documento firmado por todas ellas) iniciar la recuperación de los espacios agrarios de alto valor cultural desde los principios de soberanía alimentaria, la co-evolución y la sostenibilidad de los Territorios Agrarios Históricos.

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El objetivo de ambas jornadas fue consensuar un pacto entre los representantes de las administraciones, de los partidos políticos y de las asociaciones y colectivos que reúnen a agricultores, ganaderos y defensores del medioambiente, para poner énfasis en los valores agrarios, culturales, educativos, paisajísticos y ambientales de aquellos territorios, así como denunciar el deterioro y desnaturalización a los que se encuentran sometidos, y evidenciar su papel como soporte de la identidad patrimonial y la de su entorno, así como de su potencial como fuente de riqueza y empleo.

Dos días en los que debatimos, compartimos experiencias y visiones desde diferentes realidades, aunque con espíritu de colaboración y de sentido de respeto hacia lo común. Lo que es patrimonio de todos y a lo que no podemos ni debemos dar la espalda: la tierra. En estas primeras Jornadas Intervegas, impulsadas desde las plataformas Salvemos la Vega y Vega Educa, tuvimos claro desde el principio que había que culminarlas con un gesto de vida, con un símbolo que acentuara y definiera el objetivo que unió a tantas personas procedentes de sitios tan diversos: plantar un granado arropando sus jóvenes raíces con tierras originarias de las vegas de las diecisiete comunidades autónomas.

Y lo celebramos bajo el tibio sol de noviembre con una alegría serena, la que subraya el saber que estábamos viviendo un momento único. Un hito en el devenir histórico de esos territorios agrarios, tan castigados por la especulación como poco reconocidos por quienes deberían ser sus defensores desde los poderes públicos.

Pero también nos invadió la sombra de la ignominia, el clamor de la tristeza, el rubor de la impotencia. Un minuto de silencio, por mucho que queramos, no devuelve la vida ni restaña las heridas. Ese tiempo solidario, por un momento empaña los miedos y aplaza las angustias. Pero nunca repone las bruscas ausencias ni calma el dolor que nace tras ellas.

Mientras en la Vega de Granada hilvanábamos las esperanzas de muchas personas, trazando un plan estratégico para lograr en 2031 la plena soberanía alimentaria de sus pueblos y el desarrollo económico de sus habitantes, en París las sonrisas desaparecían para ocultarse de la sangre y las balas. Cómo puede ser que un mismo lapso de tiempo concentre a quienes apuestan por la vida y a quienes celebran la extirpación de la esperanza.

Nuevamente el terror ha llamado a las puertas de la vieja Europa. Otra vez desde dentro. Nuevamente sentimos las fauces del horror y de la violencia morder con saña cerca de nuestras casas. Donde creíamos que estábamos a salvo y ahora sabemos que el dintel de nuestras puertas no está señalado para salvarnos de estas reinventadas plagas. Ahora somos vulnerables, realmente vulnerables. Porque esta realidad es cierta y tangible.

La que sucedía, la que sucede, a cientos de kilómetros, en los países de Oriente Medio, de África, de Sudamérica, de Asia… que habitualmente vemos en los informativos, cuando son noticia, no son la realidad. Son imágenes al otro lado de la pantalla. Cortometrajes que dejan de existir tan sólo pulsando el botón del mando a distancia.

Pero, como otros atentados que hemos sufrido relativamente cerca, los nuestros sí que encarnan la barbarie y la falta de humanidad. Por eso nos pintamos la cara en los perfiles de las redes sociales, ponemos velas y depositamos flores, usamos símbolos de paz eterna, nos manifestamos y nos solidarizamos con los desafortunados vecinos, con el temor escondido en las entretelas porque nuestra cotidianeidad se ha visto alterada, pudiendo ser nosotros los próximos en aparecer en las galeradas de la prensa, cualquier fría mañana.

Por eso aplaudimos que los aviones vuelvan a sembrar de más odio los páramos donde ya no caben las palabras. Y cantamos los himnos de los hermanos agraviados para acallar nuestras conciencias y silenciar las razones de tanta sinrazón. La ley del Talión ha derogado las leyes de la conciencia y ha amarrado la libertad con las cinchas de las cananas.

Las muertes que ocurren fuera de Europa no son dignas de nuestra compasión ni de nuestras plegarias. Sus víctimas no tienen rostro, ni cuerpo, ni alma. Que sean la consecuencia de las estratagemas geopolíticas y económicas de las naciones más poderosas para repartirse el control de su naturaleza y fronteras, no les dota del protagonismo de su propia desventura. Y nosotros no nos pintaremos la cara por ellos, ni depositaremos flores ni velas, ni nos manifestaremos para hacer ver a nuestros gobernantes que sus muertos reclamarán nuestro miedo como la bandera de su venganza.

Ningún gobierno pedirá perdón por la felonía cometida contra nuestra confianza.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

 

 

 

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