Eduardo no es una silla de ruedas, ni Carolina es el audífono que lleva implantado. Tampoco Luis es la prótesis que tiene en las caderas ni Juan las gafas que lleva puestas. Sin embargo, aún hay quien confunde los avances técnicos y mecánicos para ayudar a normalizar la vida en la medida de lo posible con quienes los utilizan. La discapacidad es parcial, siempre es parcial, y con frecuencia se puede soslayar en gran medida. La que no se minimiza es la otra discapacidad, la de quienes no saben distinguir entre objeto y persona, la de quienes sienten lástima en lugar de facilitar las cosas; la de quienes están en la creencia de que son los otros, algunos de los otros, y actúan como si la inmensa mayoría que aparentemente tiene un discurrir vital “normalizado” fuesen los propietarios de esa normalidad de la que se salen aquellos que precisan de andadores, muletas, sillas de ruedas, pañales, gafas, audífonos, prótesis y cuantos elementos sean precisos para vivir en una sociedad que aún parece estar lejos de la igualación desde abajo. Cuando se habla de edificios accesibles, de ciudades accesibles, de igualdad en los derechos, de facilitar que todas las personas tengan las mismas oportunidades con frecuencia se olvida que todos llegaremos a la necesidad de esa ayuda social para poder seguir en la sociedad con dignidad. No se trata de una sociedad accesible, se trata de una sociedad responsable con ella misma, porque parece que solo nos acordamos de quienes necesitan más cuando llega la hora de votar. La dependencia entra de lleno en el discurso, pero parece que ese discurso solo toma fuerza llegados los preámbulos electorales. Y así, estamos racaneando prestaciones precisas para que la dignidad sea elemento fundamental, miramos hacia otro lado cuando se necesita incrementar partidas no para empujar a quienes vienen detrás, ni para desacelerar el paso a quienes van delante. No, prestaciones para que cada cual lleve el ritmo que precisa en su recorrido vital. Y así, no se duda en reflotar bancos, ayudar a empresas, empujar las grandes infraestructuras. Todo ello importante, seguramente. Pero luego se sigue mirando a Eduardo si va en silla de ruedas, y tal vez no se pongan los elementos precisos para que él pueda desenvolverse en una ciudad, no como cualquiera, porque él no es como cualquiera, sino como necesita. Él no es una silla de ruedas, como Cristina no es un bastón con persona. Si nos viéramos por dentro, en nuestras entrañas mismas, en esas que nos fallan y nos cercenan, tal vez no estaríamos tan seguros de ciertas diferencias. Se trata de acercar desde la igualdad, desde la calidad de personas, no por otros condicionantes caritativos ni lastimeros. Las exigencias han de ser en ambos sentidos, pero considerando también quien tiene la responsabilidad mayor, y quién es el que ha de mantener la mayor lucha, en su día a día, en su noche a noche, con los suyos, y con los ajenos, a los que a menudo falta más educación y concienciación y menos miradas penosas o hacia el limbo.