Los restos de García Márquez quedaron en su tierra, entre su Colombia natal y México. Su herencia quedará siempre como legado al mundo, al alcance de todos en los tiempos venideros. Vino a morirse en el mes de las letras, en el mismo que Cervantes, Shakespeare y Sor Juana Inés de la Cruz. Abril, este tiempo llamado a la poesía, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos, como diría Márquez al recibir el premio Nobel en 1982. Y es que nuestro autor, de quien todo se ha escrito en estos últimos días, fue un contador de historias, de cuentos tan pegados a la realidad que son la realidad misma. En ese mismo discurso, permítame que lo recuerde, quiso llamar al mundo para que abriese los ojos, o sencillamente mirase a aquella otra realidad que envuelve a la inmensa mayoría de los seres humanos. Y así, dijo que es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos. Ningún caso se le hizo a estas palabras. Quienes tienen la ventaja cogida a lo largo de la historia procuran aplicar su vara a todos, sin considerar que no todos han tenido las mismas oportunidades, las mismas ventajas, que cada cual llega cuando llega, y lleva su crecimiento propio, en este caso, esquilmado por los aventajados. No hay que irse a tierras lejanas. Aquí mismo viene ocurriendo esto desde hace tanto tiempo, y quienes tienen la vara más larga no están interesados en verlo. Más bien la utilizan para, no ya medir, más bien para golpear con ella a quienes luchan por sobrevivir con la dignidad que han de poseer, la misma de todos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo, como dijo García Márquez. ¿Acaso no podemos soñar? Es lo único que podemos hacer con total libertad, y sobre lo que no hay cadenas. Pero esa vida propia en el reparto sigue estando dominada por los intereses de la minoría que derrocha lo de todos, y ahí estamos nosotros, unos más que otros. El escritor sigue vivo con su obra, con sus versos, con sus palabras, y lo hizo, y así ha quedado, por una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra. Es su verbo, es su legado. Su grandeza la medirán los tiempos venideros. Hoy solo podemos leerlo, y si acaso, intentar que germine su espíritu.
Qué grato es leer este artículo en el que se interpreta de manera actual y propositiva el legado de nuestro Gabo. Muchas gracias desde este otro lado del sur, Juan de Dios.