Los niños chapotean en las piscinas, juegan con la arena, cazan medusas con las redes y se agrupan todos a mirar, con la curiosidad e ingenuidad de la infancia, las presas conseguidas antes de enterrarlas en la arena. Los niños siguen disfrutando con sus saltos y carreras, con sus chuches, y con sus juegos de toda la vida antes de descubrir las máquinas que los aparten de los demás y los encierren en un mundo de silencios y movimientos digitales compulsivos. No viven pendientes de un teléfono móvil ni de los perversos efectos de los recortes y de la crisis. Ni siquiera se preocupan por los sobres ni por las fincas ajenas. Ellos duermen como troncos por las noches, y en cuanto llega el día se encargan de seguir lo que su naturaleza les señala. Y ahí, fuera de colegios y de timbres, comen, leen, juegan con lápices y papeles, construyen castillos y casas en su imaginación, y se entregan al disfrute de los días sin más continuidad que ellos mismos. Son los reyes del verano mientras les dura su libertad, mientras se les permite sencillamente jugar, comer, leer, dormir, y vivir una vida de vacaciones que a algunos molesta porque no saben ya ser niños, o lo que es peor, su tiempo lo dedican a cosas serias, de esas que dejan dinero, o siembran problemas, o resuelven graves situaciones, y no les queda tiempo para acercarse a los niños, y hacer de árbol, o de ogro, o de trampolín, o leerles unas páginas para que su imaginación vuele. No, eso es cosa de otros u otras. Son cosas menos o nada importantes. Su tiempo tiene otro valor y su dedicación ha de ser diferente. Frente a ellos, los abuelos, que ahora tienen todo el tiempo del mundo, porque ya les queda muy poco, miran a los niños, pero ya apenas pueden leer, ni saltar con ellos, ni tan siquiera pueden correr tras la pelota. Si acaso, vigilarlos mientras los padres se ocupan de las cosas serias e importantes. Los niños siempre buscan sustitutos, y tal vez los más fáciles de conseguir son los sustitutos de los padres, si bien es cierto que su incidencia en la construcción de su propia esencia de persona no sea la misma que podría haber sido. Pero eso a lo peor es lo menos importante para quien entiende que su primera obligación es resolver problemas del ahora para el futuro, no construir el futuro humano que tiene su cara, sus genes, y hasta su sonrisa, cuando él sonreía. Y así, el día que se encuentren a sus hijos viviendo en sus casa tal vez no sepan quienes son, ni apenas se reconozcan en ellos, pues han puesto tan poco en sus personas que todo cabría en unas cajas de cartón o en un bote de cristal.