Apenas hace dos semanas que empezó el curso en la escuela, y ya empiezan a formarse los coros preceptivos en las puertas de algunos colegios. Algunas madres, una o dos por grupo generalmente, no están de acuerdo con el trato que la maestra le tiene a su niña o a su niño. Le ha dicho el niño que la maestra le regaña, que lo ha cambiado de sitio, que lo apremia para que haga los trabajos, que… Y la madre, muy atenta a lo que su criaturita de cinco o seis años le dice, se subleva ante semejantes arbitrariedades de la docente, o del docente. Y comienza a calentar los ánimos en las entradas y salidas. Esta seño no es como la del año pasado, ni los besa ni los abraza, les habla mal y los obliga a trabajar, les impone una disciplina y a mi niño, que está muy bien educado y es muy obediente, ya lo ha cambiado dos veces de sitio y le dice que no hable mientras trabaja, que molesta a los demás, ¡¡Mi niño!! Inadmisible, al paredón esa profesional que ha estado dos meses de vacaciones para venir ahora a meter en cintura a estas criaturitas del señor. Todas las demás madres callan y asienten, salvo alguna que con un poco de sentido común les recuerda que los niños están allí para ser formados, que no es una enseñanza voluntaria en la que cada uno puede o no ir, pueda o no hacer los trabajos, y que parece que han olvidado que después de más de dos meses entre adultos, muchas veces sin una disciplina en comportamientos, horarios y labores, meter a los niños en un aula, alrededor de veinticinco, donde tienen que aprender a leer, escribir, sumar, restar, conocer las materias propias, construir un aprendizaje, aprender a respetar a los demás, a tantas y tantas cosas que luego la propia familia y sociedad les va a exigir no es tarea baladí. Pero la madre sigue erre que erre, con su niño, que le ha dicho eso, y ya puede decir la maestra lo que quiera, que su niño no miente, y que eso va a misa, y a ver qué es lo que va a pasar con esa señora tan estirada. Alguien le recuerda que luego esos niños, cuando son adolescentes y algo más, echan de menos esa disciplina, que acaban hasta las cejas de fármacos para poder establecer unas condiciones mínimas de sociabilidad, porque han pasado de ser los niños mimados y obedecidos a adultos sin control, y que esas actitudes y comportamientos se labran desde chicos, y que son los padres en las casas, y los maestros en las escuelas con el absoluto respaldo de los padres, quienes tienen que establecer y fomentar esos respetos a las normas y sembrarlos en el interior de cada cual. Pero esa madre está enrocada en sus trece. Y es que su niño le ha contado, y punto.
Me ha encantado tu tema de hoy, Juan de Dios. Voy a copiarlo y ponerlo en la puerta de mi escuela aquí en Bogotá, Colombia. Acá no estamos iniciando el año escolar, lo estamos terminando y pasa lo mismo que allá. Al final como al principio del año, la maestra o el maestro son culpables de que el niño o la niña no haya adquirido sentido de responsabilidad y respeto por las normas de la escuela. De todas maneras, el gobierno y las directivas de las instituciones educativas están de acuerdo en que los niños deben ser promovidos al curso siguiente aunque no hayan alcanzado sus logros académicos, es cuestión de la política educative.