«El Territorio Comprometido»
El equilibrio ecológico de la alta montaña mediterránea, y en este caso de Sierra Nevada, es frágil biológicamente e inestable orográficamente. Las implantaciones humanas en estas zonas conducen normalmente a una fuerte pérdida de suelos y la consiguiente desertificación.
Sin embargo, en la comarca objeto de este estudio, el acondicionamiento de las laderas como terrenos de cultivo, mediante las técnicas de aterrazamiento tradicionales, la captación y conducción del agua, y la arboricultura ha conseguido conformar un nuevo equilibrio ecológico caracterizado por el alto grado de antropización de un medio muy hostil.
El sistema agrario se caracteriza por la estrecha interdependencia de los elementos que lo componen: un mosaico de pequeñas terrazas adaptadas a la fuerte pendiente, regadas por una red de acequias captadas en las altas cumbres, albercas que almacenan y regulan el paso del agua, pequeños cortijos y eras ligados a las actividades agrarias, apriscos cerca de las altas cumbres y una arboricultura desarrollada en torno a las terrazas y junto a las acequias. Todo ello compone un conjunto altamente integrado, un paisaje rural original, en el que la arquitectura rural se inserta, pasando a formar parte de un mismo y único panorama.
La labor constante de mantenimiento por los agricultores, durante siglos, de la estructura de los bancales, ha compuesto junto con el resto de elementos formales, una identidad irrepetible. De estos elementos, el bancal es la base de la composición, y corresponde a una forma de terreno en arco, de dimensión variable pero repetida, y que despieza cada loma, según su anchura y pendiente. Sus bordes acusados por el escalón, y a veces, con muros, sendas y arbolado, perimetran las piezas del puzzle del paisaje de la Alpujarra.
El muro de contención que conforma los bancales, construido a base de lajas de pizarra, es el elemento constructivo básico. La piedra de distintos tamaños se clasifica y se coloca por los propios agricultores, que contienen de esa forma los rellenos de tierra cultivable. La deformabilidad de un muro de tal naturaleza es la garantía de su durabilidad, ya que puede adaptarse a todos los movimientos del terreno hasta que éste adquiere su acomodo, el agua sobrante escapa entre las juntas abiertas del muro y las roturas son de fácil reposición.
Cuando se organiza un cultivo, la piedra sobrante del terreno, y la que se aporte expresamente para la fabricación del muro, se va intercalando en tamaños diferentes hasta que forma una red tupida que recuerda las organizaciones de cultivo del área mediterránea. También se recurre a la contención más simple de todas, que consiste en dejar al terreno con una pendiente, que permite su estabilidad, el recurso es tan antiguo como la civilización, con un resultado más ambiguo, en cuanto a la organización del cultivo y a la configuración de la propiedad.
Aparecen asimismo entre las zonas cultivadas las cortijadas, construcciones aisladas, que responden a un modelo de vida ligado directamente a la agricultura, con sus distintos espacios propios de esta funcionalidad.
Su ubicación responde al cuidadoso trato del terreno ya que el espacio agrícola es escaso y pormenorizado. La construcción se monta también por piezas flexibles y ligadas. Cada parte se acomoda a la pendiente, resultando un juego de cubiertas paralelo al terreno.
Los muros de pizarra sin encalar y las cubiertas de launa, hacen que estas construcciones se fundan con el paisaje de los bancales cultivados, pasando desapercibidas en ocasiones.
Estas construcciones, mediante un lento proceso de adición a lo largo del tiempo, se convierten en el origen de los núcleos de población de la Alpujarra, íntimamente relacionados con el medio en el que se insertan.
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