Nuevo curso escolar, miles de niños llegando al colegio cada mañana, caras de emoción, ojos de sueño, mochilas cargadas, madres y padres expectantes, sosegados, relajados, ansiosos… Al fin descansarán y otros se harán cargo de sus hijos. Maestras y maestros dispuestos a reiniciar una tarea vital para una sociedad que no reconoce en ellos más que las vacaciones que acabaron con agosto. Al menor descuido, todo lo demás será críticas. Ayuntamientos dando los retoques a esos edificios que son suyos y que muchas veces han dejado para el último momento, tráfico congestionado, calles llenas de niños. Ha comenzado el curso 2014/2015. Toca la normalidad para las familias. Mientras, decenas de miles de maestros en paro aguardan una oportunidad para comenzar a trabajar, para entrar en las aulas y desarrollar esa tarea imprescindible. La tasa de reposición, ese absurdo, desvergonzado y ridículo diez por ciento, y los robos (llamados ahora recortes) en educación están machacando los avances logrados con tantos esfuerzos. Wert, el adalid de Rajoy, sonríe, mira hacia otro lado y amenaza con los títulos si no se cumple su ley, como dejando caer que si Andalucía se resiste a aplicar su ley en la totalidad no dará los títulos a los estudiantes, que para eso los firma o da a firmar él. Hoy parece que fuesen los trabajadores (maestros, enfermeros, médicos, funcionarios…), los parados y los jubilados quienes han de sacar a este país de la crisis, pareciese que fueron ellos quienes rompieron el sistema. Los alumnos que ahora llegan a la escuela, a los institutos, a la universidad, serán quienes paguen de forma directa las consecuencias, y con las nuevas tasas, también los costes. Dentro de este inmenso mundo del alumnado, mayoritariamente no votante, los que más necesitan de recursos serán quienes más padezcan su ausencia o disminución. Las autoridades de primera instancia hacen lo que pueden, no se lo neguemos, de todo color político, pero ciertamente unos hacen más que otros, unos pueden más que otros, porque unos dependen de los recursos que los otros pongan a su disposición, para luego repartir en función de las prioridades que cada gobierno establezca, y cada uno en la dirección que le ordena su partido, en función de unos intereses concretos. Para unos, el compromiso está arriba, en el dinero; para otros está en la sociedad. También cuenta el compromiso personal, el de quien está en la política para servirla, para servir a la gente, para comprometerse por la sociedad y la resolución de los problemas, y quien está para no apearse del coche oficial durante años y años y años, para decir por todos los rincones que trabaja muchas horas cada día, que abandona a su familia que solo vive para su trabajo (como si los demás vivieran para las nubes), y para intentar seguir a costa de lo que sea y de quien sea, vendiendo a su padre si es preciso.
Por otro lado, está la coherencia de estos que comen de la política, a la hora de legislar. La coherencia con la sociedad. Cada legislatura no puede traer una nueva Ley de educación por la incapacidad de la clase política de ponerse de acuerdo. Ya es hora de que Madrid y quienes allí habitan desde sus gobiernos se den cuenta de que la educación no puede entrar en el juego político, ni la investigación tampoco. Ya va siendo hora de que lo más sagrado de este país sea su infancia y adolescencia, que pisan la tierra todos los días, que se ven y se tocan y gritan y ríen y lloran. Ya va siendo hora de que los centros educativos queden al margen de las disputas políticas. Ni maestros, ni profesores, ni padres, ni madres, ni el alumnado son culpables de que hayan disminuido los ingresos del Estado. Los gobiernos, el central del Partido Popular prioritariamente, se han ocupado de lanzar miles y miles de millones a la banca, para sanearla, porque ahí está el poder, ahí incluso puede estar su futuro, el de muchos de ellos, solo tenemos que ver dónde se recolocan cuando dejan las carteras ministeriales, mientras que a la escuela no vuelve ninguno, ni los que son maestros; huyen de ella como si estuviese apestada. Me alegra que Rubalcaba haya regresado, es un ejemplo que pocos seguirán. Ya es hora de que sanee la educación, con todo lo preciso, porque ahí está el futuro de este país. De lo contrario, llegaremos a una sociedad de unos pocos ricos que explotarán al resto, que cada vez tendrá menos formación, salvo que pueda pagársela, con un puñado de gentes sentadas en cómodos tronos mirando y callando, porque ellos pueden. Mientras, los otros, ya no serán los mismos. Todo pasa por la escuela. Todos también, aunque algunos luego le den la espalda o la utilicen para desangrar en sus guerras particulares a quien no comulga con sus ideas. ¿Podremos pisar con sosiego el suelo del mañana? Todo depende de la educación de hoy.
En Colombia, la educación no solo ha entrado en el juego político con cada cambio de gobernante sino que se ha convertido en el botín que estos, indistintamente del partido político, ponen en manos de la empresa privada por medio de la adjudicación de colegios construidos con los recursos públicos. Actualmente, los maestros y maestras estamos siendo desplazados por profesionales de otros campos del saber, que en su calidad de «expertos» de cualquier cosa han llegado a las instituciones para hacer todo tipo de actividades lúdicas con los estudiantes. Obviamente, todo esto a cambio de jugosos contratos en los que se invierten los recursos públicos en la empresa privada. Nunca antes fue más incierto el futuro de la educación pública en Colombia.