El empleo está en nuestra provincia como hace diez años. Ni más ni menos. Por el otro lado, el paro está en más de ciento dos mil personas. Y como lateral, el trabajo existente ahora es cualitativamente muy inferior al que era en otros tiempos. Es sabido, en España los ricos son más ricos y las clases medias están empobreciéndose a pasos agigantados. Eso sí, los pobres ya lo son de solemnidad. Nuestros dirigentes políticos en el gobierno dicen a la oposición que se calle (en Granada, que se vaya). Y los ciudadanos no encuentran salida a esta situación, por mucho que miren hacia todas partes, salvo ser emigrantes españoles en los países europeos de renta fija. Movilidad exterior, que la llaman quienes mandan. Entre tanto, hay personas que han encontrado la peor de las salidas, el suicidio, y en nuestra provincia se baten récord, con 133 fallecidos en el año 2012. Dicen las estadísticas, que se utilizan según convenga pero que aquí dan cifras escalofriantes, que desde que comenzó la crisis los suicidios han subido un 58%. De esto en nuestra cultura se habla poco. Los intentos escalan de forma brutal aunque los datos no se conocen con exactitud. Es normal. No se conocerán nunca. Una parte de estos fallecimientos son achacados por los expertos a la crisis. La gente no ve salidas, se ve hundida, empobrecida, en el paro y la miseria, desdeñada por aquellos que deberían ofrecerle remedios, no limosnas, no caridad. Soluciones que impidan ver cómo son echados de sus casas por esa banca que el año pasado volvió a ganar miles de millones, capitaneada por gentes que cobran cientos de miles de euros al año, y que cuando son llevados ante la justicia, si es que los llevan, siempre encuentran las rendijas para salir airosos. Personas que se vieron expulsadas de sus trabajos porque las empresas no querían bajar sus ingresos, y exigían más por lo mismo pagando mucho menos, o casi nada. Personas que en un mal momento han cegado su mirada y han segado su presente, apeándose de la vida. Pero esto está hasta mal visto hablarlo en nuestra sociedad, parece que se incita a secundarlo. En realidad debería ser analizado para evitarlo, habría que ver en qué se está fallando, qué se está haciendo mal para que una persona nos deje voluntariamente. Estos datos parece que han de quedar en una página interior de los periódicos. Nadie quiere asumir responsabilidades, aunque en muchos de ellos hay nombres y apellidos culpables detrás de cada muerte. No son cosas que pasan. Hay gentes sin escrúpulos, con sonrisa de marfil y corazón de piedra; gentes que van provocando que se sequen hasta las almas más nobles, a cambio de nada, o peor aún, de balances de cuentas. Los demás callamos, cómplices como en tantas otras miserias humanas. Al final parece que todo se reduce a un número. ¿Para esto hemos luchado tanto?