El 7 de diciembre se han cumplido 36 años desde que un servidor, siendo un jovenzuelo recién aterrizado en la universidad, acudió voluntarioso a un acto que se suponía una mezcla entre festividad y tradición.Cosas raras de la época, pues no había dinero para fiestas (más o menos como ahora), ni demasiados impulsos religiosos. Pero la cosa prometía, se trataba de cantar una salve a la Inmaculada en los jardines del Triunfo. Y llegaron las doce de la noche, y los cantos juveniles se trasformaron en voces de libertad y sentencias parecidas. En menos que canta un gallo nos vimos rodeados por varias furgonetas policíales, con rejillas protectoras, agentes saltando por todas sus puertas, casco en la testa y ametralladoras o porras en las manos. La desbandada fue poco religiosa, y las cuestas del Albaycín se llenaron de chavales corriendo con policías detrás. Algunos antiguos locales, como la Muralla, acogieron a quienes consiguieron llegar hasta ellos, otros nos refugiamos en portales, e incluso algunos vecinos nos acogieron en sus casas mientras los guardias buscaban a los vándalos que pedían libertad a esas horas de la noche. Ya venía la movida de antes, y prosiguió después con varias manifestaciones, muchas de ellas por las aceras de la Gran Vía desde la facultad de Ciencias, ordenadas para evitar multas y detenciones; otras incluso con la policía dentro de los edificios académicos, donde se cruzaron de todo tipo de proyectiles sólidos, líquidos y gaseosos. Los grises tenían entonces licencia para golpear, y las pelotas de goma eran de magnífica calidad, pues marcaban con espléndidas señales sus dianas, señales que duraban su tiempo. Había calles en las que sus extremos eran tomados por la policía y se convertían en ratoneras. Solo se pedía un cambio, y el sistema parecía no tener prisa. Todo aquello se superó, y este país comenzó una nueva andadura. La educación se vio reforzada y el orden público se dedicó a garantizar aquella libertad en la medida de sus posibilidades, avanzando de forma notable. Ahora, el gobierno del Partido Popular constriñe la educación, reduce becas, maestros, acceso a la función pública, impide las contrataciones de profesores sustituyéndolos por contratos basura, amplia las universidades privadas…, y todo eso que nos lleva hacia otro modelo. En cambio, las multas suben, los controles se facilitan, los espacios se restringen, la libertad ciudadana, que debe ser espejo del derecho de la ciudadanía, se ve ‘garantizada’ por medidas que refuerzan a quienes tienen el poder, un poder. Y pregunto yo solo una cosa, ¿por qué no aumenta el gobierno sus inversiones en educación y de esa forma cada vez será menos necesario tanto control y tanta multa? Es cuestión de seguir impulsando las bases de la igualdad en lugar de alimentar las bases de la diferencia entre quienes caminan y quienes controlan los caminos. La educación siempre estará por encima de la represión, pero hay quien está interesado en otros miedos.