Granada está vestida de fiesta. Sus calles rinden homenaje a los Pasos de Semana Santa, y en torno a ellos, miles de turistas recorren el centro buscando también otras imágenes para capturarlas y llevarlas allende las fronteras nazaríes. La Alhambra está sin un solo hueco para visitarla, y así el resto de espacios que conforman nuestra ciudad por gracia de los antepasados que los edificaron. Nosotros hoy nos limitamos a mantenerlos, y si acaso a arrendarlos para ganarles cuatro duros. Granada se muestra una vez más como una de las ciudades más turísticas de Europa, los beneficios saltan a la vista, a la vista y a las cuentas de los restauradores (también de aquellos que querían quitar las tapas), de hosteleros y demás sectores que viven del turismo. Estas son algunas de las fuentes de las que ha de emanar el trabajo, trabajo cualificado y decentemente pagado en todos sus rincones, que ha de elevar el nivel laboral de esta ciudad. Pero también es preciso un nivel de cualificación total en quienes ahí trabajan, comenzando por los idiomas, que han de facilitar la estancia al visitante, consiguiendo que se sienta como en casa, eso lo ayudará a volver, sin duda. Pero no es solo la ciudad la que está hasta arriba con esta industria que ha de ser trabajada y actualizada y vendida de cara al exterior. No podemos dejar de lado al resto de la provincia, en la que paisajes, contrastes y gastronomía son bandera de un enclave único en Europa. Estos valores han de seguir siéndolo, potenciados con la calidez de lo artesano, alejándose de lo industrial, de lo aparentemente ‘hecho para’, y quedarse como en un ‘hecho por’. Ahí radica su esencia, ahí radica su valor. Si aquí lo que se encuentra es el mismo producto que se puede hallar en Cuenca, mal vamos (no desvalorizo a Cuenca, más bien al productor). Si la comida es la misma en todos sitios, y aparece incluso en los recetarios de los robots de cocina, mal vamos. Si los precios son exagerados, mal vamos. Si el servicio atiende como si se dedicase a treinta cosas más y se enmascara con campechanía, mal vamos. La provincia está llena de rincones, de costumbres, de productos únicos todos. Estos son los momentos de ponerlos en valor. Al fin no dejemos dos bastiones claves: Sierra y Costa, así, con mayúsculas. Con nieve de primavera, pero con imágenes asombrosas, la primera de España en tantos valores que no puede dejar de recibir la visita no solo de esquiadores, también de quienes desean aproximarse a un espacio sostenible e imponente. Y la Costa, donde aún queda tanto por recorrer hasta llegar a los niveles que nos permitan competir con los más próximos, deuda pendiente de todos, pero más aún de quienes tienen capacidad de decidir y de acomodarse a unos tiempos que ya no son los que fueron. Y tantas otras partes que no caben en esta columna…