Mil pelotes de multa por jugar con la pelota. Verdaderamente se están cubriendo de gloria, y cuando llegue el próximo gobierno va a necesitar una legislatura para ir quitando todas estas leyes absurdas con las que el Partido Popular está entreteniéndonos. Y no me refiero a aquellas que afectan de forma normal al devenir de la vida ciudadana, ajustando la ley a los nuevos tiempos, me vengo a referir a estas que pretenden meter a la gente en casa y que no salga ni a protestar cuando el sufrimiento se apodera de ella. Si ya los niños tienen dificultades para poder jugar en la calle, ahora llega Gallardón y les pone más impedimentos. No quedan apenas espacios para poder dar cuatro balonazos, que es lo que toda la vida hicieron los niños, y en esto no sé si entrarán también otros juegos. El caso es que las multas que no ponen los ayuntamientos por malos aparcamientos, o por colarse un semáforo amarillo, o por parar donde no se debe, o por vaya usted a saber (se lo pueden preguntar al ayuntamiento granadino, que esperaba cobrar casi cinco veces más en multas de tráfico de lo que ha cobrado este año), pues llegará la guardia urbana, a la que los políticos pretenden convertir en recaudadores de dineros para las arcas públicas (recordemos aquellos tiempos de la Edad Media en que los soldados iban por aldeas y poblados recaudando para el rey a punta de espada), y si llegado agosto las cuentas no salen es cosa de mandar al personal uniformado a multar a los padres de los chiquillos que están jugando a la pelota en la calle. Además, si los equipos están completos la recaudación puede ser de las buenas, pues en un partido el ayuntamiento puede llegar a levantarse hasta 22.000 euros, sin contar con los posibles suplentes. Manda narices, con los delincuentes por las calles, algunos de corbata y en coches con cristales tintados, y Gallardón legislando para multar a los niños por jugar al fútbol. Y luego va el ministro Wert y casi besa a Ronaldo. Nada, niños a sus casas, a jugar con las video-consolas y a ver la tele, que le den la tabarra a sus padres, o a sus abuelos, o a quien esté con ellos. Estamos ya bien metidos en el siglo XXI. Se nota. Luego diremos que los niños están gordos, que no hacen ejercicio, que no tienen amigos, que no se relacionan entre ellos. No tenemos apaño, unos menos que otros.