Mayo acaba de romper los silencios con las calles llenas de gentes que caminan recordando a quien manda que su poder le llega desde abajo. Se preguntan los caminantes de calles al escuchar a quienes dicen que dirigen que de qué hablan, de qué pueden hablar con más de seis millones de parados llenando sus vacíos cada jornada, que ya no es laboral, de qué hablan con lo que están haciendo con las personas discapacitadas, aisladas cada vez en una soledad cínica e injustificable de una sociedad que vienen a llamarla tecnológica. De qué hablan quienes gobiernan el Estado, quienes reparten los dineros, quienes escriben leyes, quienes cobran por servir con lo que están haciendo con las universidades, con las escuelas, terrorismo educativo, que diría la nieta de madame Curie hace unos días, cuando están secando la formación, los recursos, la promoción, el acceso, con el silencio cómplice que aquellos que no se marchan, aunque sea para decir que no están de acuerdo (marcharse siempre es una opción). De qué hablan cuando alientan a llenar los estadios para que la gente desfogue sus ánimos con los dioses de este tiempo, contra los otros árbitros, que, sin embargo, a diferencia de ellos, no han escrito las normas. De qué hablan cuando suben a los escenarios, a pavonearse ante los suyos por gobernar con medidas que nadie les votó. Por qué no callan, y reflexionan pensando en todos, también en aquellos que dejan sus cuerpos en sus casas porque se avergüenzan de que vean la miseria de sus vidas, a la que han llegado por obra y gracia de decisiones de empalados y engominados. Sin embargo, es la hora de la política, aunque tal vez no de estos políticos. Es la hora de que los que tienen algo nuevo y distinto que decir, de los que no cobran dietas por asistir a reuniones de consejos en sus horas laborales, de quienes respiran el mismo aire del pueblo, y comen sus mismas comidas, y visten sus mismas ropas, y saben que volverán a él cuando acaben, con las caras altas, en sus viviendas de siempre, con el salario de su trabajo. Es la hora de esa clase política. Por eso ayer se llenaron las calles, aunque fueran pocos, aunque solo caminaran, aunque sus alientos solo sirvieran para darse aliento unos a otros, con ciudadanas y ciudadanos que creen que la democracia es el mejor de los sistemas, pero que algo se está haciendo mal, muy mal, y sin embargo parece que solo lo ven quienes lo sufren. Los otros comen de ello como los buitres de la carne muerta.