“La Ciudad Comprometida” (20)
Por José Manuel López Osorio. Arquitecto.
Publicado en el Nº 4 de PAISEA, Revista de Paisajismo en Valencia 2008
La calle de la ciudad mediterránea constituye un elemento urbano complejo que transciende la función exclusiva de conectividad que la caracteriza en otros contextos culturales y geográficos. La calle mediterránea posee la capacidad de conformar espacios de relación que, en muchos casos, sustituyen o complementan a la plaza y al paseo urbano, presentándose como un espacio intermedio de relaciones ciudadanas que facilita los procesos de aproximación vecinal. Es también una extensión de la vivienda que, en parte, se apropia de un aparente espacio público para establecer relaciones más ambiguas y crear ámbitos específicos de hibridación entre lo público y lo privado.
La crisis actual de la ciudad contemporánea entendida como soporte de un ente social heterogéneo nos obliga a reflexionar sobre los orígenes de la ciudad como punto de encuentro de diferentes grupos sociales y marco físico de relaciones humanas. El debate sobre la necesaria reconstrucción de la ciudad partiendo de estos parámetros puede encontrar elementos de referencia en el análisis crítico de la ciudad tradicional, donde la calle no sólo se presenta como elemento conector de sectores o barrios de la ciudad sino como espacio para la estancia, el ocio o el comercio.
Es posible concebir la calle como un elemento de carácter preferentemente público que se muestra, a veces, enormemente ambiguo. Bastaría recordar la ocupación en altura del espacio urbano en los pasajes cubiertos de la comarca de la Alpujarra granadina, el carácter restringido del adarve o callejón sin salida de las medinas magrebíes o la relación de la calle con otros lugares habitados (patios de viviendas colectivas, patio de la mezquita, fonduk, etc.) donde lo aparentemente doméstico o cerrado se presenta como espacio susceptible de ser ocupado.
La estructura física de la ciudad tradicional mediterránea muestra rasgos evidentes de sociabilidad que surgieron como respuesta de comunidades históricas necesitadas de establecer vínculos de solidaridad entre su propio grupo sin negar, necesariamente, la relación con el resto de la ciudad. Mecanismos olvidados en las prácticas urbanas que configuraron la ciudad actual donde han desaparecido los lugares de transición y donde se han generado líneas infranqueables entre el dominio de lo público y el paraíso privado. Una nueva manifestación que no hace más que materializar la respuesta de una sociedad que percibe el contacto ciudadano como riesgo social y que considera los espacios intermedios de la ciudad tradicional como lugares de conflicto que es preciso erradicar.
Esta dualidad entre lo público/social y lo privado/doméstico puede ser entendida como conflicto o como complemento, y su adaptación a la ciudad contemporánea puede convertirse en una cualidad u ocasionar su perversión definitiva. Un claro ejemplo sería la apropiación del sentido excluyente del adarve que se realiza en algunas urbanizaciones privadas. Las nuevas fortalezas residenciales utilizan la calle sin salida como mecanismo de protección frente a un entorno supuestamente agresivo y deshumanizado.
La calle constituye el primer estadio de contacto del espacio residencial con la realidad urbana que lo circunda. Un duro contraste si analizamos la evolución de la vivienda en este último siglo que ha ido conformando un carácter cada vez más introvertido. Un proceso que se inicia con la vivienda burguesa y alcanza su máximo desarrollo con la vivienda posmoderna y contemporánea, donde la casa se convierte en un lugar privativo. Este santuario cerrado encuentra, sorprendentemente, algunas similitudes con la vivienda islámica tradicional que nos presenta Fátima Mernissi en su libro “Sueños en el Umbral” (1), narración autobiográfica que nos sitúa a mediados del siglo XX en un harén de la medina de Fez. Un espacio doméstico privado donde el mundo exterior sólo se manifiesta detrás de las dos aberturas de la casa: la puerta, que tras cruzar el umbral nos permite el contacto con la vida ciudadana, y el cuadro de cielo que puede contemplarse desde el interior del patio y al que la autora nos remite como vehículo de los sueños de su infancia.
El carácter cerrado del harén tradicional encontraba, no obstante, el contrapunto necesario en una serie de espacios articulados que la medina ofrecía como mecanismos de relación social y desarrollo de la libertad individual. Es posible que la cultura contemporánea esté generando nuevos harenes de exclusión no sólo dentro del ámbito residencial sino también en los espacios públicos de relación. El control social alienante de la sociedad de la comunicación y su presencia en la vida doméstica a través de la pantalla del televisor o del ordenador personal, se han convertido en nuevos mecanismos que coartan la libertad individual y sólo dejan abiertas pequeñas ventanas que, como en el relato de Mernissi, no hacen más que presentarnos nuevos mundos de ensueño o realidad virtual.
Resulta necesario recuperar y ocupar los espacios intermedios de la ciudad donde la calle constituye el elemento vivo que los articula: los adarves, los pequeños ensanches y plazoletas que se generan en la intersección de la trama y los patios de las viviendas colectivas. Ejemplos de transición entre lo público y lo privado donde la ciudad tradicional es capaz de establecer filtros o diafragmas permeables que regulan el contacto entre el mundo residencial y la vida urbana.
Es posible imaginar una ciudad contemporánea llena de matices que recuperen la escala humana como punto de partida sobre el que implementar nueva vida a la ciudad. La densidad equilibrada de la urbe tradicional puede ser entendida como valor añadido que facilite las relaciones personales considerando que el equilibrio de las partes condiciona el resultado formal de la ciudad. Posiciones que ya han sido incorporadas al debate del urbanismo contemporáneo, alejado de los principios de una planificación urbana rígida y caduca que había menospreciado la compleja relación entre los intereses colectivos y las aspiraciones personales. La ciudad actual sigue siendo un organismo vivo afectado por diferentes tensiones individuales o de grupos sociales minoritarios, cuyos problemas globales deberán ser resueltos desde el conocimiento crítico de lo local.
No se pretende reproducir la estructura física de la ciudad tradicional sino poner énfasis en aspectos intangibles, fruto del valor inmediato de la percepción sensorial, y en la observación subjetiva del paisaje urbano realizada desde la escala intermedia de la calle: un marco cercano al espacio residencial que debe recuperar contenidos de carácter atemporal presentes en la ciudad tradicional y que pueden ser reaprendidos por la ciudad contemporánea para hacerla más habitable.
(1) Sueños en el Umbral: Memorias de una niña del harén (El Aleph Editores, 1996)
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La calle en la ciudad mediterránea |
Gracias Jose Manuel por tu interesante reflexión… Comparto contigo la necesidad de incorporar, debidamente reinterpretados, en la ciudad contemporánea los conceptos básicos de la ciudad tradicional mediterránea… Que la tenemos delante, y que tan poco aprendemos de ella… Esa es la modernidad que yo reclamo: sostenibilidad, equilibrio, integración, complejidad, calidad y calidez, espacios de relación a escala humana, el concepto de la amabilidad urbana… Seguimos?
la calle, como espacio de relación y sociabilidad, tiene dos francotiradores qu ela pueden matar a poco que no pongamos remedio que son: ese urbanismo ramplón y especulativo que se practiva en algunas zonas y el otro el afán controlador y represivo de algunos alcaldes con la implantación de toques de queda, prohibiciones y controles.