El arzobispado de Granada acaba de publicar un libro en el que desde su mismo título se alienta a las mujeres a ser sumisas, eso sí, dentro del matrimonio. Con lo cual quedan exentas de tal docilidad aquellas que ni están casadas ni lo piensan. He de confesar que no he leído esta obra de una italiana, quien dice habérselo hecho llegar al papa Francisco. No sabemos lo que Francisco ha hecho con el libro, aunque dudo que lo haya leído aún. Estoy en la creencia de que apenas le eche un vistazo algo exclamará. Lo que sí es cierto es que desde las derechas granadinas hasta las izquierdas parece haber consenso en que esta no es la mejor publicación del arzobispado granadino, parece que todos están de acuerdo con echar el libro a la hoguera, tal vez allí, en la plaza Bibarrambla, donde otrora se hicieron enormes hogueras para quemar los escritos judíos y árabes, cosas de esta ciudad.
Mientras tanto, esta semana ha muerto otra mujer a manos de su marido, aunque no sé si lo era, o si solo eran pareja de hecho. Lo cierto es que el machismo sigue campando por nuestra tierra, enrojeciéndola con la sangre de las mujeres, seguramente insumisas a los deseos de sus machos, de esos que se consideran amos, jefes, dirigentes de las vidas y haciendas de ellas. Esos que controlan hasta su respiración, y cuando no les gusta sencillamente la apagan, con sus propias manos. Y no lo achaquemos ni a ideologías, ni a credos ni a doctrinas; tampoco a clases sociales ni a nivel formativo. No, es la ceguera del macho que se ha adoctrinado a sí mismo, que se ha hecho tal a imagen y semejanza, que vive rompiendo los días a aquella a la que un día le dio un ‘te quiero’ para siempre, solo que ese siempre se le ha acabado antes que a él, aunque lo enmascare de amor, y ella ha de quedarse ahí. La sumisión, tan apreciada por los vanidosos e incompetentes, por aquellos cuya egolatría les sale por los ojos, por la boca, por las manos; aquellos que acaban con todo insumiso a sus deseos, sean cuales sean, desde el carnal hasta el intelectual o el servil. Esta sociedad está llena de estas gentes, y en cada esquina es fácil verlos, lo malo es no reconocerlos y permitirles que se regocijen en lo maravillosos que son cuando están fuera de su ámbito de poder, frente a la persona que les ha de ser sumisa. A algunas les cuesta el final de su vida, otras pagan durante toda su existencia esa idolatría hacia sí mismos; y otras muchas (personas) viven en silencio las consecuencias de estos seres que hasta son loados y seguidos por quienes en realidad no los conocen, solo siguen sus máscaras y sus fariseísmos. Granada ha vuelto a ser noticia, una vez más.