No hace tanto, aunque ya es cosa del siglo pasado, el gobierno de Aznar se empeñó en no reconocer la población real de Andalucía, y cada año, en las transferencias correspondientes, ingresaba una cantidad inferior a la debida en las arcas andaluzas. Eso trajo una fuerte deuda desde la administración central a la autonómica que después fue complicado restañar. Los populares, cuando ya no eran ellos quienes gobernaban en Madrid, quisieron hacer sangre de esta deuda, llamada histórica. Ahora comienza la misma letanía. Y esta vez a costa de los dineros destinados a la financiación del servicio de dependencia, tan importante para quienes no tienen los dineros precisos con que pagar a alguien que los cuide. Y es que llegar a mayor puede convertirse en un problema más allá de la salud de cada cual. Antes, los abuelos vivían con sus hijos hasta su fin. Eran tiempos en los que cabían todos, incluso cuando las familias eran mayoritariamente numerosas, muy numerosas. Ellos se ocupaban de mil cosas, solo reconocidas cuando nos abandonaban, y si su salud lo permitía, echaban más horas que la inmensa mayoría de los cabeza de familia en las mil tareas que jalonan el día a día en una casa.
Hoy, parece que nadie quiere tener a un viejo cerca, salvo que las coyunturas económicas hagan precisa su pensión, cosa cada vez más frecuente por obra y gracia de esta situación de la que nadie aún ha dicho sentirse culpable. La cuestión es que los mayores suelen vivir solos, y los parientes se ocupan de ellos lo que pueden, que cada vez es menos. La ley de Dependencia vino a solucionar parte del problema, pues ese botón, o esa persona que durante unas horas los atendía, venían a paliar en parte situaciones de soledad, de desapego, de riesgos por mil aconteceres que les pueden ocurrir. Pero las vacas flaquean, o no hay ya para ellos, que son quienes durante toda su vida consiguieron sacar a este país de situaciones dantescas, mucho más que las que ahora vivimos. Y no todos tienen bienes que les permitan pagar para que los cuiden, o que les echen un ojo. La sociedad, a través de sus mecanismos, comenzó a cumplir esta función, lentamente, cierto, pero el proceso ya estaba puesto en marcha. No entiendo la conciencia de quienes juegan a machacar al político contrario colocando en primera línea de fuego a quienes no disponen de medios para vivir tranquilos los últimos años de su vida, que ya los dolores, las miserables pagas, la pérdida de capacidades, la soledad son lo suficientemente duros como para dejarlos también en la estacada con este ‘y tú más’ que nuestros políticos, lamentables vividores muchos de ellos que creen que nunca llegarán a viejos o que siempre tendrán asistentes, están empleando con los mayores más desfavorecidos. Hasta el periódico diario habría que llevarles a la casa. Cuatro millones de euros, ¿pero usted en qué piensa, señor presidente?
No hace tanto, aunque ya es cosa del siglo pasado, el gobierno de Aznar se empeñó en no reconocer la población real de Andalucía, y cada año, en las transferencias correspondientes, ingresaba una cantidad inferior a la debida en las arcas andaluzas. Eso trajo una fuerte deuda desde la administración central a la autonómica que después fue complicado restañar. Los populares, cuando ya no eran ellos quienes gobernaban en Madrid, quisieron hacer sangre de esta deuda, llamada histórica. Ahora comienza la misma letanía. Y esta vez a costa de los dineros destinados a la financiación del servicio de dependencia, tan importante para quienes no tienen los dineros precisos con que pagar a alguien que los cuide. Y es que llegar a mayor puede convertirse en un problema más allá de la salud de cada cual. Antes, los abuelos vivían con sus hijos hasta su fin. Eran tiempos en los que cabían todos, incluso cuando las familias eran mayoritariamente numerosas, muy numerosas. Ellos se ocupaban de mil cosas, solo reconocidas cuando nos abandonaban, y si su salud lo permitía, echaban más horas que la inmensa mayoría de los cabeza de familia en las mil tareas que jalonan el día a día en una casa.
Hoy, parece que nadie quiere tener a un viejo cerca, salvo que las coyunturas económicas hagan precisa su pensión, cosa cada vez más frecuente por obra y gracia de esta situación de la que nadie aún ha dicho sentirse culpable. La cuestión es que los mayores suelen vivir solos, y los parientes se ocupan de ellos lo que pueden, que cada vez es menos. La ley de Dependencia vino a solucionar parte del problema, pues ese botón, o esa persona que durante unas horas los atendía, venían a paliar en parte situaciones de soledad, de desapego, de riesgos por mil aconteceres que les pueden ocurrir. Pero las vacas flaquean, o no hay ya para ellos, que son quienes durante toda su vida consiguieron sacar a este país de situaciones dantescas, mucho más que las que ahora vivimos. Y no todos tienen bienes que les permitan pagar para que los cuiden, o que les echen un ojo. La sociedad, a través de sus mecanismos, comenzó a cumplir esta función, lentamente, cierto, pero el proceso ya estaba puesto en marcha. No entiendo la conciencia de quienes juegan a machacar al político contrario colocando en primera línea de fuego a quienes no disponen de medios para vivir tranquilos los últimos años de su vida, que ya los dolores, las miserables pagas, la pérdida de capacidades, la soledad son lo suficientemente duros como para dejarlos también en la estacada con este ‘y tú más’ que nuestros políticos, lamentables vividores muchos de ellos que creen que nunca llegarán a viejos o que siempre tendrán asistentes, están empleando con los mayores más desfavorecidos. Hasta el periódico diario habría que llevarles a la casa. Cuatro millones de euros, ¿pero usted en qué piensa, señor presidente?