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Ya tenemos nueva Ley de Costas. Ayer se aprobó en el congreso y deroga ya antigua Ley 22/1988, 28 julio, de Costas. Ocupando todos los días otros temas más dramáticos las principales portadas de los medios, se ha colado sin apenas hacer ruido esta actualización de nuestra legislación del litoral, que solo ha tenido un eco y foro de discusión apropiado a través de blogs y redes sociales.
Para muchos esta ley da un paso atrás y no reconoce los problemas de ocupaciones y sobreecplotacion que ha generado a todas nuestras costas la burbuja inmobiliaria y el ladrillo desde los años 60. Para otros, aumentará la seguridad jurídica, por ejemplo, al ampliar las concesiones administrativas, como las de los chiringuitos (de 1 a 4 años) o las edificaciones en dominio público marítimo terrestre otros 75 años.
Compartimos unos párrafos de uno artículo de los muchos que podéis encontrar por la red que reflexionan sobre el uso-abuso que hemos hecho de nuestro paisaje, y de la costa en particular, y de que camino nos platea esta reforma legislativa. Se titula “Costes de la ley de costas” y podéis ver completo pinchando aquí.
El panorama que se ofrecía al visitante que accedía a España desde Francia en coche o ferrocarril hace 10 años era un espectáculo insólito de taludes y grúas. Un fenómeno que se desparramaba por el litoral catalán hacia levante. Un caso prácticamente único en Europa, especialmente si tenemos en cuenta que todo ese movimiento de tierras y mutación del paisaje no tenía relación directa con la mejora del territorio agrícola o con el crecimiento neto de población. Una explosión que rápidamente fue case study en las universidades de Ciencias Sociales, Geografía, Antropología, coincidiendo con momentos de máxima divulgación de nuestra arquitectura en el mundo.
La presión era tal, que a la iniciativa privada se incorporó la pública y, con dinero prestado, cada población con salida al mar aspiraba a un puerto deportivo, en lugares tan excepcionales como Portbou, o en el delta del Ebro. También de prestado se construyeron las variantes y rotondas que transformaron el acceso a las poblaciones en un sinfín salvaje de redondeles, sumergidos en taludes, desmontes y jardinería kitsch (no conocemos peor traducción del roundabout inglés que nuestra versión ibérica). También revivieron viejas urbanizaciones en laderas y en la costa, paradas desde los años 60 y 70, además de florecer viviendas en las periferias de todas las ciudades, en forma de bloques o pareadas. Continuaron y se expandieron proyectos, que imaginábamos controlados por la ley de Costas, con casas aisladas u organizando conjuntos frente al mar. En los parajes agrícolas y descampados no había tampoco descanso: naves, granjas, casas, vallas; de todo. Ese paisaje en construcción fue la traducción visual de una situación económica que colocó la urbanización de suelo y la construcción en una posición de ventaja estratégica respecto a otras inversiones. Eso ocurría aquí, en 2002. Pero todo este paisaje, del que nadie se hace responsable, se acabó. ¿Ahora qué?
En su última lección como catedrático de la Escuela de Arquitectura, Manuel Ribas Piera (MRP), insistía en el necesario control cívico del urbanismo y en el valor irradiante de la arquitectura. Una intuición que surge del convencimiento de que las ciudades y su estudio forman parte de una unidad, de un ecosistema, en el que construido y vacío, tierra y piedras no pueden proyectarse, ni pensarse, de manera aislada. Hoy sabemos cuánto esta visión, que entiende la ciudad como una parte del paisaje, es esencial no solo por criterios estéticos o formales, sino también por razones estructurales. Son cuestiones ecológicas y medioambientales, de los que cuelga nuestro futuro: en las que el control y la evaluación del “riesgo” debería guiar las decisiones sobre las estrategias y las leyes (discusión creciente en Estados Unidos tras los desastres ambientales provocados por el cambio climático). El último artículo de MRP en EL PAÍS, Eurovegas, vender la dignidad, iniciaba de manera emocionante: “La tierra es el más preciado patrimonio nacional. Un patrimonio al que no deberíamos renunciar y que es, en último término, lo que nos distingue y nos une”. En el debate actual sobre el litoral, que pone sobre la mesa el futuro ambiental de nuestro país, nos falta el criterio, el interés cívico y la pasión radical por el paisaje y la ciudad de MRP.
No puedo estar más de acuerdo con las palabras del gran urbanista Manuel Ribas Piera, quien a mi entender comprendió el verdadero valor de los contextos y las escalas de intervención urbanística. Es tradicional ver como los arquitectos, algo menos los ingenieros, se ensañan en rematar una obra «pasando» literalmente de su repercusión en el ambiente donde se va a instalar por muchos años. Quizás ello no sea culpa suya, sino de sus formadores, que confieren más valor a la maqueta del edificio que al contexto donde esta se va a localizar, como si fuera a ser tirada en paracaídas desde un avión y cayese como cayese lo haría bien. En cuanto a lo dicho, y en referencia a la costa, próximamente haré algunos comentarios.
Comparto igualmente el contenido del artículo. No obstante, Juan Garrido, disiento del comentando diferenciador entre arquitectos e ingenieros. Que las barbaridades existentes en nuestro litorales sean obra generalizada de arquitectos y no de ingenieros se debe a las competencias que hasta ahora hemos tenido en nuestra actividad profesional, no a la formación que recibimos. Dudo que la de los ingenieros aporte más sensibilidad o profundización en el valor del paisaje como patrimonio. Sin ánimo de eludir la responsabilidad de nuestra profesión en las aberraciones urbanizadoras de este país, no podemos olvidar que es el poder económico y financiero, a través del poder político como brazo ejecutor de legislaciones y planes «ad hoc», el que ha determinado el panorama que tenemos. La nueva Ley que se acaba de aprobar es una muestra de ello.
Afortunadamente Alicia de Navascués, una de las arquitectas con mejor sentido de la responsabilidad de todo el panorama andaluz, ha explicado que, esta vez, nuestro visitante habitual al blog (el multifacético Juan Garrido) ha sido injusto con los arquitectos y, desde mi punto de vista, no ha sabido diagnosticar adecuadamente donde están los orígenes y las verdaderas causas de tantas cosas… Pero afortunadamente, como decía, Alicia desde Huelva ha puntualizado con finura y claridad algo que todos, incluso nuestro amigo Juan seguro que comparte.
Y también me sumo a que eso no significa que todos, incluidos los arquitectos por supuesto, somos de una u otra manera responsables… Por acción o por omisión… Una apatía en la que La Ciudad Comprometida no incurrirá!
De acuerdo con el contenido de este artículo y de acuerdo también con la postura de algunos periodistas como Ana Blanco , que algunos creíamos tan blancos como su apellido, que han demostrado criticando la parcialidad informativa de TVE en un asunto tan delicado como la Ley de Costas. Estas personas demuestran que el compromiso es importante a pesar de lo que está en juego para ellos.
A mí me preocupa el paisaje, pero también la visión que del litoral español tienen los europeos porque podemos destruir la única empresa que funciona. Cada vez que se legisla contra la naturaleza, acabo pensando en la potestad para hacerlo. ¿ Quién nos ha dado la propiedad de las costas o , en otros lares, de los bosques donde viven desde siempre las tribus a las que no se les reconoce propiedad alguna?