Granada se ha convertido en una ciudad en la que el principal objetivo de sus gobernantes es obtener beneficios de la ciudadanía a costa de multas, impuestos y tasas. Todo está justificado, aunque todo no es justificable. Venir a estas alturas a decir que no subirán este o aquel impuesto es soltar una sonora carcajada en la cara de la gente, pues de nuevo es reírse del personal. Después de años saeteando con subidas ahora llegan las elecciones y congelan. Pretenden que la gente valore en positivo a quienes gobiernan, y ganar confianzas y créditos. Es cierto que llega un momento en el que la gente se inmuniza de todo, y pasa. Y ahí estamos, pasando, por eso hay quien se permite el lujo de decir que quiere seguir porque sabe que va a volver a ganar o porque quiere ganar. Y después de lo que esta ciudad arrastra en calles, comercios, empleo, transportes públicos y privados, en la mendicidad por calles de sus propios ciudadanos, personas que hace unos años llevaban la dignidad a sus casas a diario, y que ahora intentan salvaguardarla de la miseria en la que se han visto sumidos, y los dirigentes callan, y dicen que quieren seguir, después de este enorme fracaso. Aún tal vez no esté llena su bolsa personal, esa bolsa insaciable en la que atesoran todas las adulaciones, en las que les caen los agasajos de quienes algo buscan, de los que de ellos comen y viven, de los que anhelan seguir enriqueciéndose. Esa bolsa sin fondo que está llena de alegrías personales e intransferibles, de orgullos y pasiones, de sentimientos de salvadores o de obturadores y que se reduce al final a la nada, porque en nada se sustancia más allá de esta vida, ese más allá en el que muchos creen a pie juntillas porque su más acá apenas vale nada más que el marisco y la bolsa, o por justificar sus perdones, o ese más allá para quienes lo sucedan, que se quedarán un tiempo más en el más acá con las ollas repletas y las tarjetas funcionando. Y seguirán a menos que esta ciudad sea capaz de generar entre sus miembros a quienes diseñen un futuro para la totalidad de quienes en ella habitan y habitarán, porque todos pasaremos y la ciudad seguirá, a pesar de nosotros y de ellos seguirá. Se precisa un equipo, un proyecto y una vocación de servicio público. No se puede llegar a la política para resolver en primer lugar los problemas del dirigente y de su entorno, para permitir que quienes siempre se beneficiaron y enriquecieron sigan haciéndolo, sin estar dispuesto a pagar por los errores propios, a costa de impuestos y de echarle la culpa a los otros, y a estar en permanente confrontación con quien gobierna donde no manda el partido, incluso para justificar su propia inoperancia y para tener contento al jefe. Hace falta un equipo de personas, con su vida resuelta, con ideas claras, con capacidad de gobierno y de ejecución, con recursos intelectuales intrínsecos, y que sea capaz de hablarle a la gente, a su pueblo, como a personas mayores, adultas, no como si fueran un puñado de imbéciles a los que se les puede manejar como peleles, porque siempre habrá adictos y adeptos que te aplaudan y vitoreen, y devoren a quien piense de otra forma. Es bueno pensar de otra forma, y si además se es positivo y constructivo, ese pensamiento divergente o simplemente diferente servirá para avanzar y mejorar. Las uniformidades llevan a la sumisión, y cuidado con no degollar a quien no nos aplauda, porque a lo mejor también tiene razón, o es quien la tiene. Granada merece, necesita, anhela algo diferente, a quienes sean capaces de sumar, a quienes vayan con madurez hacia los problemas, no con los escudos auto protectores puestos. Hay demasiado repetidor ya en esta clase, y se las saben todas, todas las suyas.