Rajoy va a hablar. Los españoles y el resto de Europa podremos escucharlo. Sin pantallas de plasma, sin presidentes de otros gobiernos. Él, cara a cara, en el Congreso de los Diputados. Por encima de todos los sucesos de este caliente verano, por encima de las vacaciones, su comparecencia ha pasado de ser la serpiente a ser la noticia. El hecho de que el presidente del gobierno de España acuda a la sede donde se habla, a hablar, es el centro de toda la actividad, imaginemos hasta qué grado de inactividad hemos llegado. Pareciera que él puede decidir cuándo hacerlo. En realidad el puesto lo exige, dar la cara, explicar, evaluar, valorar, decir las cosas que piensa y lo que va a hacer. Sabemos, porque lo ha dicho quien está cerca de él, uno de sus ministros, que a él el ejercicio de la política le está costando dejar de ganar dinero. El honor tiene un precio, y su honor y honorabilidad, puestos en duda por ese delincuente al que entregó las cuentas y los dineros de su partido, que ya lo era entonces y al que tuvieron contratado por un pastizal, con despido en diferido, que llevaba la contabilidad A y la B, ese que se llevó el oro, no a Moscú, a espuertas, en cajas de zapatos y escondida entre calcetines y calzoncillos que ocupaban sus maletas, su honor merece acudir al parlamento y aclarar las cosas, y decir que España no va bien, pero que va mejor, y que este es el camino de la recuperación, y que el gobierno gobierna, aunque sus medidas sean peores que los daños que pretendían resolver. No sabemos aún si también aclarará el porqué los jóvenes aquí nacidos y formados han de marcharse fuera a dejar lo mejor de sus vidas e intelecto, el porqué ha abierto la vía por la que este país se desangra, aunque para él quizá fuese la única vía, aunque acaba con los derechos alcanzados con tanto esfuerzo. Parece que va a dar la cara y la palabra, salvo que el uso de la lengua lo lleve a subir y a bajar las escaleras y quede al final en el mismo peldaño, que no escaño, en el que estaba; eso si es que antes no se produce alguna ceremonia de la confusión que le reste protagonismo a sus palabras y todo quede en una sencilla puesta en escena, a la que algunos políticos son tan aficionados. Tal vez un cambio en el gobierno, unos datos positivos, alguna valoración de nuestros niveles económicos sirvan a Rajoy para sustentar un discurso que ya le estarán escribiendo quienes al presidente escriben. Mientras, julio avanza hacia su fin y el silencio sigue corriendo por las almenas de palacio. Los que se van no olvidan, y quienes sufren su destierro recordarán siempre.