Si aceptamos la definición de cultura como el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un grupo social en una época concreta, hemos de fijarnos para su comprensión en dos cuestiones clave: la creatividad y la comunicación. Dos aspectos que están ligados íntimamente entre sí y, a su vez, son determinantes del nacimiento de una cultura y de su evolución a lo largo del tiempo.
Hay, no obstante, dos niveles de cultura: la personal y la colectiva. Mientras que la primera implica la adquisición y acumulación de conocimiento mediante diferentes sistemas como la educación, la obtención de información o el trabajo, en la colectiva aparecen otros agentes vinculados a la relación histórica del grupo con el entorno y con el surgimiento de ideologías y creencias útiles para mantenerlo cohesionado y claramente diferenciado (identidad cultural) de otros colectivos.
Cuando nos referimos a las nuevas tecnologías solemos pensar en los últimos desarrollos tecnológicos y en sus diferentes aplicaciones, sobre todo las que tienen que ver con innovadores procesos de comunicación (informáticos, audiovisuales y telecomunicaciones), pero olvidamos que las tecnologías nos han acompañado desde que el Australopithecus afarensis decidió erguirse sobre sus piernas para alcanzar a ver el horizonte y desde que su coetáneo el Homo habilis construyó las primeras herramientas. Durante más de tres millones de años, la tecnología ha ido avanzando unas veces de forma pausada y otras con alarmante disrupción. Pero siempre ha sido como consecuencia del surgimiento de una idea que, una vez perfeccionada y transmitida al resto de la comunidad, ha implicado substanciales cambios que se han incorporado al acervo común y se han consolidado culturalmente.
En la actualidad, es complicado establecer diferencias entre los parámetros de la cultura personal y la colectiva. ¿Quién influye con más fuerza? Ambas son causa y efecto de su mutua interacción, sobre todo hoy que las nuevas tecnologías, la globalización de la información y la irrupción de grandes líderes de tendencias hacen que adoptemos y asimilemos costumbres, hábitos, creencias que no son propios de la sociedad que constituimos y que terminarán por diluir identidades y debilitar imaginarios a favor de una estructura cultural heterogénea y desordenada. La hibridación puede implicar enriquecimiento pero también oscurantismo cuando lo que se pretende mezclar lejos de sumar anula, por incompatibilidad o por pérdida de sentido cuando conviven dos expresiones diferentes, una con más capacidad de prevalencia que la otra.
Este hecho puede parecer inquietante pero no es nuevo. Desde que aquel primer utensilio de piedra otorgó cierta ventaja a quien lo construyó, tecnología y poder han influido de manera determinante en la cultura, tanto a nivel creativo como de comunicación.
Las nuevas ideas nos son útiles (J. Wagensberg) para pensar el mundo (lenguaje), para conocerlo (ciencia), para comprenderlo (arte), para cambiarlo (tecnología) y para vivirlo (moral). De todas ellas surge lo comprensible y lo incomprensible, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, lo útil y lo inútil, lo bueno y lo malo. Un marco en el que la cultura se mueve en dos direcciones: de lo individual a lo colectivo gracias a la evolución natural, y de lo colectivo a lo individual gracias a la evolución tecnológica. Es decir, las mejoras y avances que consiga adoptar y crear un individuo pueden ser transmitidos a sus descendientes o congéneres hasta ser compartidos, “aprehendidos” y “comprehendidos” en el seno de una cultura común. Y, a la inversa, un conocimiento colectivo puede ser adaptado y trasladado, mediante la tecnología, a los individuos pertenecientes al mismo grupo social o a otro diferente, cercano o lejano.
Cuando hablamos de nuevas tecnologías y cultura tendemos a pensar en las nuevas herramientas para crear y para transmitir en un mundo globalizado esas creaciones; así la diversidad de expresiones culturales parece no tener límites temporales ni geográficos, y mucho menos de formato o de ingenio. Pero no sólo las artes y las letras conforman la cultura en un nuevo modelo donde se ha pasado de la creación individual a la compartida, del alcance acotado a la difusión masiva. También forman parte de ella la tradición y las creencias que han dejado de ser patrimonio de un grupo cerrado para ser compartidos de forma global a partir del principio de confianza anónima.
Pensemos en esto: si alguien en persona nos pide dinero por la calle, o quiere compartir nuestro coche o una habitación de hotel o una comida, o nos pide una cita…, seguramente lo rechazaremos. Pero si es a través de una plataforma en internet o de una aplicación en nuestro móvil, es fácil que estemos dispuestos o incluso seamos nosotros quienes iniciemos esa petición. El concepto de confianza es el mismo en ambos casos, pero aparece en el segundo un filtro que acelera nuestra decisión y provoca un cambio cultural en el modelo de relación interpersonal, en los procesos y fenómenos sociales y, finalmente, en la mente del ser humano debido a los cambios que se están produciendo en la forma de sentir, de pensar y de percibir el mundo.
Y, cuidado, también en la forma de ser libre y expresar esa libertad.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena
¡Buen post!
Las nuevas tecnologías y constante y vertiginoso avance hacen que cada vez sea más importante adquirir conocimientos de programación.