Rato, ese miembro del tridente que Aznar tenía para donarle la candidatura a la presidencia del gobierno, ese líder que presidió Bankia, ese exvicepresidente que fue representante de una importante compañía telefónica española para Sudamérica, este rico riquísimo tuvo tarjeta B de la antes llamada Caja Madrid, sobre la que entre todos hemos tenido que hipotecar nuestras vidas por más de 22.000 millones de euros, elemento importante en la crisis cuyas consecuencias padecen los millones de parados, jóvenes emigrantes, ancianos cuya pensión no les llega, de tanto sufrimiento callado en España, esta tierra que algunos heredan al nacer y la ceden en herencia a sus descendientes, amos y señores del nombre, himno y bandera, y de cuentas bancarias dentro y fuera, sobre todo fuera de esta, su tierra. Rato usó la tarjeta, destinada a gastos de representación, y entre esos usos fue a una peluquería, en la que en 3 meses gastó casi 200 euros buscando la caída natural en movimiento de su cabello (ellos no tienen pelo, es cabello), revalorizando su belleza natural. Recuerde que este señor está casi calvo, por muchas filigranas que se haga con los cuatro cabellos en guerrilla. Bono al menos consiguió una buena mata, este de pelo. No contento con la caída natural de su cabello, en un día se cepilló 3.547 euros en bebidas alcohólicas, destinadas seguramente a que le nublaran la vista para no ver la realidad de su testa (ellos tienen testa). Pero ha devuelto todo, no sabemos si porque su cabello no tenía esa caída natural, o porque las bebidas no surtieron efecto. Y como Rato, más de 80 individuos, de todo pelaje y condición social, política y sindical, Uno siente auténtica vergüenza al comprobar cómo líderes del mundo laboral estaban beneficiándose de estas tarjetas B como si fuesen magnates. Es vergonzoso robar, pero es más vergonzoso aún, si bien es igual de delictivo, si lo hace quien en su vida ordinaria predica y defiende valores contrarios. Por eso, todos deben hacer tres cosas. Primero, devolver hasta el último céntimo, intereses incluidos; después ser expulsados de sus partidos y sindicatos; después pedir perdón, y si hay motivo de pena, que lo penen, porque si a usted lo pillan en un supermercado cogiendo comida para alimentar a sus hijos, a poco que se descuide lo meten en la cárcel. Pero, ¿sabe usted una cosa? No les pasará nada, ni a Pujol, cumbre de la desfachatez, ni a Ana Mato, monumento de la incompetencia (ya se nos han olvidado los Ferrari, los cumpleaños de gorra, los viajes a París…). No se apure, no pasará nada, porque los corsos tienen patente de corso, y no solo los políticos, están en todas partes. Algunos piensan que les durará toda la vida, por eso van como si todo fuese suyo; otros saben que estarán poco tiempo, por eso intentan llenar sus alacenas. El caso es que uno ya no sabe si este país es así o es que quienes son así están ahí. ¿Seguimos callados?
Justicia y reparación es lo que se debe pedir. Porque no basta con devolver lo que se han guardado en los bolsillos, ellos deben reparar a las personas del común que se han visto afectadas por las acciones de estos ladrones de cuello blanco, que abundan a lo largo del planeta. Obviamente, no va a pasar nada, porque nos carcome el virus de la indiferencia.