Su nombre era Laura. Veintiséis años. Profesora. Salió a hacer deporte. Murió, en el momento de escribir esta columna todo apunta a que ha sido asesinada. Miedo. Es la sensación avalada por la realidad que las mujeres sienten, muchas de ellas, cuando se mueven por lugares que pueden facilitar el que asesinos, violadores o cualquier otra degeneración humana puedan actuar. Es vergonzoso para nuestra sociedad, es traumático para ellas, porque limita absolutamente su libertad, su igualdad, su manera de vivir la vida. Todo serán lágrimas, sollozos, pero pasados unos días habrá quedado en un número más de la lista que no cesa de crecer. Y es más vergonzoso aún que alguna formación política se plantee derogar las leyes que están echando a andar para acabar con esta estupidez humana, con esta lacra social que permite a la mitad de la población sentir miedo ante la sociedad misma. Pero es más vergonzoso aún que esos planes electorales estén avalados por casi medio millón de votos. Ya sé que hay quien dirá que esto se soluciona con mano dura, con extremos. No es así. Esto se soluciona con educar en una cultura de igualdad, respeto, defensa social contra la violencia. Las cárceles solo representan el fracaso social. Son precisas, pero es en la familia, en la escuela, en los institutos como el que trabajaba esta profesora donde hay que inculcar estos valores. Y en la sociedad misma que ha de respaldar ciegamente su implantación en todos sus extremos. Aún queda una vergüenza más, la de aquellos otros partidos que anteponen sus intereses a los de la sociedad y son capaces de aliarse con quienes postulan la derogación de leyes que defienden estos valores, leyes que pretenden una igualdad real, que luchan contra la violencia machista. Bien se podría exigir a quien desea gobernar que, al igual que posturearon ante notario el no permitir que determinados contrincantes gobernasen, hicieran lo mismo señalando que ellos no van a hacerlo con el apoyo de quien esto preconiza, o al menos con la defensa de las medidas que contemplan sus programas electorales. Así, el cambio no daría miedo por sí mismo, al contrario, hasta se podría pensar que es bueno o aconsejable, según opinión y parecer de cada cual. Pero que quede claro, porque al final nadie da nada por nada, ni un solo voto. Y al tiempo, no mucho, pueden comenzar a aparecer medidas que retranqueen modelos sociales de lucha contra esta violencia, justificadas aparentemente en casos puntuales; o disminución de presupuestos allá donde se pelea cada día pro de esta educación e igualdad. Cambios que no son los que los votantes tal vez esperaban, pero que quien mande puede justificar de forma sutil. Las cosas no suceden porque sí, a la postre son resultados de condicionantes existentes, o creados específicamente para justificar pasos posteriores. Y a quien entiende, pocas palabras bastan. Mientras tanto, Laura ha perdido su vida posiblemente a manos de un bestia que vivía entre nosotros. Nuestra sociedad tiene hoy una maestra menos y un asesino más.