Aquí se está cociendo algo desde hace tiempo, pero ahora está brotando. Cuando alguien coge una pistola y le pega cuatro tiros a otro es que algo importante ha dejado de funcionar. No hay justificación posible a algo así, sea quien sea la víctima y sea quien sea el verdugo. Los aires están calientes, muy calientes, y la gente busca justificación a cualquier cosa, como sea. Desde mil agujeros salen los gusanos que están horadando los subterráneos comunitarios para alentar y justificar. Se habla, se dice, se cuenta, y la verdad se envuelve en mil intereses que siempre interesan a unos pocos para llevarse el ascua hasta su sardina. Después, siempre habrá justificación para las acciones que solo originan víctimas. Al final alguien pierde lo insustituible y la sociedad nuestra pierde su esencia. O tal vez su esencia siempre fue esa y solo estaba maquillada. Es fácil hacer crecer las calumnias que dan pie a terribles sucesos, y cuando estos llegan nos amparamos en el anonimato o en ya lo decía yo. Todos tenemos nuestros fondos de armario, pero ocurre que escondemos los propios mientras alumbramos los ajenos, o los inventamos para justificarnos. Siempre hay beneficiarios, pero probablemente los daños de los perjudicados sean inmensamente superiores. Quién le devuelve la vida a una víctima de una salvajada como la ocurrida esta semana en León; quien le devuelve la existencia a quien no soportando más las mentiras, o las presiones o que le quiten lo que sí es suyo, decide acabar con lo más íntimo que tiene. Después llegan los llantos y golpes de pecho, y el tiempo diluye las culpabilidades como pompas de jabón.
Esta sociedad nuestra no sabe escuchar la música que a sus oídos llega, solo se queda con los estruendos. Las aguas son envenenadas y las palabras cortan el viento como si fueran gratuitas. No lo son. Tras cada palabra hay una intención. Los muertos no valen nada porque se les ha arrancado la esencia, el valor está en esas vidas rotas, sean de ministros, presidentes o vagabundos. Vidas a la postre, y acciones que no serán perdonadas por muchas oraciones que se recen, porque al final quien pierde es quien no podrá seguir despertándose cada mañana, aunque sea para luchar por los demás, aunque sea para luchar por sí mismo, por su derecho a ser libre, por sus derechos a decidir sobre él. Siempre saldrá alguien que justifique. El silencio en esos instantes cobra categoría de arte mayor, que muy pocos saben conjugar. A veces la verdad es tan parcial que lo que se oculta es aún más grande que la incertidumbre y el desasosiego que genera. Es mejor pararse a pensar para poder seguir viviendo, y analizar que tal vez lo que aún queda por delante puede ser mejor que lo dejado atrás. Y permitir que cada cual siga su camino, aunque alguien se atreva a llevar balas en los bolsillos. Los derechos ajenos son al menos tan importantes como los propios.