Verano, tiempo de reuniones de comunidad en lugares de ocio, playas y montañas. Gentes bronceadas acuden a ellas con el mismo entusiasmo que otrora se iba a recoger garbanzos. Y así se actúa, algunos intervienen como amos de la finca, ese edificio en el que el personal irrumpe en verano rompiendo su solaz y descanso; otros aprovechan estas asambleas con la suelta de reprimidas, ganas de protagonismo y afán de ser escuchados, ocupando tiempos infinitos del conjunto de vecinos, que poco a poco, por aburrimiento, abulia o menesteres más importantes, van abandonado la reunión, hartos de estar hartos. Hay una inmensa mayoría que ni acude, y no es por confianza absoluta en quienes los representan, más bien es porque les importa tres pitos lo que allí se hable, aunque la palabra vaya en defensa o ataque de sus intereses. Hay quien no acude porque no está, simplemente, ni se le espera. Juntas de comunidad, esas reuniones en las que aparecen abogados de regadío y de secano, y pacientes oyentes que mueven sus cabezas según los intervinientes. Y luego está el administrador, quien en ocasiones es centro de descréditos, siembra de desconfianzas y veladas acusaciones de manipulaciones y mangoneo, cosa esta absolutamente injusta en la inmensa mayoría de las ocasiones, pues se suele tratar de profesionales que velan por los intereses de los vecinos y ajustan las actuaciones a la legalidad. Pero hay quien pretende divertirse dándoles caña a sabiendas de que son empleados de la comunidad y entienden que en la cuota que reciben está integrado el encaje de estas bofetadas dialécticas. No pondremos la mano en el fuego por todos, pues como en todos los oficios, habrá de todo. Pero lo indignante es observar cómo las trifulcas domésticas de comunidad, muchas de ellas con largo recorrido, se sacan en público en estas asambleas, con bofetadas dialécticas de viejo cuño, y embotelladas en gran reserva, pero que se escancian en grandes dosis aunque la copa que las acoge se rompa. No importa, no pasa nada, pechos de lobo al final de las mismas. Y luego está la elección o renovación de cargos. Hay comunidades en las que el personal lleva a cabo auténticas campañas electorales, propaganda incluida. Alucina el personal en colores, se trata de puestos donde hay que comerse marrones del tamaño de tigres, a cambio de nada, absolutamente nada, por lo que estas intenciones de seguir en el cargo, o de entrar en él con tal despliegue, resultan paradigmáticas. En cualquier caso, las horas corren y las reuniones se eternizan mientras los de siempre hablan lo de siempre, y quienes callan silencian su voz como siempre. Lo cierto es que, quitando los enjuagues y personalismos, dejando a un lado las peleas y a veces insultos, deslegitimando los ataques gratuitos a los profesionales que trabajan para las comunidades, estas reuniones son tan precisas como el calor en el verano, porque de lo contrario ¡Quién vendría a poner las cosas en su sitio! Por favor, entiéndase la ironía.