Hace algo más de cuarenta años un investigador recorría los montes granadinos en busca de sujetos a los que encuestar para sus trabajos. Pasando por una vereda escuchó a un niño llorando. Al acercarse, encontró a un zagalillo de corta edad atado con una cuerda al tronco de un árbol. El niño se quejaba no de estar atado, más bien de lo que semejante situación le generaba de cara a sus juegos, que iban más allá del círculo en el que se podía mover. No muy lejos estaba la familia cogiendo aceituna. Al preguntarles por semejante hecho los padres respondieron que el niño no podía estar cerca de donde ellos trabajaban, que era un peligro para su integridad. Que si lo dejaban suelto se podía escapar y caer por un ladero, que lo más seguro para el chavalín era estar atado, pues estaba a salvo de los aceitunazos y de sí mismo, amén de no escaparse y echarles por alto el jornal. Pasaron los años y se abrieron residencias escolares en las que los niños se quedaban especialmente durante el periodo de aceituna, fechas en las que toda la familia iba al campo a recoger el fruto del olivo. La situación fue evolucionando con el paso de los años. No quiero con este micro relato más que echar un vistazo atrás y comprobar la evolución de la educación de este país. En aquellos tiempos la escuela era una obligación relativa, los institutos un privilegio, la universidad casi un milagro, siempre que las familias estuviesen en lugares en los que acudir hasta estos centros educativos no fuese fácil. Aun siéndolo, habría que resolver las necesidades de mano de obra para la casa y la potencialidad económica que permitiera semejante entrega. Cuántas mentes privilegiadas quedaron en las veredas, en los carriles, en los caminos, en las aceras porque sus casas necesitaban sus manos antes que sus cabezas. Aquellos que pudieron acceder a los bienes educativos en esos tiempos saben bien la suerte que tuvieron, y muchos de ellos conocen también los esfuerzos que sus familias debieron soportar para sostenerles los estudios además de prescindir de sus servicios. Hoy todos aquellos que pudieron están ya en boca de la jubilación, si no en ella, y ven cómo las escuelas están abiertas, igual que los institutos y la universidad. Pero también pueden contemplar que al contrario que ellos, los que ahora acaban han de soltar otras amarras y salir casi huyendo de estas tierras que los han sostenido durante sus años de estudio, y han de marcharse al quinto infierno a buscar trabajo, seguramente a poner copas en los bares, a limpiar en las casas, a cuidar a los niños o a desarrollar tareas muy lejanas a su formación, exactamente igual que aquellos que entonces se quedaban fuera del sistema educativo por falta de recursos. Hemos dado la vuelta completa, pero el gobierno dice que esto marcha. ¿Alguien se extraña de que Podemos siga subiendo?